El primer viaje lo realiza Velázquez en 1629, casi inmediatamente después de la partida de Rubens de Madrid. No es difícil considerar que las conversaciones entre ambos durante los meses que permaneció el flamenco en España debieron abrirle los ojos al andaluz sobre las limitaciones de su formación como pintor y la necesidad imperiosa de ampliarla con el conocimiento directo de las obras de los grandes maestros del Renacimiento, especialmente de los venecianos. Es posible, incluso, que ambos pintores pensaran realizar juntos ese viaje, ya que Rubens pensaba viajar de Madrid a Italia, aunque hubo de variar sus planes y viajar primero a Bruselas y luego a Londres para unas negociaciones de paz (HARRIS, 2003, p.15). El viaje parece que fue simplemente un viaje de estudios, aunque se llegó a pensar que pudiera esconder alguna misión secreta de carácter diplomática de la que los monarcas europeos acostumbraban a hacer en alguna ocasión a los artistas, como había sido el caso del propio Rubens, sin ir más lejos.
La reconstrucción de ese primer viaje a Italia ha sido objeto de numerosos intentos por parte de la historiografía especializada, sin embargo, la falta de una documentación más precisa que la que aportan Pacheco y Palomino, no ha permitido saber mucho sobre el mismo, a pesar de que duró año y medio.
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VELÁZQUEZ. La Última Cena (1629), copia de un original de Tintoretto. Real Academia BBAA San Fernando, Madrid. Fot. de descubrirelarte.es |
Velázquez embarca en Barcelona rumbo a Génova en agosto de 1629, acompañando al séquito de
Ambrogio de Spinola (a quien años después inmortalizaría en
La rendición de Breda), que tenía como objetivo defender los intereses españoles en la sucesión del ducado de Mantua. De allí pasa a Milán y luego a Venecia, que junto con Roma, constituyen los dos destinos en los que más interesado se muestra Velázquez. En la Serenísima República pudo visitar sus palacios y admirar sus formidables colecciones de pintura, aunque eso sí, para garantizar su seguridad, el embajador español le hizo escoltar constantemente por gente de su servicio, y es que en aquellos días las relaciones entre España y la hermosa ciudad del Adriático no pasaban por sus mejores momentos, ya que defendían intereses contrapuestos en la disputa por la sucesión del ducado de Mantua. La luz y el color de la ciudad atraparon desde entonces, y para siempre, los pinceles de Velázquez, como lo había hecho antes con Tintoretto, Veronés y Tiziano. Durante su estancia veneciana, Velázquez copió algunos cuadros, entre ellos, una obra de Tintoretto en la Escuela de San Rocco que trajo a España, y que, a pesar de las dudas que todavía mantienen algunos historiadores, parece que se trata de
La Última Cena que se expone en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando.
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GUERCINO. La Aurora (1621). Techo del Casino de la Villa Ludovisi, Roma. Fot. wikipedia |
Al abandonar Venecia pasó por Ferrara y se detuvo en Cento, donde cuenta Palomino que "estuvo poco pero muy regalado", haciendo referencia, posiblemente, a su encuentro con Guercino, pintor unos pocos años mayor que Velázquez, discípulo de Ludovico Carracci, y que gozaba en aquel momento de una gran fama en toda Italia. La influencia que ejerció la pintura de Guercino puede rastrearse en la humanización de los personajes sagrados, en el tratamiento de los desnudos y en el color de las obras de Velázquez de este período, como
La túnica de José y
La fragua de Vulcano, así como también en el paisaje de las dos pequeñas y maravillosas
Vistas de la Villa Médicis. Aunque durante mucho tiempo hubo dudas sobre la fecha de ejecución de estos dos pequeños cuadros, ha quedado demostrado que los hizo durante este primer viaje.
El encuentro con Guercino no fue para Velázquez uno más, todo lo contrario, ya que "fue Guercino el artista italiano que más ayudó a Velázquez a encontrar su camino personal" (GÁLLEGO, 1988, p. 80).
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JUSTUS SUSTERMANS. Galileo Galilei (1636) Museo Marítimo Nacional, Greenwich, Londres Fot. wikipedia |
Llama la atención que no se detuviera apenas en Bolonia, la cuna de los Carracci, y que ni siquiera pasara por Florencia, para dirigirse directamente a Roma, envuelta en aquel momento en la polémica entre el caravaggismo radical, encarnado por los
bamboccianti, y el clasicismo romano-boloñés del propio Guercino y su gran rival, Guido Reni. A su llegada a Roma, su amigo el cardenal Francesco Barberini, sobrino del papa Urbano VIII, le buscó unas habitaciones en los Palacios Vaticanos, pero Velázquez prefería vivir en otro lugar. El embajador de España escribió a Florencia, al Gran Duque de Toscana y consiguió que le diese permiso para alojarse en la Villa Médicis, un favor que sólo se concedía a personalidades muy ilustres que visitaban la ciudad, como fue el caso de Galileo Galilei, que llegó a Roma en mayo de 1630, el mismo mes que Velázquez, "quien pudo ser muy bien uno de los invitados de los que se dijo que habían disfrutado especialmente de la conversación del gran científico" (HARRIS, 2003, p. 17). Galileo, que contaba entonces sesenta y seis años, había venido a la ciudad para presentar y solicitar el
imprimatur de la obra que iba a revolucionar la ciencia moderna, el
Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo (aunque no se publicó hasta dos años más tarde), que costaría al científico el penoso y conocido segundo proceso inquisitorial, en el que fue obligado a abjurar de la teoría heliocéntrica en la iglesia romana de Santa María Sopraminerva.
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VELÁZQUEZ. Las Meninas (1656). M. del Prado, Madrid Dibujo de la constelación de Corona Borealis sobre los
corazones de los protagonistas del cuadro. Fot. wikipedia |
En realidad, Galileo y Velázquez, aunque fueron huéspedes al mismo tiempo del Duque de Toscana, se alojaron en lugares diferentes, ya que el primero lo hizo en la residencia oficial, en el Palazzo Firenze, y nuestro pintor en el Palacio del Jardín, o sea, la Villa Medicis, en la que había estado Galileo en una visita anterior quince años atrás. No resulta inverosímil que llegaran a conocerse personalmente, como apunta Enriqueta Harris, ya que es sobradamente conocida la afición del científico a la pintura y su amistad con muchos de los artistas de su tiempo, así como también el enorme interés de Velázquez por la ciencia, y la astronomía en particular. Ese interés llevó a Velázquez a reunir en su biblioteca un buen número de libros científicos, varios de ellos de astronomía y cosmografía, a los que añadió una colección de cinco telescopios, lo que ha permitido, incluso, que se haya utilizado la simbología astrológica para interpretar su obra más famosa,
Las Meninas. Ángel del Campo
hace de esta pintura una lectura de la continuidad dinástica, entre las figuras de los reyes, representadas en el espejo del fondo, y su hija, la infanta Margarita, en el centro de la composición. En primer lugar, las cabezas de los personajes de la derecha y las manchas de los cuadros, dibujan la constelación de Capricornio, que tiene un marcado signo protector, y cuyo centro es el espejo con los reyes. En segundo lugar, si se unen los corazones de los cinco personajes principales, se forma la constelación de Corona Borealis, cuya estrella central es Margarita Coronae, el mismo nombre de la infanta. De este modo, la continuidad dinástica está en la infanta, ya que conviene no olvidar que en aquel momento era la heredera de la corona española.
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BERNINI. Baldaquino de San Pedro (1623-33) Basílica San Pedro, Roma. Fot. wikipedia |
Durante su estancia en Roma, Velázquez pudo admirar ya la fachada de San Pedro, concluida por Carlo Maderno en 1617, y dispuso de la ocasión de visitar los palacios vaticanos. Sabemos por Pacheco que, a través de su amistad con el cardenal Barberini, a Velázquez se le hizo entrega de las llaves de las salas del Vaticano pintadas al fresco por Zuccaro, y que los guardas tenían orden de facilitar su entrada, a su capricho, a la Capilla Sixtina y las estancias de Rafael, donde pasó muchas horas haciendo dibujos. Así que, como vemos, Velázquez disponía de una gran facilidad de movimientos por todo el recinto. En los meses que pasó allí, Gian Lorenzo Bernini y sus colaboradores (entre los que se encontraba Borromini), estaban trabajando en la basílica de San Pedro, ocupados en la realización del Baldaquino (1623-1633), bajo la cúpula de Miguel Ángel y sobre el lugar donde la tradición situaba la tumba del apóstol San Pedro, en los nichos de los pilares que sostienen la cúpula y las estatuas que hoy se encuentran ellos, y, al mismo tiempo, en el monumento funerario del todavía papa Urbano VIII.
Aunque no hay constancia que los dos genios, casi de la misma edad, llegaran a conocerse ahora, resulta difícil imaginar que no ocurriera así, estando uno tan cerca del otro, y conocedor Velázquez de los cardenales que protegían a Bernini y otros artistas, por lo que, como apunta Bennassar, "es inimaginable que el pintor andaluz desperdiciara las oportunidades de completar su experiencia de la pintura italiana y de conocer las nuevas orientaciones, cuando la primera finalidad de su viaje era precisamente saberlo todo y comprenderlo todo sobre las artes de Italia, desde el Renacimiento hasta el Barroco" (BENNASSAR, 2013, p. 79)
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VELÁZQUEZ. María de Austria, reina de Hungría (1630) M. del Prado, Madrid. Fot. wikipedia |
Desde Roma, y antes de regresar a España, Velázquez se desplazó hasta Nápoles para retratar a la hermana del rey, doña María de Austria, que estaba en la ciudad camino de Alemania para casarse con su primo Fernando de Habsburgo, rey de Hungría, y convertirse más tarde en emperatriz de Austria. Allí hubo de encontrarse y conocer a José de Ribera,
lo Spagnoletto, el pintor valenciano afincado desde hacía una década en la ciudad y casado con la hija del pintor
Giovanni Bernardino Azzolini. Ribera ocupaba una respetada posición como pintor en la corte de los virreyes españoles y hacía poco que se había convertido en miembro de la prestigiosa Academia de San Lucas. Curiosamente, en esos años, Ribera experimenta una transformación en su pintura, similar a la que va a darse en el sevillano tras su paso por Italia, alejándose de las influencias de Caravaggio para redescubrir el colorido de los grandes maestros romanos y venecianos del renacimiento, que plasma en obras de una intensa belleza. A partir de ahora, desarrolla el período más fructífero de su carrera. Pacheco, el suegro de Velázquez, destaca también como ambos pintores compartían el mismo talento y habilidad para pintar al natural.
BIBLIOGRAFÍA:
- BENNASSAR, Bartolomé. Velázquez. Vida. Cátedra, Madrid, 2012.
- BONET CORREA, Antonio y otros. Real Academia de San Fernando, Madrid. Guía del Museo. Real Academia de San Fernando, Madrid, 2012.
- CÁMARA MUÑOZ, Alicia; GARCÍA MELERO, José Enrique.; URQUÍZAR HERRERA, Antonio. Arte y poder en la Edad Moderna. Ed. Universitaria Ramón Areces, Madrid, 2010.
- DEL CAMPO Y FRANCÉS, Ángel. La magia de las Meninas: una iconografía velazqueña. Colegio de Ingenieros, Caminos, Canales y Puertos, Madrid, 1978.
- ESPADAS BURGOS, Manuel. Buscando a España en Roma. Lunwerg Editores y CSIC, Barcelona, 2006.
- GÁLLEGO, Julián. Diego Velázquez. Anthropos, Barcelona, 1988.
- HARRIS, Enriqueta. Velázquez. Akal, Madrid, 2003
- JUSTI, Karl. Velázquez y su siglo. Istmo, Madrid, 1999.
- MARTÍNEZ LEIVA, Gloria y RODRÍGUEZ REBOLLO, Ángel. "La Última Cena de Cristo: Velázquez copiando a Tintoretto". Archivo Español de Arte, 336, 2011, pp. 313-336.
- PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso. "Velázquez y su arte". Velázquez. Cat. exposición. Museo del Prado, Madrid, 1990, pp. 21-56
- SÁSETA VELÁZQUEZ, Antonio. "Las Meninas. Magia catóptrica. La reconstrucción tridimensional del cuadro". Cuadernos de los Amigos de los Museos de Osuna, 13, 2011, pp. 89-98. [en línea].
- SHEA, William R. y ARTIGAS, Mariano. Galileo en Roma. Crónica de 500 días. Encuentro, Madrid, 2003.