Víctor MANZANO. Origen de la muerte de Il Giorgione (1862). Museo del Prado, Madrid |
Buscando
información para documentarme sobre un trabajo, tropiezo entre las páginas de
un volumen de 1862 de la revista El arte
en España, con una ilustración que llama mi atención. En ella se reproduce
un grabado al aguafuerte que dibujó Víctor Manzano y Mejorada (1831-1865), bajo
el que se puede leer «Origen de la muerte de Il Giorgione». El original, que
forma parte actualmente de los fondos del Museo del Prado tras hacerse con él en
2006, fue el primero de la estrecha colaboración que mantuvo el artista con la
revista, considerada la publicación más influyente del panorama artístico
español durante el último tramo del periodo isabelino y los dos primeros años
del sexenio democrático.
En el grabado en cuestión, una pareja de
jóvenes elegantemente vestidos a la moda del Renacimiento conversan en primer
plano. Al tiempo caminan por un jardín, alejándose de la casa que acaban de
abandonar y que vemos tras ellos. El joven, toma con su mano derecha una de las
manos de la muchacha; la izquierda se la acerca al pecho, en un gesto de
reafirmación, quizá para hacer creíble una promesa que acaba de formular. En
su empeño, se acerca inclinándose
ligeramente hacia ella. La joven, ante el requiebro, gira suavemente su cabeza
hacia el otro lado y mantiene el rostro serio. Parece ausente, y juguetea
distraídamente con la mano libre, sin mirarla, con una pequeña rama del jardín.
En el interior de la vivienda, asomado a una ventana, otro joven contempla la
escena con rostro grave y sombrío, invadido por un profundo pesar.
Lo que
llama mi atención del grabado es que Manzano, que parece que ya se había
ocupado anteriormente de esta historia en otra pintura, aunque con una
composición diferente, se hace eco de la leyenda romántica de la muerte de
Giorgione. En pleno romanticismo, algunos autores, difundieron una versión,
digamos romántica, de la muerte del misterioso pintor veneciano acorde con los
tiempos que corrían. Buena parte de la responsabilidad de su propagación
corresponde al arquitecto, historiador y crítico de arte italiano Pietro
Selvatico (1803-1880). Como todo el mundo sabe, en el ánimo de los románticos
del XIX la asociación entre amor y muerte era casi inevitable, un conflicto sin
solución. El amor puro, de alma a alma como se diría, se vive casi siempre como
tragedia, como algo irrealizable, pero que al mismo tiempo es eterno, porque se
construye para siempre, incluso más allá de la muerte.
GIORGIONE. Venus dormida (h. 1510). Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde |
En el grabado
de Manzano, el joven de la ventana es Giorgione, que contempla cómo su amante
lo abandona para arrojarse en brazos de un amigo, el pintor Morto de Feltre. A
raíz de ese abandono, de esa doble traición, Giorgione quedaría totalmente
devastado por el dolor e, incapaz de superar la pérdida del ser amado, morirá
fruto de la melancolía y la tristeza. Lo dicho, una historia romántica de
manual. Aunque hay algo de cierto en ella, los auténticos motivos de la muerte
de Giorgione fueron otros, o al menos así lo dejó dicho Vasari, una fuente
bastante más fiable.
Giorgione, fue
el primer gran pintor de la escuela veneciana del Cinquecento, uno de los
centros artísticos más importantes de Italia. Su forma de entender el uso del
color, el ambiente poético y misterioso que otorga a sus pinturas, casi mágico,
la enigmática lectura de sus temas, le pusieron al frente de la revolución
pictórica que se llevó a cabo en la ciudad del Adriático a lo largo del siglo
XVI, algo parecido a lo que Leonardo da Vinci había llevado a cabo con la
pintura toscana. Su verdadero nombre era Giorgio Barbarelli, y en la
documentación de la época se le menciona a veces como Zorzi o Zorzo de
Castelfranco, aunque finalmente se impuso el apelativo de Giorgione por el que
hoy le conocemos. Giorgione es un aumentativo de Giorgio, y dice Vasari que se le llamó así “por las hechuras de la persona y por la
grandeza de su ánimo”. A pesar de esa grandeza, sin embargo, es muy poco lo
que sabemos de su vida, casi tan enigmática como la mayoría de los cuadros que
se le atribuyen.
GIORGIONE. Autorretrato como David. Museo Herzog Anton Ulrich, Brunswick |
Se cree que
debió nacer hacia 1477 ó 1478 en Castelfranco, una pequeña ciudad amurallada de
la región del Véneto, a unos 40 km al noroeste de Venecia, a la que pronto se
trasladó; y su prematura muerte, que es el asunto que hoy nos interesa, debió
producirse hacia el año 1510, es decir, cuando el pintor superaba por poco la
treintena. La muerte le sorprende en plena juventud, pero gozando ya de una
merecida fama como pintor. La importancia que confiere al paisaje, otorgando a
los árboles, montañas, cielos o prados, la misma trascendencia que a las
figuras humanas, se ajustaba muy bien a la demanda que empezaba a articularse
entre las élites italianas de una pintura doméstica, de pequeño formato, y de
temática profana. La obra de Giorgione no pasó
inadvertida en estos círculos, y su nombre empezó a correr pronto por el
resto de cortes italianas.
La prueba más
palpable de ello la encontramos en una carta fechada el 25 de octubre del año
1510. Isabella d’Este, Marquesa de Mantua, y una de las más importantes mecenas
del Renacimiento, escribe a Taddeo Albano, uno de sus agentes en Venecia. En la
misiva le solicita que se interese sobre una pintura de Giorgione de la que ha
oído hablar, con una escena nocturna que califica de «molto
bella et singulare», y le ordena comprarla si le parece buena, antes
que se le adelante otro coleccionista. Una prueba más que evidente de la fama
que ya disfrutaba por entonces entre los círculos artísticos. En su respuesta,
fechada el 7 de noviembre, Albano le comunica que la pintura no se halla entre
las pertenencias de Giorgione, pero que ha sabido de la existencia de otras dos
escenas similares, una en manos de Taddeo Contarini y otra propiedad de
Vittorio Beccaro. La de Beccaro le parecía mejor acabada y dibujada, pero
lamentablemente, ni uno ni otro estaban dispuestos a desprenderse de las
pinturas a ningún precio; y lo que es peor, la imposibilidad de hacer un
encargo a Giorgione, ya que éste ha fallecido unos días antes.
Por
aquellos días, Venecia se veía asolada, una vez más, por las epidemias de peste
que de manera recurrente sembraban de muertos la ciudad. Tiziano huyó de ella
al poco de declararse la epidemia, se
refugió en Padua y no regresó a Venecia por lo menos hasta finales del año
siguiente o los primeros meses de 1512. Giorgione, en cambio, cayó enfermo y
fue conducido al Lazzareto Nuovo, uno de los que se utilizaban como hospital
para atender a los apestados. Giorgione quedó en la ciudad, escribe Vasari (que
confunde la fecha de su muerte), porque “se
enamoró de una señora y mucho gozaron el uno y la otra de sus amores. Ocurrió
que en el año de 1511 se contaminó de peste; pero Giorgione, ignorante de su
enfermedad, siguió tratándola y se contagió, de manera que en breve tiempo, a
la edad de 34 años, pasó a la otra vida, no sin dolor de sus amigos, que le
amaban por sus virtudes”.
Así que,
mientras para Selvatico y los románticos decimonónicos, la muerte del pintor fue
fruto del desengaño amoroso, para Vasari, en cambio, el lio
de faldas y el mal de amores que le llevó a la tumba fue, no cabe duda, mucho
más placentero.
Este artículo apareció publicado en CaoCultura el 15 de junio de 2017
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