jueves, 28 de febrero de 2013

El arte de la era de los descubrimientos: arquitectura manuelina en Portugal

FRANCISCO DE ARRUDA
Ig. Nra. Sra. de la Assunção (1517), Elvas

Fot. Gonzalo Durán
A lo largo del siglo XV, la arquitectura gótica entra en toda Europa en su fase más barroca. Las formas sinuosas dominan las tracerías de los vanos y de los arcos conopiales y acortinados, las bóvedas se cubren de nervios combados que forman estrellas o tupidas redes, más atentas al sentido ornamental, que a su función estructural. Por todo esto, esta fase del gótico se conoce como gótico florido, por la importancia de los motivos vegetales, o gótico flamígero, por la forma llameante de sus curvas. En algunos países también se le conoce a este período por el nombre de sus gobernantes, por ejemplo en España, donde llamamos al arte de estos años gótico isabelino o estilo Reyes Católicos. Lo mismo ocurre en el caso de Portugal, donde a esta fase del gótico se la bautizó como arte manuelino, término empleado por primera vez en 1842 por Francisco Adolfo Varnhagen, ya que alcanza su mejor expresión e impulso con el rey Manuel I, apodado el Afortunado, por los grandes descubrimientos geográficos llevados a cabo durante su reinado por Vasco de Gama, que dobló el cabo de Buena Esperanza, abriendo la ruta Atlántica hacia la India; Alvares de Cabral, que descubrió Brasil; João de Nora que hizo lo propio con la isla de la Ascensión; Afonso de Alburquerque, llamado León de los Mares, por sus numerosas conquistas en los territorios del Índico, que dieron al reino luso la posesión de enclaves fundamentales como Ormuz, la llave del Golfo Pérsico, Goa, en la India y Malaca, la puerta de acceso a los mares de la China; y Francisco Serrão, que descubre el archipiélago de las Molucas, permitiendo a Portugal monopolizar el codiciado comercio de las especias a Europa.

La explosión decorativa de la arquitectura manuelina no es ajena a estas gestas y hazañas, todo lo contrario, Portugal se convierte en uno de los reinos más ricos e importantes de Europa, y buena parte de esa riqueza, Manuel I la destinó a la construcción de edificios que mostrasen la pujanza y vigor de su persona y de la monarquía portuguesa, al tiempo que la decoración de sus muros celebraba la nueva era que se abría para el reino, por lo que la arquitectura manuelina bien puede considerarse como el arte de la era de los descubrimientos. El monarca portugués se convierte en uno de los grandes mecenas de su tiempo, atrayendo a muchos artistas extranjeros a Portugal y desarrollando un programa de construcciones que terminaría causando graves quebrantos económicos en el reino.

Monasterio de Batalha
Esfera armilar

Fot. wikipedia
En realidad, los primeros ejemplos del estilo manuelino aparecen ya durante el reinado de João II (1481-1495), alcanza su plenitud en tiempos de Manuel I (1495-1521) y se prolonga hasta los primeros años del reinado de João III (1521-1557), comportándose como un estilo de transición, donde las formas arquitectónicas góticas se fusionan con otras que ya son propias del Renacimiento, precisamente las que tienen que ver con el programa iconográfico, y que constituye lo más genuino de este estilo. Los motivos decorativos que predominan tienen que ver tanto con diferentes emblemas dinásticos, como el pelícano, símbolo del rey João II, o la omnipresente esfera armilar o astrolabio esférico, que se convierte en la divisa de Manuel I; como con los numerosos motivos náuticos relacionados con las exploraciones y descubrimientos realizados por los audaces marinos portugueses durante esta época, como la propia esfera armilar ya citada, cuerdas, boyas, corales, algas, nudos marineros, animales y frutas exóticas, etc.

Curiosamente, los grandes artífices de una arquitectura que terminó convirtiéndose en el estilo nacional portugués fueron dos arquitectos nacidos fuera de Portugal, pero que, atraídos por la riqueza del país y las construcciones impulsadas por el rey Afortunado, desarrollarían sus mejores trabajos allí: el francés Diogo Boitaca (o Boytac), y el español João de Castilho (o Juan de Castillo). A ellos se unen los nombres de los portugueses Mateus Fernandes, y los hermanos Diogo y Francisco Arruda, como los mejores exponentes del gótico manuelino.

DIOGO BOITACA
Iglesia del Jesús (1492), Setúbal
Fot. Distrações i Imagens
Uno de los ejemplos más antiguos del manuelino es la Iglesia de San Francisco (1481), en Evora, fundada por el rey João II. Su única y amplia nave se cubre con una bóveda de cañón apuntado interceptada por lunetos, y las capillas se disponen entre los muros,  como unos años antes había proyectado Leon Bautista  Alberti para San Andrés de Mantua, anticipando un modelo que en el siglo siguiente gozaría de una enorme aceptación, ya que fue definido por Vignola en la iglesia romana del Gesú y adoptado por las iglesias jesuitas.

Poco después, hacia 1492, se registra por primera vez la presencia en Portugal de Diogo Boitaca, a quien João II confía la construcción de la Iglesia del Jesús, de Setúbal, en la que emplea para sostener la  bóveda de crucería seis gruesos pilares torsos, entrelazados como si fueran las sogas de  un barco. Tan sólo dos años más tarde, en 1494, entre los muros de aquella iglesia iba a tener lugar un acontecimiento histórico de enorme trascendencia, ya que fue allí donde se alcanzó el acuerdo diplomático que se sellaría en el Tratado de Tordesillas, mediante el cual las coronas de Castilla y Portugal se repartían las áreas de influencia sobre los territorios descubiertos y por descubrir en el Nuevo Mundo.

Una solución inspirada en la iglesia del Jesús de Setúbal la encontramos también en la Iglesia de la Magdalena, en Olivenza (Badajoz), que por entonces pertenecía a Portugal, aunque aquí las columnas helicoidales se muestran más refinadas y elegantes. El empleo de este tipo de pilares es uno de los argumentos más sólidos en favor de la participación de Boitaca en este templo, a quien se responsabiliza, al menos, de su traza y de la primera fase de la construcción. Luego se incorporaron al proyecto otros arquitectos, como los hermanos Arruda, a quienes corresponde la cobertura del templo, y los maestros João Mendes y Affonso Mendes de Oliveira.

DIOGO BOITACA / FRANCISCO ARRUDA Y DIOGO ARRUDA
Iglesia de la Magdalena (1513-1553), Olivenza.
Fot. contenidos.educarex.es

Durante el reinado de Manuel I, hacia el año 1501, Diogo Boitaca emprende la construcción de la obra más importante del estilo manuelino, el Monasterio de los Jerónimos, auténtico emblema de los propósitos de grandeza que perseguía el rey a través de la arquitectura. El conjunto monástico, de enormes proporciones, se emplaza fuera de los muros de la ciudad de Lisboa, en el barrio de Santa María de Belém, a orillas del Tajo, y muy próximo al puerto de Restelo, del que partían los barcos a surcar los océanos hacia los misteriosos territorios recién descubiertos en África, Asia y América. La iglesia del convento tiene proporciones catedralicias, con una espaciosa planta de salón de tres naves, y fue concluida por el español João de Castilho, a quien se debe la hermosa bóveda reticulada, sostenida por seis pilares octogonales recubiertos de decoración, que alcanzan hasta los veinticinco metros de altura. Una obra maestra capaz de resistir indemne el terremoto que asoló Lisboa en 1755.

DIOGO BOITACA / JOÃO DE CASTILHO
Claustro del Monasterio de los Jerónimos (1517-1519), Lisboa Fot. wikipedia

Quizá donde mejor se muestra la exuberancia del manuelino es, precisamente, en el claustro de este monasterio, trazado por Boitaca y realizado, casi con total seguridad, por Castilho. Está formado por un conjunto cuadrado de dos plantas, con ángulos en chaflán y articulados a base de arcos rebajados, muy anchos. En la parte interior del claustro dominan las formas tardogóticas, sin embargo, en la ornamentación exterior, la que asoma sobre el jardín, campea el plateresco, introducido por Castilho. El resultado final es un trabajo de primorosa filigrana que mira hacia el Renacimiento y despliega la simbología manuelina en escudos reales, la Cruz de Cristo, la esfera armilar y un sinfín de motivos vegetales y animalísticos.

FRANCISCO ARRUDA. Torre de Belém (1514-1520), Lisboa
Fot. wikipedia

Frente al convento se erigió, entre 1515 y 1521, la Torre de Belém, a la que originariamente se conoció como de San Vicente, obra del arquitecto militar Francisco de Arruda. Su finalidad no era otra que servir de protección a la ciudad frente a los ataques de posibles enemigos, y entre cuyos motivos decorativos se incluyó la representación de un animal tan exótico como el rinoceronte. La exuberante decoración manuelina no se contiene ni siquiera en los austeros edificios militares, como demuestra la hermosa portada sur de la torre.

MATEUS FERNANDES
Portal de las Capelas Imperfeitas (1509), Batalha
Fot. Tiago
Mientras tenían lugar estas obras en Lisboa, el rey don Manuel había encargado a Mateus Fernandes que continuara con la construcción del panteón del rey Duarte I, en el monasterio de Batalha, es lo que hoy conocemos como Capelas Imperfeitas, cuyo imponente portal, probablemente el mejor de todo el arte manuelino, se concluyó hacia 1509. Se compone a base de arcos polilobulados superpuestos, exquisitamente ornamentados con una decoración flamígera de motivos vegetales, geométricos y heráldicos que recuerdan la delicada labor de un encaje de fino hilo. El resto de la obra se paralizó en 1516 a la muerte de Mateus Fernandes, y aunque en 1528, ya en tiempos del rey João III, fueron retomadas por João de Castilho, el panteón quedó inacabado, tal como puede verse hoy. Los problemas económicos derivados del programa de grandes construcciones llevados a cabo por su antecesor fueron determinantes para que la obra no se concluyese.

La última gran obra representativa del manuelino la encontramos en Tomar, con motivo de la ampliación del Convento de los Caballeros de Cristo, una de las obras emblemáticas de la Orden del Temple, construido en el siglo XII. La primera fase de la ampliación consistió en la erección de la soberbia Sala del Capítulo por Diogo de Arruda, a cuyo exterior mira la ventana de la sacristía, una de las obras más celebradas del estilo. En ella se da rienda suelta a la fantasía decorativa, con un enredo de algas, corales, caracoles y sogas, coronado por la Cruz de la Orden de Cristo y flanqueado, una vez más, por la esfera armilar. Las obras fueron retomadas a partir de 1515 por João de Castilho, que dio cumplida réplica al magnífico trabajo de Arruda erigiendo la monumental portada principal del convento, que vemos presidida por un gran arco de medio punto de cuyo intradós cuelga un friso de arcadillas de tracería. Cobijado bajo el arco se desarrolla un complejo programa figurativo de temática religiosa, con la Virgen como tema central, custodiada por ángeles y profetas. A los motivos religiosos, como es habitual, se suma el repertorio tradicional del manuelino.

JOÃO DE CASTILHO
Portada Convento de Cristo (1515), Tomar
Fot. wikipedia
DIOGO DE ARRUDA
Ventana Sala del Capítulo
Convento de Cristo, Tomar
Fot. wikipedia
Para apreciar toda la grandeza de la arquitectura manuelina contamos con la magnífica página del IGESPAR (Instituto de Gestión del Patrimonio Arquitectónico y Arqueológico de Portugal), desde la cual se puede acceder a diferentes visitas virtuales de la mayoría de los monumentos de los que hemos venido hablando, como el Monasterio de los Jerónimos, la Torre de Belém, el Monasterio de Batalha, el Convento de Cristo en Tomar, así como a otros recursos como videos explicativos de los monumentos, cuadernos pedagógicos y otras informaciones.

viernes, 15 de febrero de 2013

Pórtico del Paraíso de la Catedral de Ourense

Pórtico del Paraíso de la Catedral de Ourense (s. XIII). 
Arco central
Hay obras de arte que, a pesar de su belleza, de su calidad o del valor que atesoran, aparecen eclipsadas por la poderosa sombra que proyectan sobre ellas, aquellas otras con las que de manera inexorable se las compara,  postergándolas en ocasiones, o incluso haciéndolas caer directamente en el olvido en otras. Algo de esto ocurre con la obra que nos ocupa, el Pórtico del Paraíso de la Catedral de Ourense, formidable muestra de la mejor escultura del románico en la Península, al que, sin embargo, la comparación con su hermano mayor, el compostelano Pórtico de la Gloria que labrara el Maestro Mateo, le hace ocupar, no pocas veces, e injustamente en mi opinión, un papel secundario, o cuanto menos menor, en el panorama de esa misma escultura. Es cierto que son muchas las deudas contraídas por el pórtico orensano con el compostelano: fue realizado por miembros activos del taller del maestro Mateo, presenta la misma estructura, aunque simplificada, y similares proporciones; y no menos cierto también que algunos de sus tímpanos y arcos han desaparecido. Pero ninguna de esas razones son suficientes para ignorar su gran calidad artística, realzada por la policromía de sus tallas, que en Ourense, a diferencia de Compostela, sí se ha conservado.

Arquivoltas de la portada meridional
La catedral  es un edificio  consagrado a San Martín, de estilo románico, aunque tardío, edificado entre la segunda mitad del siglo XII y el siglo XIII. Conserva sus tres fachadas originales. Las dos que están situadas en los brazos del crucero son muy parecidas, con una llamativa arquivolta interior polilobulada y una discreta, aunque esmerada, decoración escultórica. La fachada principal, en cambio, oculta tras ella, igual que ocurre en Santiago, el Pórtico del Paraíso. Se accede a ella a través de una empinada escalera que salva el desnivel del terreno, pero que no se construyó hasta 1980, por lo que, difícilmente podía cumplir con la tradicional función didáctica que se asignaba a los pórticos medievales.

El Pórtico del Paraíso parece que se concluyó entre los años 1218 y 1248, en tiempos del obispo D. Lorenzo, así que es algo posterior al de Compostela y, probablemente, fue realizado por cuatro escultores distintos del taller del maestro Mateo, que reprodujeron en él la misma disposición de apóstoles y profetas sobre las jambas que su maestro había ejecutado con tanto acierto en Santiago, aunque con un estilo más hierático y románico que el de su maestro.  Por desgracia, la reforma llevada a cabo en Ourense en el siglo XVI afectó a numerosos elementos arquitectónicos del templo y algunas de la figuras están ubicadas hoy en espacios distintos a los que debieron ocupar originalmente. Además de la influencia compostelana, en la serenidad de las figuras, su ensimismamiento y homogeneidad, descubren los historiadores también la de los maestros de Amiens y París, que llegaron hasta la ciudad gallega, probablemente, a través de Burgos.

Apóstoles Pedro, Pablo, Santiago el Mayor y Juan
El Pórtico está formado por tres arcos, en el central se representa la iconografía tradicional de los veinticuatro ancianos mencionados en la descripción de la segunda venida de Cristo a la tierra del Apocalipsis de San Juan. El tratamiento de las figuras, dispuestas radialmente al arco, es de un gran naturalismo, y llama la atención, frente a otros pórticos románicos, la variedad de instrumentos musicales que portan. Sus cabezas, en un rasgo de modernidad que nos conduce hacia el gótico, giran unas hacia otras, como si entablaran un diálogo entre ellos.

En otro de los arcos aparece la representación del Juicio Final, con el ascenso de los justos al cielo y los tormentos del infierno para los condenados, donde los escultores no ahorraron ninguno de los dolorosos tormentos ni sufrimientos que acompañan en el arte románico a este tipo de representaciones, y cuya finalidad ya comentamos recientemente: hombres torturados, serpientes que hunden sus afilados colmillos sobre los desnudos pechos de una mujer, hombres ahorcados ante la mirada satisfecha de los demonios, .... En el tercer arco, sin embargo, no hay representaciones escultóricas, sino que las arquivoltas únicamente se decoran con formas vegetales simplificadas, y los investigadores sugieren la posibilidad de un intento de representar, a través de ellas, el Paraíso.

Profetas Jonás, Daniel, Jeremías e Isaías
Sin embargo, donde la escultura alcanza sus mejores logros es en la representación de las dieciocho estatuas-columnas de apóstoles y profetas que aparecen representados en las jambas de la portada. Los profetas, con una excelente policromía, se representan con manto y túnica larga bajo la que asoman unos pies donde se descubren, en un alarde de realismo, tendones y uñas. Idéntico realismo se aprecia en las manos, con las que sostienen las cartelas en las que se indica su nombre o se escribe algún versículo que les hace identificables: Oseas y Malaquías, en el muro septentrional; el profeta desconocido, Ezequiel y Habacuc, en el lado norte del Evangelio; Jonás, Daniel, Jeremías e Isaías, en el lado sur del Evangelio. Todos, excepto el profeta desconocido, tienen barba, muy larga en algunos casos, como la de Jeremías, ojos almendrados, labios llenos y gestos serenos, y Daniel incluso luce una hermosa sonrisa.

Sin embargo, uno de ellos aparece representado de modo distinto al resto. De rostro más joven, imberbe, labios escasamente definidos y cabello ensortijado, porta un rollo muy largo sin ninguna inscripción; es también la única figura que apoya sus pies en un suppedaneum (pedestal) con figuración antropomorfa, viste de forma diferente, con una especie de toga romana y, por último, es el único que no lleva nimbo tras su cabeza y no parece que lo haya perdido con el paso del tiempo. Es el enigmático profeta desconocido para el que se barajan hasta tres identidades diferentes: Amós, por su juventud y por la ausencia de nimbo, ya que no se consideraba a sí mismo como un profeta; el Patriarca José, por su gran parecido con la representación de este mismo personaje en la catedral de Chartres, aunque no es un habitual de las portadas románicas; y el profeta Zacarías, que en su sexta visión hace referencia tanto a un rollo de gran longitud que vuela, sinónimo de la maldición, como a una mujer a la que identifica con la maldad.

Profeta desconocido, Ezequiel y Habacuc
En cuanto a los apóstoles, de los nueve que hay representados en el pórtico, salvo dos de ellos, en lugar de cartelas, como los profetas, llevan en sus manos un libro, símbolo de la palabra de Dios que transmitieron. Aunque los artistas intentan individualizarlos a través de diferentes recursos, presentan todos aspectos similares en cuanto a los rasgos y a las vestimentas. Se han identificado correctamente a seis de ellos como Andrés, Mateo, Juan, Santiago el Mayor, Pablo y Pedro. A dos de los tres no identificados, teniendo en cuenta la similitud del pórtico orensano con el compostelano, cabe pensar que se correspondan con la identidad de los que ocupan esos mismos lugares en este último, es decir, Bartolomé y Tomás.

La decoración escultórica se completa con las imaginativas representaciones de los capiteles, en los que, además de las figuras humanas, predominan las representaciones zoomórficas de animales fantásticos como harpías, centauros, sirenas, dragones, etc., que poblaron los bestiarios medievales que les sirvieron de inspiración. Por último, en el parteluz se representa un tema poco habitual en los santuarios ligados al Camino de Santiago, y que también aparece en Compostela, como es el tema de las tentaciones de Cristo.

Apóstoles Mateo, Andrés y desconocido
El programa escultórico de este pórtico, con los apóstoles enviados por Cristo a evangelizar las naciones y los profetas de Israel que tradujeron en palabras y gestos la voluntad de Dios,  no es ajeno en absoluto al convulso ambiente que vivía la iglesia en aquellos años, en los que se hubo de hacer frente a herejías como la de los cátaros y a otros planteamientos, como los de Joaquín de la Fiore, que chocaban con las nuevas ideas de la iglesia del siglo XIII. A ellos viene a sumarse, por otra parte, el enfrentamiento con las otras dos grandes religiones, el islamismo y el judaísmo. Así se ha puesto de manifiesto la relación directa que guarda con algunas de las disposiciones del IV Concilio de Letrán, celebrado entre 1215 y 1216, es decir, tan sólo dos años antes de que diese comienzo la obra.

Para saber más de este magnífico pórtico os recomiendo la lectura de estos dos trabajos, el primero de Natalia Conde Cid y el segundo de Manuel Núñez Rodríguez, que me han servido para elaborar este artículo. También resulta de gran interés la web del obispado de Ourense, con noticias sobre su historia y un recorrido por todas sus dependencias.

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