G. BERNINI, Obelisco del elefante (1667), Roma |
Una vez más el
arte se convierte en desgraciado protagonista de las noticias. Esta vez ha sido
con motivo de los desperfectos causados en el conocido como Obelisco del
Elefante, una popular obra de Gianlorenzo Bernini situada en la céntrica Piazza
della Minerva, frente a la iglesia de Santa María sopra Minerva y a escasos
metros del Panteón de Roma. Hace unos días apareció sobre el suelo, en la base
del monumento, un trozo de uno de los colmillos del animal en circunstancias
que aún no han sido aclaradas. El lugar, muy transitado por romanos y turistas,
lo utilizan también a menudo los chiquillos como improvisado campo de fútbol para
repartir algunas patadas a un balón, como puede verse en algunas de las
fotografías que tomé durante una visita a Roma hace un par de años. La
hipótesis más probable para las autoridades, sin embargo, es que se trate de un
nuevo acto vandálico. Si fuera así, no dejaría de ser una ironía, ya que se
trata de un monumento consagrado a la sapienza,
es decir, a la sabiduría, cualidad que no parece que tengan el autor o autores
de este atentado al patrimonio. En cualquier caso, el incidente debe servir
para replantearse cómo gestionar adecuadamente el disfrute y la protección de un
patrimonio que es irremplazable.
El monumento
está formado por un elefante que sostiene un obelisco que mide algo menos de
seis metros de altura, lo que le convierte en el más pequeño de todos los que
hay en Roma. El obelisco está labrado con jeroglíficos por sus diferentes
caras, como es habitual en estos monolitos que solían colocarse por pares a la
entrada de los antiguos templos egipcios, como símbolos del dios Ra. Es de
granito rojo y fue realizado en la dinastía XXVI (siglo VI aC), en tiempos del
faraón Apries, para un templo de la ciudad egipcia de Sais. De allí se trasladó
a Roma, como otros muchos, y se colocó frente a un templo consagrado a Minerva,
que es el solar que ocupa actualmente la iglesia de Santa María Sopraminerva.
Precisamente en los jardines adyacentes a la iglesia donde había estado un templo
consagrado a Isis, destruido en tiempos de Augusto, fue donde se encontró el
obelisco en el año 1665.
En aquellas
fechas, Roma estaba gobernada por el Papa Alejandro VII, muy aficionado a la egiptología.
No olvidemos que en la capilla familiar de los Chigi, en la iglesia de Santa
Maria del Popolo, las tumbas de sus antepasados Agostino y Sigismondo Chigi, diseñadas
por Rafael un siglo antes, están coronadas por una pirámide. Así que cuando
tuvo conocimiento del descubrimiento hizo llamar a Roma al sabio y erudito
alemán Athanasius Kircher, un jesuita muy famoso en el siglo XVII y considerado
como un experto en jeroglíficos. Kircher llegó a realizar una traducción de los
jeroglíficos, que como el resto de las suyas, carece de cualquier valor.
A
continuación, Alejandro VII decidió colocar el obelisco en el lugar que hoy lo
vemos, frente a la iglesia de los dominicos. A la vista del simbolismo que se
imprimió al monumento, no parece una elección casual, ya que la iglesia era la sede
del tribunal romano de la Inquisición, donde tan sólo unos años antes, la
mañana del 22 de junio de 1633, hubo de comparecer Galileo Galilei para abjurar
de su teoría heliocéntrica. El Papa decidió que la ejecución del proyecto
recayese en Bernini, el más importante de los arquitectos y escultores del
barroco italiano. Bernini realizó varios diseños. En el primero de ellos hacía
sostener el obelisco mediante un grupo de figuras angelicales, como si fueran
atlantes o telamones, en una composición de equilibrio inestable que suponía un
desafío a la gravedad; en un segundo diseño, el obelisco pasa a ser sostenido
directamente por un atlante. Finalmente, Bernini encuentra la feliz solución
del elefante sosteniendo el obelisco. Recupera una idea que ya había utilizado
años antes, con motivo de unas decoraciones efímeras que le encargó la corte
española en 1651 para festejar el nacimiento de la infanta Margarita. La obra,
diseñada por Bernini, terminó ejecutándola uno de sus más destacados
colaboradores, el escultor Ercole Ferrata. Ferrata había llegado a Roma en 1647
y, sin llegar nunca a formar parte de sus talleres, colaboró asiduamente tanto
con Bernini como con Algardi, incluso siguió haciéndolo después de 1660, cuando
ya disponía de un taller propio.
G. BERNINI. Obelisco del elefante (1667), detalle. Roma |
La idea del
elefante sosteniendo un obelisco fue muy del agrado del Papa. Bernini tomó la
imagen del Hypnetoromachia Poliphili
(El sueño de Poliphilo), una obra de
Francesco Colonna publicada en Venecia en 1449 por el famoso editor Aldo
Manuzzio, que lo presentó acompañado de unos maravillosos grabados, considerados
por muchos como la auténtica clave del éxito de la obra. Fue lo que hoy
podríamos considerar como un best-seller. Cuenta como Poliphilo persigue a su amada
Polia a través de unos paisajes de fantasía hasta que finalmente los amantes se
reconcilian. Se trata de una alegoría llena de referencias simbólicas que
constituyen una muestra del ideario hedonista del Renacimiento. En una de
ellas, Poliphilo encuentra un elefante hecho de piedra que porta un obelisco
sobre su grupa.
El significado
del monumento aparece desvelado en las dos inscripciones epigráficas en latín
que aparecen en la base, en las que el propio Alejandro VII intervino
directamente, bien dictándolas o, al menos, corrigiéndolas. En la primera de
ellas podemos leer lo siguiente: “Alejandro
VII dedicó este antiguo obelisco, monumento a la Pallas egipcia, rescatado del
suelo y erigido en la plaza que tiempo atrás fue de Minerva y hoy de la Madre
de Dios, a la Divina Sabiduría, en el año 1667”. Curioso ejercicio de
sincretismo y asimilación mediante el cual un monolito consagrado a Isis, a
Minerva y a la Virgen, se convierte en símbolo de la Divina Sabiduría, como nos
recuerda R. Quarta.
G. BERNINI. Obelisco del elefante (1667), det. Roma |
La segunda
inscripción está situada a la espalda de la anterior, y todavía es más
explícita en cuanto a la interpretación simbólica del monumento: “Estos símbolos de la sabiduría de Egipto
que ves grabados en el obelisco que sostiene un elefante, el más poderoso de
todos los animales, son la prueba de que es necesaria una mente fuerte para
sostener una sólida sabiduría”. De este modo, el obelisco con los
jeroglíficos simbolizan la “sólida sabiduría”, mientras que el elefante es la “mente fuerte”
que la sostiene. Esta interpretación se refuerza aún más, como dice Quarta, si
recordamos que los hombres del Renacimiento veían en el elefante el símbolo de
la prudencia, que habitualmente se identifica con la Sabiduría, que es inspiradora
de la virtud.
Pero aún hay
más, porque el escudo de armas de la poderosa familia Chigi, a la que
pertenecía Alejandro VII, con sus montañas y estrellas, aparece repetida en la
cima del obelisco, en la manta que cubre la espalda del animal y en el basamento
que sostiene ambas figuras, lo que puede interpretarse como que el Papa
representa la Sabiduría moderna, que se resume en la antigua y la transmite.
Alejandro VII murió precisamente en 1667, cuando se erigió el monumento, y sus
restos reposan en la espectacular y dramática tumba que concibió Bernini en la
basílica de San Pedro.
Este artículo se publicó en CaoCultura, el 18 de noviembre de 2016