La pintura del Quattrocento florentino está llena de grandes nombres, aunque probablemente ninguno tan grande como el de Piero dei Franceschi, más conocido como Piero della Francesca. Lógicamente primar un artista sobre otro es cuestión de gusto, y debo confesar que, a mí, la pintura de Piero me resulta fascinante, como lo era también para Luca Pacioli, que le calificó como
"el soberano de la pintura en nuestros días".
Piero della Francesca nació en Borgo San Sepolcro, localidad toscana casi en los límites con la Umbría, hacia el año 1420. Su padre era zapatero y curtidor. En su localidad natal debió aprender los primeros rudimentos de la pintura, pero cualquier joven de su tiempo que quisiera realmente aprender a pintar, progresar y encontrar una posición en el reñido mundo del arte italiano del siglo XV, sabía que su destino era Florencia., auténtica capital artística del Quattrocento. Allí encontramos a Piero hacia 1439, cuando aún no había alcanzado los 20 años, trabajando con el pintor Domenico Veneziano. Escogió bien al maestro, ya que Domenico, además de un excelente pintor en el manejo del color, era un artista abierto a las novedades de su tiempo, especialmente en el uso de la perspectiva, en la que Piero llegó a ser un consumado especialista, además de teórico. Ambas habilidades, perspectiva y color, influyeron poderosamente en la evolución de su pintura. Pero Florencia, ofrecía mucho más, en sí misma era un museo y un taller, donde admirar y contemplar los trabajos de Giotto, Masaccio, Alberti y tantos otros.
PIERO DELLA FRANCESCA. Retablo de Brera (1472 -74) Pinacoteca di Brera, Milán Tras su aprendizaje florentino, Piero della Francesca se traslada a Urbino a partir de 1445, gobernada entonces por uno de aquellos tiranos renacentistas, crueles y despiadados por una parte, amantes del arte por la otra. En la corte de Federico de Montefeltro, hará el primer grupo de grandes obras de su producción, como el
Políptico de la Virgen de la Misericordia, el
Bautismo de Cristo y la
Flagelación de Cristo. En estas, sus obras más antiguas, ya vemos las que van a ser con el tiempo las señas de identidad de su pintura. Las figuras están bañadas con una luz clara, diáfana e inmóvil, tan inmóvil como ellas mismas. Esta será una de sus grandes proezas: detener el tiempo en imágenes que parecen congeladas o petrificadas, pero capaces, a la vez, de transmitirnos una monumentalidad y majestuosidad insuperables. Sus figuras solemnes, parecen inaccesibles y distantes, ausentes de sentimientos y es eso lo que nos atrae y fascina de ellas. A propósito de esto escribe Berenson que
"sus figuras se conforman con existir. Existen y nada más. No se preocupan de explicar, de justificar su presencia, de despertar la simpatía, el interés del espectador" y, sin embargo, o quizás por eso mismo, ejercen sobre nosotros un magnetismo poderoso que te atrae y atrapa, sin saber muy bien cómo, e incluso son capaces de producir una inmensa emoción en quien las contempla.
Es posible que esos rasgos tan característicos y singulares de las figuras de Piero della Francesca se expliquen por su forma de trabajar. Vasari, en sus célebres
Vidas, cuenta que hacía sus figuras de arcilla, que luego tomaba como modelos para sus cuadros, y hasta es probable que creara efectos de luz artificial con una bujía.
PIERO DELLA FRANCESCA. Sueño de Constantino. Frescos de la iglesia de San Francisco (1452- 1460), Arezzo.Además de Urbino, Piero trabajará en las cortes de otros dos de aquellos tiranos renacentistas, en las de Ferrara y Rímini, gobernadas respectivamente por Lionello d'Este y Sigismondo Pandolfo Malatesta. De allí pasará en 1452 a Arezzo, donde va a llevar a cabo su obra más importante y portentosa, la
Historia de la Vera Cruz, pintada sobre las paredes del coro de la iglesia de San Francisco. En ella, narra la historia de la cruz sobre la que fue condenado Jesucristo, desde la muerte de Adán hasta la recuperación de la cruz por el emperador bizantino Heraclio, pasando por diferentes personajes y épocas. Algunos de estos pasajes, como el Sueño de Constantino, son de una importancia excepcional, por lo que tiene de precursor del tenebrismo.
Esta obra gigantesca debió ocuparle durante siete u ocho años. En este período pintó también algunas obras, de las que sólo sobreviven algunas pocas, aunque tan importantes como la
Resurrección de Cristo, en el que parece que se autorretrató en la figura del guardián echado hacia atrás.
PIERO DELLA FRANCESCA. Resurrección de Cristo (1463-65). Pinacoteca Comunale de Borgo San SepolcroEl último grupo de pinturas de Piero lo pintó a partir de 1465. En ellas se interesa especialmente por los efectos de la luz que se impone, poco a poco, como elemento unificador de la visión. A este interés por la luz, hay que añadir también el del uso de la perspectiva. En este punto Vasari, escribe que fue
"estudiosísimo del arte y se ejercitó bastante en la perspectiva y tuvo muy buen conocimiento de Euclides y así entendió mejor que ningún geómetra todos los mejores movimientos que se dan en los cuerpos, y las mejores luces que de tal cosa haya son de su mano". Buena prueba de ese interés por la perspectiva y las reglas científicas del arte, en general, las reflejó en sus tratados "
De quinque corporibus regularibus" y
"De prospectiva pingendi".
Todos esos conocimientos aprendidos, los pone de manifiesto en una de sus obras más populares, el
Retablo de Brera o
Pala Brera, también llamado
Virgen y Santos con Federico de Montefeltro, que vemos más arriba. Otro de los aspectos que hay que destacar de esta última fase de su producción es el interés que pone en el individualismo humanista, en el que deja ver el influjo que ejerce sobre él la pintura flamenca, apreciable en algunos retratos, de un profundo realismo y un delicado interés por el detalle, la anécdota, las joyas y el paisaje, como en el memorable Díptico de los Duques de Urbino.
PIERO DELLA FRANCESCA. Díptico de los Duques de Urbino, Battista Sforza y Federico de Montefeltro (1465-66) Galería Uffizi, Florencia Los últimos años de la vida del pintor, los pasó en su pueblo natal, Borgo San Sepolcro, y no debieron ser especialmente dichosos si hacemos caso a Vasari, que recoge la idea muy extendida de que quedó ciego y paseaba por sus calles de la mano de un lazarillo. Sin embargo, otros historiadores, como Pierluigi de Vecchi, rechazan esta idea, atendiendo al propio testamento de Piero, otorgado cuando tenía unos 67 años, y en el que señala que "está sano de mente, de intelecto y de cuerpo". Pudo ocurrir, según Vecchi, que no estuviera ciego del todo, sino disminuida su visión, y por eso paseaba de la mano de aquel niño, de nombre Marco di Longaro, que lo relató en un codicilo de 1556 con estas palabras,
"cuando era un niño llevaba de la mano al maestro Piero della Francesca, pintor excelente que estaba ciego".
Como todos sabemos, el gusto artístico es cambiante, y el de la crítica también. Algunos historiadores del siglo XIX, como Crowe y Cavalcaselle, se refieren muy desconsideradamente a la pintura de Piero della Francesca, calificando despectivamente sus imágenes como "bloques", lo que no deja de ser un ejemplo ilustrativo de esas modas y gustos que van y vienen, ya que ese aspecto es, precisamente, el que la historiografía actual alaba de su pintura, en la que creen encontrar los precedentes más antiguos del cubismo y de la pintura de Cèzanne.
Para profundizar algo más podeis visitar esta página con la
geografía de su pintura, esta otra con una magnífica información sobre los
proyectos de restauración de algunas de sus pinturas (en inglés), y como siempre mi admirada e imprescindible
Web Gallery of Art para encontrar imágenes de sus obras. Y por último, os dejo aquí un video precioso sobre el pintor que merece la pena ver (en italiano con subtítulos en inglés).