RIDOLFO GHIRLANDAIO. Adoración de los pastores (1510) Szépmûvészeti Múzeum, Budapest |
Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra.
Apocalipsis 6:7-8
En el Apocalipsis, San Juan anuncia la segunda
venida de Cristo a la tierra, o lo que es lo mismo, el Juicio Final que pondrá
fin a este mundo. Cuenta que cuando el Cordero abre los cuatro primeros sellos
de la profecía, salen cabalgando, uno tras otro, cuatro jinetes. Cada uno de
ellos es portador de grandes desgracias para la humanidad: el primero, sobre un
caballo blanco, porta un arco y se suele identificar con el Anticristo; el
segundo, sobre un caballo rojo, nos lleva a la guerra, a la destrucción; el
tercero monta un caballo negro sobre el que carga una balanza, que representa
la crisis económica, el hambre; y, finalmente, a lomos del cuarto caballo, de
color amarillo, va la Muerte, el único de los cuatro que se identifica por su
nombre. La más fiel y cruel aliada de este jinete ha sido siempre la
enfermedad, por lo que no son pocas las veces en que se le identifica directamente
con el nombre de Peste, una palabra que el Diccionario define en sus dos
primeras acepciones como enfermedad contagiosa que causa gran mortandad en los
hombres o en los animales; o también, enfermedad, aunque no sea contagiosa, que
causa gran mortandad.
Es decir, que
el término peste transcendió de la particularidad a la generalidad, de una
enfermedad concreta pasó a ser sinónimo de cualquier epidemia, o lo que es lo
mismo, de la muerte, en el sentido apocalíptico de la palabra. Porque no hay ninguna
otra causa mayor de mortandad entre los hombres, a lo largo de la historia, que
las ocasionadas por las grandes epidemias.
La mayor
epidemia de peste ocurrida en la historia fue la Peste Negra, que tuvo lugar entre
los años 1346 y 1353, y barrió Asia occidental, Oriente Medio, el norte de
África y Europa. Fue peor aún que la peste del siglo VI, la llamada peste de
Justiniano, que quizá pudo ser una epidemia de malaria. La enfermedad,
procedente de Asia, se extendió por toda Europa a través de los puertos en poco
tiempo, debido a las pésimas condiciones
higiénicas, la mala alimentación y los escasos y rudimentarios conocimientos
médicos de la época. Aunque los hombres de la Edad Media estaban familiarizados
con la enfermedad (gripe, sarampión, lepra, etc.), la Peste Negra, por
desconocida, tuvo un impacto pavoroso. Afectaba por igual a ricos y pobres, lo
mismo moría un mendigo que un rey. No se conocía su origen y tampoco cómo
combatirla. Todo ello provocó un miedo incontrolado entre la gente. Los historiadores
calculan que en Europa pudieron morir por su causa unos 25 millones de
personas, es decir, una cuarta población de su población; y en todo el mundo
las cifras suben hasta cien millones de muertos. En la Península Ibérica, fue devastadora, la población pasó de seis
millones a tan sólo dos o dos y medio, es decir, se perdió entre el 60 y el 65%
de la población. Como dice Sistach, “la humanidad nunca ha estado tan cerca de
la extinción”.
LUCAS CRANACH el Viejo. La epidemia (1516-18). Szépmûvészeti Múzeum, Budapest |
Hoy sabemos
que la enfermedad la produce la bacteria Yersinia
pestis, y la forma más habitual de
transmitirla es a través de la pulga de la rata cuando pican a estas y las
infectan, o bien pican directamente al hombre cuando las ratas mueren y buscan
un nuevo huésped en el que alojarse. Pero en la Edad Media, los pocos médicos y
eruditos que tenían algunos conocimientos de medicina atribuían erróneamente
las enfermedades epidémicas a las miasmas, es decir, a la contaminación del
aire por vapores nocivos que contenían elementos venenosos producidos por materia
pútrida y en descomposición, de ahí, a través de la inhalación o del contacto
con la piel de los enfermos se producía el contagio. En el siglo XIV esta
teoría miasmática de la enfermedad se completó, después de un estudio de la
Universidad de París, con un componente astrológico. La facultad informó que a
la una del mediodía del 20 de marzo de 1345 se había producido una conjunción
de Saturno, Júpiter y Marte en la casa de Acuario. Una auténtica catástrofe
porque esta conjunción planetaria era causa de muertes y presagio del mayor de
los desastres epidémicos.
En los grabados
antiguos pueden verse a médicos equipados
con la indumentaria que consideraban adecuada para evitar esta forma de
contagio. El traje de protección consistía en una tela gruesa encerada que
cubría el cuerpo por entero y una máscara con agujeros, lentes de vidrio y una
nariz en forma de pico que se rellenaban con paja y distintas hierbas
aromáticas como hojas de menta, ámbar gris, mirra, láudano, pétalos de rosa,
alcanfor y otras. El equipo se completaba con un bastón de madera, para que los
médicos no tuvieran que tocar a los enfermos. El tratamiento
consistía en aislar a los enfermos y ciudades, ponerlas en cuarentena y se
acompañaba muchas veces de sangrías y otros remedios, como poner sapos y
sanguijuelas sobre los ganglios.
Como vemos, los
escasos conocimientos de la época no daban para conocer cuál era la verdadera
causa del mal y mucho menos aún la solución, por lo que, a falta de otra
explicación mejor, no cabía más que considerarlo como un castigo divino por los
pecados terrenales del hombre, ante el cual la única posibilidad de salvación
parecía ser encomendarse a Dios y a los santos, y eso fue lo que hicieron
aquellas pobres gentes.
Es así como podemos entender la presencia de
determinados personajes en escenas que, a priori, carecen de sentido. Veamos,
por ejemplo la Adoración de los pastores
(1510), del Museo de Bellas Artes de Budapest, que pintó Ridolfo Ghirlandaio.
En un primer plano se distinguen, con absoluta claridad, a San Sebastián,
arrodillado y desnudo, con su cuerpo atravesado de flechas; al otro lado,
igualmente arrodillado y reconocible, San Roque, con el bordón y el hábito de
peregrino. La explicación de su anacrónica presencia en un tema de carácter
navideño se explica porque ambos santos eran tenidos como protectores de las
grandes epidemias, por lo que su devoción estaba muy extendida por todos los
lugares de Europa, y aparecen en infinidad de ocasiones en este tipo de
representaciones. En 1510, cuando Ghirlandaio pinta la Adoración, había estallado en Venecia una epidemia de peste
bubónica de efectos devastadores, así que, los comitentes de la obra no dudaron
en encomendarse a los santos para buscar su protección. Por cierto, durante esa
misma epidemia y víctima de ella, se produjo la muerte del famoso pintor
Giorgione.
La devoción por
el primero de estos santos era muy antigua, y se relaciona con el relato que
hace Pablo el Diácono en la Historia
de los lombardos, donde cuenta cómo Roma sobrevivió a una gran epidemia en
el siglo VII cuando una aparición reveló que no cesaría la plaga hasta que se
levantase un altar en honor al santo. Según la tradición, San Sebastián era un
oficial romano que fue sometido a martirio por negarse a renegar de su fe en
tiempos del emperador Diocleciano, durante la época más dura de las
persecuciones a los cristianos. Fue condenado a morir asaeteado y atado a un
árbol. Sin embargo, logró sobrevivir gracias a los cuidados que le prodigó
Irene, una dama romana. Cuando el emperador lo supo ordenó ahora que fuese
apaleado hasta la muerte. Su cuerpo fue entonces arrojado a la Cloaca Máxima
pero aún así fue capaz de aparecérsele a Santa Lucina para que le diera una
sepultura digna.
BENOZZO GOZZOLI. San Sebastían protege a los fieles (1464-65) Iglesia de Santo Agostino, San Gimignano |
Es decir, si San
Sebastián no murió como consecuencia de las flechas que atravesaron su cuerpo, como muchos pudieran pensar al ver que es así como se le representa habitualmente en la iconografía cristiana, cabe entonces preguntarse el por qué de esta manera de representación. Para entenderlo hay que recordar que tradicionalmente se pensaba que la peste era una lluvia de flechas. Homero, en un pasaje de la Ilíada correspondiente
al Canto X, narra cómo Apolo, enojado con los griegos por haber convertido en
esclava a la hermosa Criseida, lanza sobre ellos las flechas que desencadenan
la peste. Y en los Salmos bíblicos se menciona igualmente como Dios castiga
lanzando flechas sobre sus enemigos. Un ejemplo de esta tradición podemos verlo
en La epidemia (h. 1516-18), una
pintura de Lucas Cranach el Viejo, en la que puede verse a Dios Padre lanzando
sus flechas, mientras que Cristo y la Virgen imploran su misericordia. María,
además, acoge bajo su manto a reyes, obispos y otros hombres, mostrando así que
la muerte no distingue en estos casos entre rangos sociales.
San Sebastián
sobrevivió a la lluvia de flechas, y es eso lo que va a otorgarle a ojos de los
hombres un poder taumatúrgico frente a la peste. Va a ser precisamente a
finales de la Edad Media, después de aparecer la Peste Negra, no antes, cuando
empezamos a encontrarnos con representaciones de San Sebastián similares a las
de una Virgen de la Misericordia, como en el fresco pintado por Benozzo Gozzoli
en San Gimignano, en la que vemos a San
Sebastián protege a los fieles (1464). La composición aparece dividida en
dos planos. En el superior, vemos como Dios, con rostro enojado, se dispone a
lanzar una flecha sobre los hombres, igual que hacen ya los ángeles. Cristo y
María interceden misericordiosamente por la humanidad. Cristo se señala la
herida del costado, y la Virgen desnuda su pecho. Es la manera de recordar al
Padre los sacrificios que han hecho para lograr la salvación y buscar así su
indulgencia. En el plano inferior, San Sebastián con rostro barbado y vestido,
como en las representaciones antiguas, despliega su manto para proteger a los
hombres de la lluvia de flechas que caen sobre ellos.
La devoción
por San Roque es más reciente. Arranca del siglo XIV, cuando el propio santo,
nacido en Montpellier, interrumpe una peregrinación a Roma para acudir en
socorro de las víctimas de una epidemia en la ciudad de Acquapendente, próxima
a Viterbo. Milagrosamente logró sanarlos haciendo sobre ellos el signo de la
cruz. De allí pasó por otras ciudades que padecían la plaga, como Cesena, Roma,
Mantua, Modena, Parma, … siempre con idénticos resultados. Finalmente, en
Piacenza, él mismo padeció el mal, pero también consiguió recuperarse,
retirándose a un bosque vecino donde recibió las atenciones de un caballero, de
nombre Gotardo, y de un perro que le llevaba los alimentos. En la mayoría de
las representaciones se suele mostrarlo enseñando una pierna desnuda en la que
se aprecian los efectos de la enfermedad.
Este artículo se publicó en CaoCultura, el 31 de marzo de 2017
Este artículo se publicó en CaoCultura, el 31 de marzo de 2017
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