JUAN DE FLANDES. Juana la Loca (h. 1496) Kunsthistorisches Museum, Viena |
Probablemente
los dos retratos de Juana la Loca y Felipe el Hermoso que se exhiben en el
Kunsthistorisches Museum de Viena formasen parte de un díptico, y quizás fueron
los primeros retratos salidos de la mano de Juan de Flandes tras instalarse en
Castilla. Ya dijimos que una de las funciones del género retratístico en las
cortes renacentistas era el de servir de reconocimiento de los respectivos
contrayentes, motivo por el cual era bastante frecuente el intercambio de este
tipo de pinturas. Así que pudieron ser pintados cuando se estaban preparando
los dobles esponsales entre los príncipes castellanos Juan y Juana y los
borgoñones Margarita y Felipe. En ese caso la fecha de los cuadros debemos situarla entre el momento de
la llegada a Castilla de Juan de Flandes, a mediados de 1496 y la partida de
Juana hacia Flandes, que tuvo lugar en agosto de aquel año. De estas dos tablas
destaca su simplicidad.
La
pintura de Juan de Flandes sigue la costumbre flamenca del retrato de tres
cuartos, para mostrarnos a una joven de cabellos claros, como su madre la reina Isabel, partido
por una raya al medio y recogido con algunos adornos de colores tras la cabeza.
De su rostro, de piel muy clara, destacan unos ojos grandes, una nariz alargada
y unos labios pequeños y carnosos. De su cuello pende un collar, del que sólo
podemos ver el cordón, ya que la joya que presumiblemente sostenía se oculta
bajo el vestido, de generoso escote, que nos deja ver un busto bien formado.
Viste
un traje de color claro con bordados en color dorado, elegante pero más
sencillo que aquellos otros que con seguridad portaron la infanta y las damas
de su séquito a su llegada a Flandes y que tanto impresionarían al cronista
Jean Molinet, que resalta la riqueza de su atuendo hasta el punto de decir que
nunca se había visto nada igual en aquellas tierras (ZALAMA, 2012:17), lo cual
no es poco si tenemos en cuenta que la corte de Borgoña estaba considerada como
una de las más fastuosas de Europa desde los tiempos de Felipe el Bueno y Carlos el Temerario, con una rígida etiqueta que convertía cada
acto en un verdadero espectáculo.
MAESTRO DE LA VIDA DE JOSÉ. Felipe el Hermoso y Juana la Loca (1504-1506) Formaban parte de un retablo de la Iglesia de San Livino, Zierikzee Museo de Bellas Artes, Bruselas |
El
pintor la sitúa sobre un fondo neutro que hace resaltar a través del color y de
la luz, sabiamente dirigida desde la parte superior, la delicada imagen de una
joven finamente modelada por un dibujo extremadamente preciso. Juana evita
mirarnos de frente, de modo que su mirada, no exenta de cierto misterio y poder
evocador, se pierde hacia un punto indeterminado hacia la izquierda del cuadro.
Su mano derecha, en cambio, nos enseña unos dedos finos y alargados, con el
índice levantado, indicando algo en la dirección contraria, quizá el propio
retrato de Felipe, del que suponemos compañera esta tabla. La gravedad de su
semblante es impropia de una joven de quince años. Parece como si meditase,
preocupada ante lo que le deparaba su inminente futuro, su partida hacia un
reino lejano, dejando atrás el entorno familiar y conocido de su madre y
hermanas, para enfrentarse a la incertidumbre de un matrimonio con un príncipe
desconocido, e iniciar una nueva vida, rodeada de gentes extrañas, ajena a sus
costumbres e idioma.
MAESTRO DE LA VIDA DE JOSÉ. Doña Juana de Castilla (1501-1510) Museo Nacional Escultura, Valladolid |
Jerónimo
Münzer, un viajero alemán que pasó por la corte castellana, probablemente con
alguna embajada específica encargada por el emperador Maximiliano I, tuvo
ocasión de conocer a la infanta en 1495, cuando contaba catorce años. La
describe como una joven docta en recitar y componer versos y que gustaba mucho
de las letras. Si atendemos a los
testimonios de la época, fue la más hermosa de las hijas de los Reyes Católicos
(FERNÁNDEZ, 2001:72). Una belleza que cautivó a su esposo Felipe y que impactó
profundamente al rey Enrique VII de Inglaterra (FERNÁNDEZ, 2001:156), quien tuvo ocasión de
conocerla personalmente en la corte inglesa en 1506, y que soñó vanamente
en casarse con ella después de quedar viuda.
Otras fuentes, no obstante, mencionan que tenía la cabeza muy alargada y transversalmente aplanada y nos hablan de su prognatismo, heredado por sus sucesores. Sin embargo, estos rasgos no sólo son totalmente obviados por Juan de Flandes en el retrato de Viena, sino también en los demás que se conservan de Juana, y que guardan poco parecido con éste. El primero de todos ellos es uno de cuerpo entero que se exhibe en Bruselas y debió pintarse entre 1504 y 1506 (ZALAMA, 2010:21), cuando ya se había convertido en reina de Castilla. Originariamente formaba parte de un retablo realizado para la iglesia de San Livino de Zierikzee, en Zelanda, atribuido indistintamente al Maestro de la vida de José o a Jacob van Laethem. Bien este retrato, u otro perdido, pudo ser el modelo de otros tres bustos que se conocen de doña Juana: el de Viena se atribuye al Maestro de la Leyenda de la Magdalena; el de Valladolid al Maestro de la Vida de José, o de Aflighem; y un tercero, perteneciente a la colección Duque del Infantado. En todos ellos, la reina aparece con aspecto juvenil y semblante serio y conservan gran parecido entre sí, pero también con los que se conocen de su cuñada, Margarita de Austria, al punto de parecer hermanas (ZALAMA, 2010:19). Zalama encuentra la explicación en que este tipo de representaciones se limitaban a mostrar la dignidad de un personaje, «pero no se paraban en los detalles de su fisonomía» (ZALAMA, 2010:20), lo que no deja de ser significativo cuando uno de los rasgos más sobresalientes de la pintura flamenca era precisamente su extremado realismo.
Otras fuentes, no obstante, mencionan que tenía la cabeza muy alargada y transversalmente aplanada y nos hablan de su prognatismo, heredado por sus sucesores. Sin embargo, estos rasgos no sólo son totalmente obviados por Juan de Flandes en el retrato de Viena, sino también en los demás que se conservan de Juana, y que guardan poco parecido con éste. El primero de todos ellos es uno de cuerpo entero que se exhibe en Bruselas y debió pintarse entre 1504 y 1506 (ZALAMA, 2010:21), cuando ya se había convertido en reina de Castilla. Originariamente formaba parte de un retablo realizado para la iglesia de San Livino de Zierikzee, en Zelanda, atribuido indistintamente al Maestro de la vida de José o a Jacob van Laethem. Bien este retrato, u otro perdido, pudo ser el modelo de otros tres bustos que se conocen de doña Juana: el de Viena se atribuye al Maestro de la Leyenda de la Magdalena; el de Valladolid al Maestro de la Vida de José, o de Aflighem; y un tercero, perteneciente a la colección Duque del Infantado. En todos ellos, la reina aparece con aspecto juvenil y semblante serio y conservan gran parecido entre sí, pero también con los que se conocen de su cuñada, Margarita de Austria, al punto de parecer hermanas (ZALAMA, 2010:19). Zalama encuentra la explicación en que este tipo de representaciones se limitaban a mostrar la dignidad de un personaje, «pero no se paraban en los detalles de su fisonomía» (ZALAMA, 2010:20), lo que no deja de ser significativo cuando uno de los rasgos más sobresalientes de la pintura flamenca era precisamente su extremado realismo.
JUAN DE FLANDES. Felipe el Hermoso (h. 1496) Kunsthistorisches Museum, Viena |
Ya
mencionamos antes el interés que Zalama atribuye a Felipe el Hermoso en las
pinturas de Juan de Flandes durante su corta estancia castellana, a pesar lo
cual la atribución a Juan de Flandes del retrato de Viena despierta más dudas, por
la dureza del modelado y del dibujo, aunque quizás esto pueda ser consecuencia
de alguna restauración (BERMEJO, 1988:14). A pesar de su sencillez, el pintor
ha encontrado la forma de destacar en aquel joven de larga melena rubia que cae
sobre los hombros, sus ricas vestiduras, entre las que sobresale el imponente
cordón del que cuelga el Toisón de Oro, reproducido todo con la minuciosidad
propia de la pintura flamenca. Para Fernández
Álvarez, «es, sin duda, la estampa de un joven Príncipe seguro de sí mismo,
acaso un tanto pagado de su persona, donde la apostura física parece
corresponderse con la posición social, y por ende, como desdeñoso hacia el
mundo que le rodea» (2001:72). Sin embargo, quizá Felipe no fuera tan hermoso
como pueden hacer pensar su apelativo y sus retratos. El cronista Padilla
acierta a destacar entre sus dones físicos su altura, su rostro gentil, sus
ojos hermosos y tiernos «y las uñas más lindas que se vieron a persona»
(PADILLA, 1846:149), pero aprovecha igualmente para recordarnos que tenía la
dentadura en mal estado y que «en su andar mostraba sentimiento algunas veces
por causa que se le salía la chueca de la rodilla, la cual él mismo con la mano
arrimándose á una pared, la volvía a meter en su lugar» (PADILLA, 1846:149). No
parece que ni su dentadura ni su leve cojera fueran inconvenientes para
convertirlo en un empedernido seductor, que «a mujeres dábase muy secretamente,
y holgábase de tener conversación á buena parte con ellas porque se holgaba con
todo placer y regocijo» (PADILLA, 1846:149), lo que provocaría los celos
enfermizos de Juana, a los que la leyenda romántica atribuye como única causa
de su locura. En realidad, su supuesta hermosura, y la de otros príncipes de la
época denominados de la misma manera, no tienen tanto que ver con su belleza
física, sino con su educación , sus habilidades y la compostura que se esperaba
encontrar en una persona de su dignidad, y es que, como apunta Zalama, «el ser
príncipe ya era sobrada belleza» (2010:18).
Al
contrario que ocurre con el retrato de Juana la Loca, el que hizo Juan de
Flandes de Felipe el Hermoso muestra las mismas características que otros de la
misma época que se conservan, en los que aparece representado de busto, de
perfil y gesticulando con las manos, lo que para Zalama constituye una prueba
que demuestra «el
carácter repetitivo y poco naturalista»
(2006:30) de estos retratos, que se limitarían a copiar una iconografía fijada
previamente.
(continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario