miércoles, 8 de noviembre de 2017

La muerte de Il Giorgione

Víctor MANZANO. Origen de la muerte de Il Giorgione (1862).
Museo del Prado, Madrid
Buscando información para documentarme sobre un trabajo, tropiezo entre las páginas de un volumen de 1862 de la revista El arte en España, con una ilustración que llama mi atención. En ella se reproduce un grabado al aguafuerte que dibujó Víctor Manzano y Mejorada (1831-1865), bajo el que se puede leer «Origen de la muerte de Il Giorgione». El original, que forma parte actualmente de los fondos del Museo del Prado tras hacerse con él en 2006, fue el primero de la estrecha colaboración que mantuvo el artista con la revista, considerada la publicación más influyente del panorama artístico español durante el último tramo del periodo isabelino y los dos primeros años del sexenio democrático.

 En el grabado en cuestión, una pareja de jóvenes elegantemente vestidos a la moda del Renacimiento conversan en primer plano. Al tiempo caminan por un jardín, alejándose de la casa que acaban de abandonar y que vemos tras ellos. El joven, toma con su mano derecha una de las manos de la muchacha; la izquierda se la acerca al pecho, en un gesto de reafirmación, quizá para hacer creíble una promesa que acaba de formular. En su  empeño, se acerca inclinándose ligeramente hacia ella. La joven, ante el requiebro, gira suavemente su cabeza hacia el otro lado y mantiene el rostro serio. Parece ausente, y juguetea distraídamente con la mano libre, sin mirarla, con una pequeña rama del jardín. En el interior de la vivienda, asomado a una ventana, otro joven contempla la escena con rostro grave y sombrío, invadido por un profundo pesar.

Lo que llama mi atención del grabado es que Manzano, que parece que ya se había ocupado anteriormente de esta historia en otra pintura, aunque con una composición diferente, se hace eco de la leyenda romántica de la muerte de Giorgione. En pleno romanticismo, algunos autores, difundieron una versión, digamos romántica, de la muerte del misterioso pintor veneciano acorde con los tiempos que corrían. Buena parte de la responsabilidad de su propagación corresponde al arquitecto, historiador y crítico de arte italiano Pietro Selvatico (1803-1880). Como todo el mundo sabe, en el ánimo de los románticos del XIX la asociación entre amor y muerte era casi inevitable, un conflicto sin solución. El amor puro, de alma a alma como se diría, se vive casi siempre como tragedia, como algo irrealizable, pero que al mismo tiempo es eterno, porque se construye para siempre, incluso más allá de la muerte.

GIORGIONE. Venus dormida (h. 1510). Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde

En el grabado de Manzano, el joven de la ventana es Giorgione, que contempla cómo su amante lo abandona para arrojarse en brazos de un amigo, el pintor Morto de Feltre. A raíz de ese abandono, de esa doble traición, Giorgione quedaría totalmente devastado por el dolor e, incapaz de superar la pérdida del ser amado, morirá fruto de la melancolía y la tristeza. Lo dicho, una historia romántica de manual. Aunque hay algo de cierto en ella, los auténticos motivos de la muerte de Giorgione fueron otros, o al menos así lo dejó dicho Vasari, una fuente bastante más fiable.

Giorgione, fue el primer gran pintor de la escuela veneciana del Cinquecento, uno de los centros artísticos más importantes de Italia. Su forma de entender el uso del color, el ambiente poético y misterioso que otorga a sus pinturas, casi mágico, la enigmática lectura de sus temas, le pusieron al frente de la revolución pictórica que se llevó a cabo en la ciudad del Adriático a lo largo del siglo XVI, algo parecido a lo que Leonardo da Vinci había llevado a cabo con la pintura toscana. Su verdadero nombre era Giorgio Barbarelli, y en la documentación de la época se le menciona a veces como Zorzi o Zorzo de Castelfranco, aunque finalmente se impuso el apelativo de Giorgione por el que hoy le conocemos. Giorgione es un aumentativo de Giorgio, y  dice Vasari que se le llamó así “por las hechuras de la persona y por la grandeza de su ánimo”. A pesar de esa grandeza, sin embargo, es muy poco lo que sabemos de su vida, casi tan enigmática como la mayoría de los cuadros que se le atribuyen.

GIORGIONE. Autorretrato como David.
Museo Herzog Anton Ulrich, Brunswick
Se cree que debió nacer hacia 1477 ó 1478 en Castelfranco, una pequeña ciudad amurallada de la región del Véneto, a unos 40 km al noroeste de Venecia, a la que pronto se trasladó; y su prematura muerte, que es el asunto que hoy nos interesa, debió producirse hacia el año 1510, es decir, cuando el pintor superaba por poco la treintena. La muerte le sorprende en plena juventud, pero gozando ya de una merecida fama como pintor. La importancia que confiere al paisaje, otorgando a los árboles, montañas, cielos o prados, la misma trascendencia que a las figuras humanas, se ajustaba muy bien a la demanda que empezaba a articularse entre las élites italianas de una pintura doméstica, de pequeño formato, y de temática profana. La obra de Giorgione  no pasó  inadvertida en estos círculos, y su nombre empezó a correr pronto por el resto de cortes italianas.

La prueba más palpable de ello la encontramos en una carta fechada el 25 de octubre del año 1510. Isabella d’Este, Marquesa de Mantua, y una de las más importantes mecenas del Renacimiento, escribe a Taddeo Albano, uno de sus agentes en Venecia. En la misiva le solicita que se interese sobre una pintura de Giorgione de la que ha oído hablar, con una escena nocturna que califica de «molto bella et singulare», y  le ordena comprarla si le parece buena, antes que se le adelante otro coleccionista. Una prueba más que evidente de la fama que ya disfrutaba por entonces entre los círculos artísticos. En su respuesta, fechada el 7 de noviembre, Albano le comunica que la pintura no se halla entre las pertenencias de Giorgione, pero que ha sabido de la existencia de otras dos escenas similares, una en manos de Taddeo Contarini y otra propiedad de Vittorio Beccaro. La de Beccaro le parecía mejor acabada y dibujada, pero lamentablemente, ni uno ni otro estaban dispuestos a desprenderse de las pinturas a ningún precio; y lo que es peor, la imposibilidad de hacer un encargo a Giorgione, ya que éste ha fallecido unos días antes.

Por aquellos días, Venecia se veía asolada, una vez más, por las epidemias de peste que de manera recurrente sembraban de muertos la ciudad. Tiziano huyó de ella al poco de declararse la epidemia,  se refugió en Padua y no regresó a Venecia por lo menos hasta finales del año siguiente o los primeros meses de 1512. Giorgione, en cambio, cayó enfermo y fue conducido al Lazzareto Nuovo, uno de los que se utilizaban como hospital para atender a los apestados. Giorgione quedó en la ciudad, escribe Vasari (que confunde la fecha de su muerte), porque “se enamoró de una señora y mucho gozaron el uno y la otra de sus amores. Ocurrió que en el año de 1511 se contaminó de peste; pero Giorgione, ignorante de su enfermedad, siguió tratándola y se contagió, de manera que en breve tiempo, a la edad de 34 años, pasó a la otra vida, no sin dolor de sus amigos, que le amaban por sus virtudes”.

Así que, mientras para Selvatico y los románticos decimonónicos, la muerte del pintor fue fruto del desengaño amoroso, para Vasari, en cambio,  el  lio de faldas y el mal de amores que le llevó a la tumba fue, no cabe duda, mucho más placentero.

Este artículo apareció publicado en CaoCultura el 15 de junio de 2017

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