JACOPO BASANO. San Roque entre las víctimas de la peste y la Virgen en la Gloria (1575). Pinacoteca Brera, Milán |
La posición de
Venecia, en las orillas del Adriático, y con un intenso tráfico marítimo con el
Mediterráneo oriental, hizo que la ciudad fuese especialmente propensa a la
aparición de las epidemias de peste, que se repetían de manera incesante. Paradójicamente
contribuyó al enriquecimiento artístico y monumental de Venecia, porque no era
infrecuente que después de cada uno de estos brotes se erigiesen iglesias,
monumentos o se encargasen pinturas para apaciguar la cólera divina. Ese es el
origen, por ejemplo, de la bellísimas iglesias del Redentor y de Santa Maria
della Salute, construida la primera por Andrea Palladio después de la epidemia
de 1576 por Andrea Palladio; y la
segunda por Baltasar Longhena en el Gran Canal, después de la epidemia de 1630.
Ejemplos que también imitaron otras
ciudades, como Viena, que vio cómo se erigía la imponente iglesia de San Carlos
Borromeo, encargada a Fischer von Erlach después de la epidemia de 1713, y las
numerosas columnas de la peste levantadas en ciudades como Viena, Praga,
Budapest o Bratislava.
Durante una de estas epidemias, en el año
1478, un grupo de venecianos fundaron la Scuola Grande di San Ruocco, para
asistir a los enfermos en los momentos que estallaban estas plagas. Y unos años
después, seguramente hacia 1485, según algunos historiadores como Wadding, fue
cuando se produjo de manera furtiva el traslado de sus restos hasta la vecina
iglesia de San Roque, donde actualmente se le veneran. En 1576, cuando estalló
otra gran epidemia en la ciudad, fue declarado patrón de Venecia, y su
festividad se celebraba con gran pompa en la ciudad el 16 de agosto, y a ella
asistían los más altos dignatarios de la ciudad ducal y el resto de vecino, como
podemos ver en algunas pinturas de Canaletto.
En la iglesia
de San Roque puede contemplarse San Roque
y los apestados (1549), una de las más impactantes pinturas de Tintoretto.
El pintor veneciano no se distingue precisamente por las representaciones de
tipo realista, ya que sus figuras suelen conservar siempre un elemento de
idealismo heróico, como recuerda Echols. Sin embargo, en esta ocasión llama
poderosamente la atención el sombrío realismo con que plasma el interior del
lazareto, acercándonos de modo sobrecogedor, a través de una rica gestualidad,
el sufrimiento, el miedo y la angustia de los enfermos. Los estragos de la enfermedad, como señalan los
especialistas, son perfectamente reconocibles, ya que seguramente los debía conocer muy bien, porque como
cualquier veneciano estaba ampliamente familiarizado con ella.
Para lograrlo Tintoretto se vale de aquellas
cosas que mejor sabe hacer: el cuerpo en movimiento, mediante el empleo de sus
característicos escorzos; la atención que presta a los personajes secundarios,
que se convierten en los auténticos protagonistas, por encima incluso del
propio santo; y el uso de los fuertes contrastes lumínicos que crean la
atmósfera propicia para la escena representada.
Los síntomas
de la enfermedad son tratados también con gran realismo en otras muchas pinturas,
como hace Jacopo Bassano en San Roque
entre las víctimas de la peste y la Virgen en la Gloria (1575), donde se
distinguen con claridad el bubón que solía aparecer en la ingle, cuello o
axila, produciendo un dolor tan intenso que obligaba al enfermo a doblarse y necesitar de la ayuda de un bastón o de
otra persona para caminar, como ocurre aquí.
TINTORETTO, San Roque y los apestados (1549). Iglesia de San Roque, Venecia |
El miedo, la
angustia que siente la gente ante la llegada de la epidemia es también abordado
con gran realismo por algunos artistas. Uno de los cuadros que mejor lo
ejemplifica lo encontramos en el pintor napolitano Domenico Gargiulo, llamado
también Micco Spadaro por el oficio de su padre, fabricante de espadas.
Gargiulo, influenciado por el círculo de pintores bamboccianti que había conocido en Roma, se especializa en la
representación de las historias y acontecimientos de su tiempo desde un punto
de vista realista y popular. Uno de estos acontecimientos terribles a los que
asistió fue el estallido de la epidemia de peste en Nápoles en el año 1656. En La plaza del mercado de Nápoles durante la
peste (1657), el pintor muestra magistralmente el horror de la población y
las distintas reacciones ante la enfermedad. Sobre el suelo de la plaza se muestran
desparramados los muertos. Algunos hombres los arrastran hasta amontonarlos
sobre unos carros para enterrarlos.
Otros se tapan la boca y la nariz, por aquello que dijimos que se pensaba que
los cuerpos contagiaban la enfermedad. Los que permanecen sanos tratan de asistir
a los enfermos, unos dándoles agua para beber, otros ayudándoles a caminar. Al
fondo pueden verse también, varias hogueras y columnas de humo donde se
quemaban las ropas de los infectados. La visión es desoladora y de un carácter
apocalíptico.
La epidemia
fue desoladora, se llevó por delante a la mitad de la población de la ciudad,
entre ellos los pintores Maximo Stazione y Bernardo Cavallino. Como de costumbre, se buscó la intercesión de
algún santo para acabar con la plaga. En este caso el interpelado fue San
Genaro, un santo local de gran devoción en Nápoles. Como agradecimiento, el
virrey de Nápoles, D. Gaspar de Bracamonte, encargó a Luca Giordano que pintase
a San Genaro liberando a Nápoles de la
peste (h. 1656) para la iglesia de Santa Maria del Pianto.
En el barroco,
el arte se convirtió en un todavía más poderoso instrumento de propaganda religiosa,
especialmente en los países católicos. En este punto conviene recordar un par
de directrices emanadas del Concilio de Trento con el que se pretendía definir
la ortodoxia católica frente al avance de la herejía protestante. La primera a
la que quiero referirme es a la justificación por la fe y las buenas obras. Algunos
protestantes, como Calvino, eran defensores de la doctrina de la
predestinación, según la cual, Dios determina desde el principio quién se salva
y quién se condena, por lo que nuestras obras no influyen en nuestro destino,
sino que simplemente anuncian cuál va a ser este. Para los católicos, por el
contrario, para salvarse no basta únicamente con la fe sino que se necesita
también de las buenas obras, y así se recoge, de manera expresa, en el capítulo
XVI de la sesión VI del Concilio de Trento, celebrada el 13 de enero de 1547.
Por otra
parte, los protestantes se habían declarado contrarios al uso de imágenes
sagradas, mientras que el Concilio va a reafirmar su importancia para enseñar
la doctrina a los fieles, la mayoría de los cuales eran analfabetos. El
Concilio lo que hizo fue establecer las reglas que los artistas debían seguir,
al pie de la letra, para abordar el tratamiento de las escenas religiosas, y
así evitar interpretaciones erróneas que sustentasen la herejía protestante.
A partir de
este momento aumentan el número de representaciones que pretenden realzar los
hechos virtuosos, y especialmente las buenas obras, realizadas por aquellos
santos cuya vida puede ser más ejemplarizante. Es el caso de San Carlos
Borromeo al que se le representa muchas veces en su labor asistencial. Un buen
ejemplo lo encontramos en el checo Karel Skréta, el más importante de los pintores barrocos de su país, quien lo representa
visitando a los enfermos de peste. San Carlos Borromeo fue uno de los santos
más admirados de su tiempo. Cuando era obispo de Milán estalló una terrible
epidemia de peste en 1576, conocida como la peste de San Carlos. Con los
lazaretos a rebosar, San Carlos se dedicó a recorrer las calles asistiendo a
los enfermos que estaban desperdigados por las calles, pidiendo limosna para
allegar recursos con que atenderles, llegando a vender los objetos de valor y
hasta las cortinas de su palacio para hacer vestidos. A diferencia de otros
santos, San Carlos no tiene poderes taumatúrgicos ni es capaz de milagros ni
otro tipo de prodigios, sino que simboliza el consuelo en la enfermedad, la
pura filantropía y la generosidad, aquello que se había propuesto impulsar
precisamente el Concilio.
BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos (h. 1672) Hospital de la Caridad, Sevilla |
Para terminar, diremos tan sólo que la última gran epidemia de peste que asoló el continente europeo tuvo lugar en Marsella, otro de los grandes puertos del Mediterráneo por los que solía hacer su entrada la epidemia. Ocurrió en el año 1720, y causó la muerte de unas 40.000 personas, aproximadamente un tercio de la población. El lazareto de la ciudad se encomendó, ¡cómo no! a San Roque y en señal de agradecimiento encargó a Jacques Louis David que pintara a San Roque intercediendo ante la Virgen por la curación de los apestados (1780). Sin duda, resulta mucho más emotiva la visión de los enfermos que la contemplación de las imágenes de la Virgen y el Santo.
Después, la peste desapareció de Europa de manera inexplicable, tan misteriosamente como llegó.
Este articulo se publicó en CaoCultura el 8 de junio de 2017