El abate Henri Breuil en las cuevas de Rouffignac (1957) |
De entre todas las posibles respuestas que se han dado, hay dos que poseen una mayor aceptación entre los estudiosos, la que aportó en los años 50 el abate Henri Breuil, y la teoría que manejó a partir de los 60 André Leroi-Gourhan, ambos franceses. A ellos dos corresponden las imágenes que ilustran este comentario. En la primera puede verse al abate Breuil en las cuevas de Lascaux (Francia), tumbado y contemplando las pinturas del techo, con un cigarrillo encendido colgando de sus labios. En la segunda Leroi-Gourhan se nos muestra con un aspecto de intelectual elegante y refinado, al que contribuye no poco la pipa que sostiene entre sus manos, mientras mira directamente a la cámara. Desde luego, esas fotografías en blanco y negro producen un sentido evocador de otros tiempos, de un espíritu aventurero y pionero, cercanos a la imagen cinematográfica de un Indiana Jones. Pero también ilustran perfectamente, lo que sufrieron las pinturas paleolíticas durante muchos años, hasta el punto de correr un grave peligro de desaparición y tener que tomar medidas extremas para su protección, como es el caso de las propias cuevas de Altamira y de Lascaux.
André Leroi-Gourhan |
Por su parte, André Leroi-Gourhan, formuló una teoría mucho más compleja, de carácter estructuralista, y a la que no es ajena su propia formación como antropólogo. A partir del análisis in situ de más setenta cuevas europeas, y aplicando métodos estadísticos, creyó encontrar en todas ellas un patrón de comportamiento común. En contra de la opinión sostenida hasta entonces, afirmó que la distribución de las imágenes y su localización en el interior de las cuevas, no era aleatorio ni producto del azar, sino que reproducían una secuencia que se repetía de una a otra. Según él, hay determinados animales, el bisonte y el caballo, que ocupan el centro de las composiciones; mientras que otros, como los ciervos, cabras, etc., tienen una disposición periférica con respecto a los primeros. A partir de ahí, concluyó que el bisonte y el caballo representaban, respectivamente, lo femenino y lo masculino, es decir, las fuerzas opuestas y complementarias del Universo que generan la vida. En su opinión, las cuevas pintadas serían una especie de santuarios religiosos, en los cuales podrían haberse llevado a cabo determinados ritos de iniciación, relacionados con el paso de la adolescencia a la vida adulta. Los detractores de esta teoría argumentan que, de ser cierta, exigiría que todas las pinturas se hubiesen realizado de una vez, siguiendo un "programa", lo que no siempre se corresponde con las dataciones cronológicas de las pinturas, y además en muchas de las cuevas no se encuentra la misma organización.
Sean las explicaciones estas, o cualquiera de las otras que se han dado, la respuesta sigue abierta.
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