En el año 1416, Baccio di Magio, un rico especiero de la ciudad de Arezzo otorgaba su testamento, y disponía que bajo su patronato, se decoraran con pinturas las paredes del coro de la iglesia de San Francisco, en su ciudad. Un año después falleció pero, sin embargo, su legado testamentario no se llevaría a cabo hasta muchos años más tarde, habiéndose de esperar hasta 1447.
Inicialmente, el encargo recayó en Bicci di Lorenzo, un oscuro y mediocre pintor florentino, elegido por los herederos del patrono. En el momento de su fallecimiento, ocurrido cinco años después, en 1452, el trabajo apenas si había comenzado, y sólo había pintado unas pocas escenas.
Los ojos de los comitentes se vuelven entonces a un compatriota que, formado en Florencia, venía avalado por sus trabajos en las cortes renacentistas de Urbino, para el duque Federico de Montefeltro; de Ferrara, para Lionello d'Este; y de Rímini, para Sigismondo Pandolfo Malatesta. Fue, sin duda, el brillo de tan poderosos señores, el que hizo que Arezzo se fijara en Piero della Francesca para proseguir el trabajo.
Los historiadores no se ponen de acuerdo en quién decidió o eligió el tema representado, quizás los donantes, quizás Bicci di Lorenzo, o bien algún franciscano del convento, o incluso el propio Piero. Tampoco importa demasiado quien tuviera tan feliz ocurrencia. El caso es que Piero della Francesca llevó a cabo allí uno de los monumentos pictóricos más importantes del Renacimiento, donde se narra la historia de la verdadera cruz sobre la que Cristo fue crucificado.
Detalle de la muerte de Adán
Los episodios narrados por Piero se basan en la Leyenda áurea, de Iacopo da Varazze (o Vorágine), obispo de Génova, una obra muy popular y bastante solicitada por las comunidades franciscanas. Piero, no obstante, sabe darle actualidad y nueva vida, ya que "como ocurre siempre en Piero, el acento no cae nunca sobre la historia, sobre la acción, sino sobre una presentación de hechos y personas sacados fuera del fluir del tiempo, eternizados, fijados gracias a la búsqueda de la absoluta perfección de las formas, de la plena concordancia de las relaciones proporcionales y espaciales" (Pierluigi de Vecchi, "La obra pictórica completa de Piero della Francesca").
Suele considerarse que los trabajos de Piero en Arezzo transcurrieron entre 1452 y 1459, año en el que sabemos que ya estaba en Roma para trabajar en los palacios vaticanos. Olvidados durante siglos, los frescos sufrieron graves daños y han sido objeto de restauraciones, tan polémicas como suele ocurrir casi siempre en estos casos.
Siguiendo pues, al obispo genovés, Piero della Francesca relata la historia a través de diferentes secuencias repartidas por los espacios del coro. En la mayoría de estos espacios se representa más de un episodio. En el primero, podemos ver a Adán moribundo, que ordena a su hijo Seth que pida al ángel guardián el óleo de la salvación que se le prometiera cuando fue expulsado del Paraíso. El ángel entrega tres semillas a Seth, que deberá depositar en la boca de su padre muerto. De ellas germinará el árbol del que se sacará la madera donde Jesús será crucificado, y la humanidad salvada.
La reina de Saba adorando el madero y su encuentro con Salomón
En tiempos de Salomón, el árbol fue cortado y su tronco se usó como un improvisado puente para cruzar el río Siloé. Aquí relata Piero la historia siguiente. Cuando la reina de Saba visita en Jerusalén a Salomón, al intentar cruzar el río, repentinamente se arrodilla ante el puente para adorarlo y comunica al rey sabio la revelación que ha tenido, que aquel madero habría de causar la muerte de uno por la cual sería destruído el reino de los judíos.
En la siguiente, Salomón, muy preocupado por esta revelación, ordena retirar el madero y enterrarlo profundamente para que no quede ninguna traza del lugar en que se oculta.
En este punto, Piero introduce un elemento que no aparece en el relato de Iacopo da Vorágine, el de la Anunciación. Los historiadores suelen interpretarlo como el elemento de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: el anuncio de la inevitable muerte del hijo en la cruz.
La historia da un salto cronológico y nos traslada al imperio de Constantino. La noche antes del decisivo enfrentamiento con Majencio en el Puente Milvio, el emperador sueña que un ángel le muestra sobre el cielo una cruz sobre la que se podía leer la leyenda "con esta señal serás vencedor". Se ha convertido en una de las escenas más conocidas del ciclo, por el empleo de una luz violenta que precede el tenebrismo.
Al día siguiente se libra el combate. Piero representa al emperador marchando al frente de sus tropas, enarbolando una pequeña cruz de marfil en la mano, y al ejército enemigo huyendo en desorden Tíber arriba. El rostro de Constantino parece ser un retrato del emperador bizantino Juan Paleólogo, quizás un recuerdo personal de Piero della Francesca, quien tuvo ocasión de verlo durante su visita a la ciudad de Florencia con motivo del Concilio de 1439, cuando el pintor vivía en la ciudad. Al contemplar el ejército de Constantino, sobre sus caballos y enarbolando las lanzas, resulta imposible no recordar a Paolo Ucello y su Batalla de San Romano, pintado por los mismos años que Piero trabaja en Arezzo. En ellas debió pensar también, dos siglos más tarde, Velázquez en su famoso cuadro de la Rendición de Breda.
La escena que continúa el relato es la del suplicio del hebreo. Piero elige el momento en que Judas, un judío que conoce el lugar dónde se enterró la cruz, es subido desde el pozo en que Santa Elena, la madre del emperador, había ordenado encerrarlo al negarse a revelarlo. El juez le alza por el cabello, y el judío, por fin, confiesa
Hallazgo de la cruz y comprobación de la verdadera cruz
En el lugar indicado por el hebreo se encuentran tres cruces. Siguiendo el relato de la leyenda áurea, Piero nos muestra el momento en que Santa Elena, para averiguar cuál de las tres corresponde a la de Jesús, ordena colocar a un muerto, que casualmente iban a enterrar, sobre cada una de ellas. Al colocarla sobre la última se obra el milagro y resucita. No hay duda, y Santa Elena cae arrodillada ante ella.
La exaltación de la cruz
En la última pintura que completa el ciclo, Piero escenifica la exaltación de la Cruz. Heraclio la lleva de nuevo a Jerusalén pero, cuando se dispone a entrar en la ciudad a caballo y con gran pompa, un muro de piedra se alza ante él y se lo impide. Un ángel entonces le recuerda con qué humildad había hecho aquella misma entrada Jesús. Piero nos muestra entonces al emperador humilde, despojado de sus insignias imperiales, descalzo e inclinado bajo el peso de la cruz. Sólo entonces le es permitido entrar en la ciudad.
En este grupo de pinturas, la solemnidad característica de Piero della Francesca alcanza, probablemente, sus cotas más elevadas.
En este artículo de Alfredo García podeis ver cómo ha sido tratado el tema de la Vera Cruz en la historia del arte. Y sobre esta misma obra podeis leer también el blog Ars longa, vita brevis una amplia entrada en dos partes. La Banca Etruria, que financió las últimas restauraciones de obras de Piero della Francesca tiene también una página, Progetto Piero della Francesca, donde podeis ver información sobre ellas y también otros aspectos relacionados con la pintura.
Aquí os dejo un pequeño montaje que he preparado sobre este ciclo de pinturas.
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