"En memoria de Leon Battista Alberti, el Vitrubio florentino.
Aquí yace Alberti León, al que
la ciudad de Florencia llamó con todo derecho León,
porque fue el príncipe de los sabios,
príncipe como sólo el león lo es de las bestias"
Con este epitafio cierra Giorgio Vasari la biografía que hace de León Battista Alberti en su célebre Vidas. En él se describe de manera certera la figura y la obra de uno de los genios del Renacimiento. Por una parte, le reconoce su carácter de estudioso y teórico del arte, y de la arquitectura en particular, equiparándolo al gran arquitecto romano cuyos secretos se esforzó en descubrir Alberti. Por otra parte, al llamarle príncipe de los sabios, viene a poner de manifiesto su papel como prototipo de hombre renacentista: humanista, filósofo, escritor, poeta, científico, urbanista, artista, músico, brillante conversador e incluso extraordinario atleta (se decía que era capaz de saltar con los pies juntos sobre la cabeza de un hombre).
En su libro, Vasari destaca el papel de Alberti como teórico, en su opinión mucho más importante que su labor como arquitecto, gracias sobre todo a la publicación de los diez volúmenes que componen su De re aedificatoria (1452), y lo hace de este modo:
Desde que Vasari escribiese estas palabras, no es raro que se destaque más al teórico que al arquitecto, sin embargo, esto no deja de ser una apreciación excesivamente rigurosa. Se le reprocha a Alberti que en lugar de construir él mismo los edificios, se limitase a diseñarlos y proyectarlos, dejando la dirección técnica de los mismos en manos de arquitectos de la época como Matteo de Pasti, Bernardo Rosellino, Luca Fancelli y otros. Pero no es menos cierto que sus reflexiones teóricas sobre arquitectura hubiesen quedado prácticamente en el olvido, como las de Vitrubio, de no haber proyectado esos edificios, dibujado sus planos y construído sus maquetas, con las que finalmente se levantaron los edificios que soñó. Además, con esta postura Alberti no hace más que subrayar el carácter intelectual que otorgaba al artista, diferenciándolo claramente del trabajo artesanal al que se equiparaba en aquel momento. Todo un rasgo de modernidad.
LEÓN BATTISTA ALBERTI. Iglesia de Santa María Novella (1470), Florencia. (Fot. wikipedia)
Aunque se le considera un arquitecto florentino, la verdad es que Alberti no pisó Florencia hasta 1434, cuando contaba ya 30 años. Si lo era su familia, dedicada a los negocios del comercio y la banca. Su padre debió abandonar la ciudad por motivos políticos hacia el año 1402, poco antes del nacimiento de León Battista, y se dirigió a Génova, donde nacería el futuro arquitecto en 1404. Más tarde junto al resto de la familia se trasladaría a Venecia, luego a Padua, Bolonia (donde se ordenó sacerdote) y Roma. Además, en Florencia tampoco trabajó mucho, realizando tan sólo tres proyectos, todos relacionados con la poderosa e influyente familia Rucellai: el edículo en la capilla de la familia en la iglesia de San Pancracio, la fachada de la iglesia de Santa María Novella y el palacio Rucellai. Mientras que Brunelleschi y Michelozzo pueden considerarse los auténticos instauradores del Renacimiento en Florencia, Alberti fue quien difundió el nuevo lenguaje arquitectónico por el resto de la península italiana.
En Santa María Novella, Alberti se inspira en la iglesia románica de San Miniato al Monte, en la propia ciudad, de donde llega a tomar incluso algunos detalles tan evidentes como la decoración bícroma del conjunto. Lo más destacado de Santa María, no obstante es la rigurosa composición geométrica basada en la modulación del cuadrado, y la utilización de contrafuertes en forma de volutas, solución que luego sería muy utilizada por otros arquitectos.
En cuanto al Palacio Rucellai, lo más destacado es su fachada, diferente a la empleada por Michelozzo para el Palacio Médicis. Mientras que la de este último sería la que triunfaría en los palacios florentinos del Quattrocento, la de Alberti en cambio, con la superposición de órdenes inspirada en el Coliseo y el Teatro Marcelo, fue la que adoptaron los arquitectos del norte de Italia, Venecia y en la propia Roma, utilizándose como modelo en la arquitectura durante los siguientes cuatrocientos años. En la planta baja emplea pilastras dóricas, jónicas en el primer piso y corintias en el segundo. Este edificio fue el primero que sustituyó el alero medieval por una cornisa en Florencia.
Fuera de Florencia, Alberti trabajó en varias ciudades. En Rímini proyectó el llamado Templo Malatestiano, aparentemente consagrado a San Francisco, pero en la práctica el panteón familiar del tirano Sigismondo Pandolfo Malatesta. La obra quedaría inacabada, y su proyectada grandiosidad sólo podemos conocerla por los dibujos y maquetas de Alberti, así como por la medalla de la fundación del templo que hizo Matteo de Pasti, uno de los arquitectos que desarrollaba los proyectos de Alberti. Es la primera vez que un arco de triunfo romano se utiliza para la arquitectura religiosa.
En Mantua estuvo trabajando Alberti a partir de 1464, atendiendo algunos encargos de Ludovico Gonzaga, duque de Mantua. Allí realizó el proyecto de las iglesias de San Sebastián y San Andrés. Las dos quedaron incompletas a la muerte del arquitecto. En la primera de ellas, en San Sebastián , utiliza el plan central y emplea en ella, por primera vez, las proporciones ideales descritas en su tratado De re aedificatoria: "divide la anchura del templo en cuatro partes y dedica dos de ella a la anchura de las capillas". En el año 1925, la iglesia fue sometida a una profunda reforma que desvirtuó y desfiguró totalmente el proyecto de Alberti.
Para la iglesia de San Andrés, Alberti se inspiró para el exterior en los templos etruscos, levantados sobre un podium, y en la arquitectura imperial romana para su interior, cuya gran bóveda de cañón nos recuerda las termas de Diocleciano y la basílica de Majencio.
Menos conocida es la relación de Alberti con la gran empresa arquitectónica que ocuparía el siglo siguiente, la construcción de la nueva basílica de San Pedro, en Roma. El Papa Nicolás V (1447-1455), mecenas y protector de los artistas, tuvo a Alberti entre sus consejeros. Uno de sus sueños más ambiciosos fue el proyecto de reurbanizar Roma y hacer de ella la gran ciudad pontificia en que se convertiría en los siglos siguientes. Alberti sería el encargado de hacer ese proyecto de ciudad ideal para el papa que luego no se llevaría a cabo, y que conocemos en parte por los escritos de Alberti. De ese proyecto formaba parte la reconstrucción de la basílica sobre la tumba del apóstol San Pedro. Alberti acometió tan sólo el derribo del ábside y la construcción de los cimientos del nuevo ábside, que un siglo más tarde permitieron a Bramante y Miguel Ángel levantar los colosales muros que habría de sostener la portentosa cúpula que hoy la corona.
En su libro, Vasari destaca el papel de Alberti como teórico, en su opinión mucho más importante que su labor como arquitecto, gracias sobre todo a la publicación de los diez volúmenes que componen su De re aedificatoria (1452), y lo hace de este modo:
"gracias a sus estudios de la lengua latina y la creación de obras de arquitectura, perspectiva y pintura, dejó libros escritos de tal forma que, como no ha habido entre los artistas modernos ninguno que le haya podido superar en la escritura, aunque muchos hayan sido mejores que él en la práctica de estas artes, es una convicción general (tanta fuerza tienen sus escritos en boca de los doctos) que superó a todos aquellos que lo habían superado en la práctica. Y así se puede ver que, entre todo lo que contribuyó a al aumento de su fama y nombre, los escritos son los que tiene mayor fuerza y mayor vida; [...] Por eso no debe sorprender que Leonbattista sea más conocido por su escritura que por sus obras manuales"
GIORGIO VASARI, Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos
Desde que Vasari escribiese estas palabras, no es raro que se destaque más al teórico que al arquitecto, sin embargo, esto no deja de ser una apreciación excesivamente rigurosa. Se le reprocha a Alberti que en lugar de construir él mismo los edificios, se limitase a diseñarlos y proyectarlos, dejando la dirección técnica de los mismos en manos de arquitectos de la época como Matteo de Pasti, Bernardo Rosellino, Luca Fancelli y otros. Pero no es menos cierto que sus reflexiones teóricas sobre arquitectura hubiesen quedado prácticamente en el olvido, como las de Vitrubio, de no haber proyectado esos edificios, dibujado sus planos y construído sus maquetas, con las que finalmente se levantaron los edificios que soñó. Además, con esta postura Alberti no hace más que subrayar el carácter intelectual que otorgaba al artista, diferenciándolo claramente del trabajo artesanal al que se equiparaba en aquel momento. Todo un rasgo de modernidad.
LEÓN BATTISTA ALBERTI. Iglesia de Santa María Novella (1470), Florencia. (Fot. wikipedia)
Aunque se le considera un arquitecto florentino, la verdad es que Alberti no pisó Florencia hasta 1434, cuando contaba ya 30 años. Si lo era su familia, dedicada a los negocios del comercio y la banca. Su padre debió abandonar la ciudad por motivos políticos hacia el año 1402, poco antes del nacimiento de León Battista, y se dirigió a Génova, donde nacería el futuro arquitecto en 1404. Más tarde junto al resto de la familia se trasladaría a Venecia, luego a Padua, Bolonia (donde se ordenó sacerdote) y Roma. Además, en Florencia tampoco trabajó mucho, realizando tan sólo tres proyectos, todos relacionados con la poderosa e influyente familia Rucellai: el edículo en la capilla de la familia en la iglesia de San Pancracio, la fachada de la iglesia de Santa María Novella y el palacio Rucellai. Mientras que Brunelleschi y Michelozzo pueden considerarse los auténticos instauradores del Renacimiento en Florencia, Alberti fue quien difundió el nuevo lenguaje arquitectónico por el resto de la península italiana.
En Santa María Novella, Alberti se inspira en la iglesia románica de San Miniato al Monte, en la propia ciudad, de donde llega a tomar incluso algunos detalles tan evidentes como la decoración bícroma del conjunto. Lo más destacado de Santa María, no obstante es la rigurosa composición geométrica basada en la modulación del cuadrado, y la utilización de contrafuertes en forma de volutas, solución que luego sería muy utilizada por otros arquitectos.
LEÓN BATTISTA ALBERTI. Palacio Rucellai (1446), Florencia. (Fot. tomada de Imatges d'allò que ens agrada)
En cuanto al Palacio Rucellai, lo más destacado es su fachada, diferente a la empleada por Michelozzo para el Palacio Médicis. Mientras que la de este último sería la que triunfaría en los palacios florentinos del Quattrocento, la de Alberti en cambio, con la superposición de órdenes inspirada en el Coliseo y el Teatro Marcelo, fue la que adoptaron los arquitectos del norte de Italia, Venecia y en la propia Roma, utilizándose como modelo en la arquitectura durante los siguientes cuatrocientos años. En la planta baja emplea pilastras dóricas, jónicas en el primer piso y corintias en el segundo. Este edificio fue el primero que sustituyó el alero medieval por una cornisa en Florencia.
Fuera de Florencia, Alberti trabajó en varias ciudades. En Rímini proyectó el llamado Templo Malatestiano, aparentemente consagrado a San Francisco, pero en la práctica el panteón familiar del tirano Sigismondo Pandolfo Malatesta. La obra quedaría inacabada, y su proyectada grandiosidad sólo podemos conocerla por los dibujos y maquetas de Alberti, así como por la medalla de la fundación del templo que hizo Matteo de Pasti, uno de los arquitectos que desarrollaba los proyectos de Alberti. Es la primera vez que un arco de triunfo romano se utiliza para la arquitectura religiosa.
LEÓN BATTISTA ALBERTI. Iglesia de San Francisco (Templo Malatestiano) (1446), Rímini. (Fot. educastur)
En Mantua estuvo trabajando Alberti a partir de 1464, atendiendo algunos encargos de Ludovico Gonzaga, duque de Mantua. Allí realizó el proyecto de las iglesias de San Sebastián y San Andrés. Las dos quedaron incompletas a la muerte del arquitecto. En la primera de ellas, en San Sebastián , utiliza el plan central y emplea en ella, por primera vez, las proporciones ideales descritas en su tratado De re aedificatoria: "divide la anchura del templo en cuatro partes y dedica dos de ella a la anchura de las capillas". En el año 1925, la iglesia fue sometida a una profunda reforma que desvirtuó y desfiguró totalmente el proyecto de Alberti.
LEÓN BATTISTA ALBERTI. Exterior de la Iglesia de San Andrés (1470), Mantua
Para la iglesia de San Andrés, Alberti se inspiró para el exterior en los templos etruscos, levantados sobre un podium, y en la arquitectura imperial romana para su interior, cuya gran bóveda de cañón nos recuerda las termas de Diocleciano y la basílica de Majencio.
LEÓN BATTISTA ALBERTI. Interior de la Iglesia de San Andrés (1470), Mantua
Menos conocida es la relación de Alberti con la gran empresa arquitectónica que ocuparía el siglo siguiente, la construcción de la nueva basílica de San Pedro, en Roma. El Papa Nicolás V (1447-1455), mecenas y protector de los artistas, tuvo a Alberti entre sus consejeros. Uno de sus sueños más ambiciosos fue el proyecto de reurbanizar Roma y hacer de ella la gran ciudad pontificia en que se convertiría en los siglos siguientes. Alberti sería el encargado de hacer ese proyecto de ciudad ideal para el papa que luego no se llevaría a cabo, y que conocemos en parte por los escritos de Alberti. De ese proyecto formaba parte la reconstrucción de la basílica sobre la tumba del apóstol San Pedro. Alberti acometió tan sólo el derribo del ábside y la construcción de los cimientos del nuevo ábside, que un siglo más tarde permitieron a Bramante y Miguel Ángel levantar los colosales muros que habría de sostener la portentosa cúpula que hoy la corona.