A lo largo de los siglos XVIII y XIX se desarrolló en toda Europa, con gran éxito, la pintura de historia, hasta el punto que la representación de los temas del pasado se convirtió en el más importante de los asuntos del arte académico. Gran número de artistas se valieron de ellos para participar en los concursos y exposiciones a través de las cuales se promocionaba su carrera. Así pues, la nómina de obras neoclásicas, románticas y realistas de asunto histórico es muy extensa. Como ocurría con casi todo lo que rodeaba el arte oficial, también la pintura de historia se sujetaba a unas estrictas normas sobre las formas y maneras de representar estos temas, recogidos en los libros que manejaban los aspirantes a artistas en los centros académicos, como fue el caso del "Manual del pintor de historia" de Francisco de Mendoza.
En el caso de España, el género tiene sus antecedentes en el siglo XVIII, en algunas obras de Lucas Jordán, Vicente López y algún otro, pero tendrá su época dorada durante los escasos treinta años que transcurren entre la segunda mitad de los años cincuenta y finales de los ochenta del siglo XIX. Al éxito contribuyeron de manera destacada, en primer lugar, las exposiciones nacionales, en las que más de las dos terceras partes de las obras premiadas eran cuadros de historia; en segundo lugar, las oposiciones para obtener las ansiadas pensiones en Roma y París, donde los artistas podían completar su formación, y que incluían este género entre los temas a tratar por los aspirantes; y, en tercer lugar, también las becas que otorgaban administraciones como ayuntamientos y diputaciones a los artistas. Sin duda, el Estado se valió de este tipo de obras para exaltar el nacionalismo decimonónico, ya que de hecho se convirtió en prácticamente el único cliente de estas pinturas, generalmente de enormes dimensiones.
JOSÉ CASADO DEL ALISAL. El juramento de las Cortes de Cádiz (1862). Congreso de los Diputados, Madrid.
Uno de los pintores más destacados del género fue el palentino
José Casado del Alisal (Villada, 1832 - Madrid, 1886), con obras como "Últimos momentos de Fernando IV el Emplazado", "La campana de Huesca", "El juramento de las Cortes de Cádiz" y "Batalla de Clavijo". Discípulo de Federico Madrazo, fue, en palabras de Benito Pérez Galdós, uno de los artistas más brillantes de su generación. Completó su formación, primero en Roma, donde llegó a ser director de la Academia Española de Bellas Artes, y luego en París, donde pintaría "La rendición de Bailén", su obra más importante. Pero Casado del Alisal no fue sólo un pintor de historia, cultivó también el retrato, género en el que plasmó algunos de los personajes más relevantes del siglo XIX, como Espartero, Isabel II, Alfonso XII, Sagasta o Emilio Castelar; y también el cuadro de género en obras como "Dama con abanico", "Mujer con mantilla blanca" o "Retrato de una dama francesa".
La batalla de Bailén (19 de julio de 1808) constituyó uno de los episodios más destacados de la Guerra de la Independencia Española, que enfrentó a los españoles contra los franceses tras la invasión napoleónica. El combate librado en tierras andaluzas por un ejército francés de 21.000 hombres al mando del
mariscal Dupont, contra otro español dirigido por el general
Francisco Javier Castaños, compuesto por 24.000 soldados, se antojaba decisivo en el transcurso de la guerra, al menos por la parte española. El objetivo de Castaños era cortar las comunicaciones de las tropas francesas que ocupaban Andalucía con el centro de la península. La empresa no era fácil, y el ejército napoleónico, invencible hasta el momento en todos los campos de batalla europeos, sufrió aquí su primera e inesperada derrota en tierra. La victoria española cambió el curso de la guerra. José I Bonaparte, hermano del emperador y coronado rey de España, hubo de abandonar el trono y salir de Madrid. El propio Napoleón al frente de la
Grande Armée hubo de tomar el mando de las operaciones, y una ocupación, prevista inicialmente como sencilla, terminó por convertirse en una guerra de seis años en la que empezó a gestarse el fin del imperio napoleónico.
ANTOINE-JEAN GROS. Napoleón en la batalla de Eylau (1808). Museo del Louvre, París.
La pintura de Casado del Alisal constituye un buen ejemplo de realismo retrospectivo, es decir, el intento de recrear de un modo realista hechos ocurridos en el pasado, aunque el artista se permite el uso de alguna licencia. El cuadro fue realizado por el pintor en París, entre 1863 y 1864, más de medio siglo después del hecho que se está contando, y Casado aprovecha la circunstancia para refundir en él dos episodios distintos que, además, tuvieron lugar en días consecutivos: la capitulación de las tropas francesas que tuvo lugar el día 22 de julio, con la presencia de Vedel y Dufour, y la ceremonia de rendición, propiamente dicha, que tuvo lugar al día siguiente, con el desfile de Dupont y sus tropas rendidas ante Castaños. De este modo aparecen reunidos en la obra personajes que no estuvieron presentes en la ceremonia de rendición, como fue el caso del mariscal de campo suizo
Teodoro Reding von Biberegg, que mandaba una de las divisiones españolas y que para algunos fue el auténtico artífice de la victoria española. Tampoco estuvieron presentes, aunque aparecen en el cuadro, el
marqués de Coupigny, un mariscal de campo francés huido tras la revolución y que combate contra Napoleón al lado de los españoles, ni el general
Jacques Nicolas Gobert, herido de muerte en Mengíbar en las escaramuzas previas a la batalla propiamente dicha.
En
La rendición de Bailén, el autor hace uso de una amplia y equilibrada gama cromática, de un dibujo firme y seguro y, sobre todo, de un apreciable gusto por el detalle que se manifiesta especialmente en los uniformes franceses, que pudo estudiar con atención durante su estancia en la capital francesa. Los elementos anecdóticos salpican la obra, en pequeños detalles como el garrochista herido, que en medio de la solemne ceremonia aprovecha para vendarse una pierna, el oficial francés que sube a su caballo o el arma rota y abandonada sobre la hierba seca en el ángulo inferior derecho.
DIEGO DE SILVA Y VELÁZQUEZ. La rendición de Breda (1634-35). Museo del Prado, Madrid.
La escena está contada con la teatralidad y gestualidad propia del género y del gusto de la época. En el centro de la pintura, Casado sitúa a los dos personajes centrales, el general Castaños a la izquierda y el mariscal Dupont a la derecha. Tras cada uno de ellos aparecen sus oficiales y ejércitos respectivos. Los españoles aparecen ligeramente representados en un plano superior, mientras que el ejército francés, a la derecha, derrotado, se sitúa empequeñecido en un plano ligeramente inferior. En el lado de los españoles destaca la actitud gentil y caballeresca de Castaños que, inclinándose ligeramente, se levanta el sombrero saludando a Dupont. Otros oficiales, en cambio, como Reding y el teniente general Manuel de la Peña, que aparecen tras Castaños, mantienen una actitud seria y orgullosa, similar a la del propio Dupont que, a pesar de abrir sus brazos en señal de rendición, muestra un semblante altivo y orgulloso, no exento de cierta arrogancia, lo mismo que Gobert, reconocible por su cabeza vendada y brazo en cabestrillo. Sin duda, la introducción de este último personaje por Casado del Alisal es uno de los grandes aciertos de la obra, ya que con su mirada fiera y su aspecto de soldado curtido en mil batallas, atrae nuestra mirada y se convierte en uno de los protagonistas indiscutibles de la pintura.
VICENTE LÓPEZ PORTAÑA. General Francisco Javier Castaños, I Duque de Bailén (1848). Col. Duque de Bailén, Toledo.
En la obra pueden rastrearse las influencias de François Gerard y de
Antoine-Jean Gros, que realizaron numerosas composiciones exaltando las
campañas napoleónicas y cuya obra Casado del Alisal tuvo ocasión de
conocer durante su estancia en París, cuando pintó este cuadro; aunque, por encima de todas ellas, se ha destacado con frecuencia, y con razón, la enorme deuda que
La rendición de Bailén tiene con
La rendición de Breda, de Velázquez, tanto en la disposición, como en la vista panorámica, las banderas y la gama de retratos. Sin embargo, mientras en la obra del sevillano, se aprecia con claridad quién es el vencedor y quién es el vencido, en la de Casado del Alisal, puede prestarse a confusión. El gesto caballeroso y, sobre todo, la inclinación de cabeza de Castaños frente a Dupont que se mantiene erguido y recto, pueden llevar a pensar, en una primera impresión, que es el francés el victorioso, y nos obliga a acudir a los pequeños detalles (las manos) para apreciar la realidad de los hechos. Sin embargo, cuando se analiza la obra con más atención, nos damos cuenta que la actitud altiva de Dupont hace todavía más amable y gentil el personaje de Castaños. Quizá de este modo, el pintor quiso saldar una vieja deuda moral contraída por el general español con los franceses rendidos.
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Monumento a los soldados franceses, Cabrera |
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Las condiciones de la rendición pudieron considerarse suaves, según los términos de la época. Castaños y Dupont acordaron que las tropas francesas habrían de ser embarcadas y repatriadas a Francia, concretamente a Rochefort, sin embargo, la Junta Suprema que gobernaba España, presionada por sus aliados británicos, no quiso ratificar este acuerdo y sólo permitió la liberación y repatriación de Dupont y sus oficiales. Los soldados, en cambio, en un número aproximado de catorce mil, quedaron como prisioneros y fueron conducidos a Cádiz, escoltados por las tropas españolas para protegerlos de las iras del pueblo, conocedor por aquellas fechas del saqueo de Córdoba y los excesos cometidos por las tropas napoleónicas. En Cádiz fueron encerrados en pontones, cinco viejos barcos de guerra a modo de prisión, con capacidad, como mucho, para cinco mil hombres, claramente insuficientes para el número de prisioneros. Pronto, el hacinamiento, la falta de condiciones higiénicas y la mala alimentación provocaron una serie de enfermedades que causó la muerte de unos cuatro mil franceses. Para evitar el contagio, las autoridades ordenaron el traslado de unos diez mil a la desierta isla de Cabrera, en el archipiélago balear. Allí puede decirse que quedaron prácticamente abandonados a su suerte, los barcos con suministros, que al principio llegaban cada cuatro días, pronto empezaron a dejar de acudir, y el hambre, la sed, la miseria, la desesperación (parece que llegaron a darse casos de antropofagia) y, finalmente, la muerte se apoderó de más de la mitad de aquellos infortunados soldados de Napoleón.
Sobre la batalla de Bailén hay numerosas páginas, y una de las más completas es la que el ayuntamiento de la ciudad abrió con motivo del
bicentenario de la batalla. Por lo que respecta a la suerte de los prisioneros franceses en Cabrera, podeis leer este artículo de
Francisco Mir.
Todas las fotografías están tomadas de wikipedia, excepto la del monumento a los soldados franceses en Cabrera que está tomada de
Fotos Antiguas de Mallorca.