martes, 27 de marzo de 2012

LEONARDO DA VINCI, "La batalla de Anghiari"

LEONARDO DA VINCI. La batalla de Anghiari, [copia atribuida a Pedro Pablo Rubens]. Museo del Louvre, París.


El viernes 6 de junio de 1505, con las campanadas de la decimotercera hora [alrededor de las 9:30 h.], empecé a pintar en el Palazzo. Nada más aplicar la primera pincelada, el tiempo se estropeó, y la campana de la chancillería empezó a tocar a rebato. Se desprendió el cartón. La jarra se volcó y vertió el agua. El tiempo siguió empeorando y ya no paró de llover hasta el anochecer. La oscuridad era tan grande que parecía que fuera de noche
LEONARDO DA VINCI

Recién finalizada como quien dice la gran exposición que la National Gallery dedicó a Leonardo da Vinci, las noticias sobre el genio florentino se suceden. Primero fue el sorprendente anuncio de La Gioconda del Museo del Prado, y cuando aún no hemos terminado de asimilar la noticia, se anuncia el probable descubrimiento de un Leonardo perdido, La batalla de Anghiari, una de sus grandes obras, desaparecida desde mediados del siglo XVI, y que, si hacemos caso al relato del propio Leonardo con que iniciábamos esta entrada, pareció destinada desde el principio a un oscuro destino. 

Casi desde el mismo momento en que Leonardo comenzó a pintarla, la pintura presentó problemas de fijación al muro, y nunca llegó a terminarse, por lo que algunos años más tarde, a mediados del XVI, cuando Cosme de Médicis decidió una ampliación de la Sala de los Quinientos, en el Palazzo Vecchio de Florencia, ordenó a Giorgio Vasari una nueva decoración que ocultó la pintura.


LEONARDO DA VINCI. Estudio de cabeza de soldado para La Batalla de Anghiari. Museo de Bellas Artes, Budapest.



Sin embargo, los historiadores, conocedores de la devoción de Vasari por Leonardo, siempre han albergado la esperanza que éste hubiera encontrado la manera de protegerla, como hizo con la Trinidad de Massaccio en la iglesia de Santa María Novella, oculta tras un altar y redescubierta en 1861. El problema está básicamente en que ni siquiera sabemos con certeza en qué muro de la sala pintó Leonardo, ¿en el oriental o en el occidental? En los años 70 del siglo pasado, se hicieron diferentes pruebas con rayos infrarrojos, ultrasonidos y extracción de muestras en ambos muros. El hallazgo de carbonato de cobre verde, parecido al que se utilizó en La Santa Cena, y de un esmalte azul, semejante al empleado en La Virgen de las Rocas, apuntaba a que fue el muro occidental el elegido por Leonardo. Sin embargo, Maurizio Seracini siempre pensó que era el otro, el oriental, donde Vasari, amigo de los enigmas, escondió en medio de su pintura una diminuta bandera con una inscripción donde se lee "cerca trova" ("busca y encontrarás") que entendió como un mensaje, una señal. Es ahí, en ese muro, donde Seracini ha buscado y parece que ha encontrado indicios que apuntan a que pudiera ser donde se pintó La batalla de Anghiari.

¿Estuvo allí la pintura, o en el otro lado? ¿existe todavía? esas son preguntas que hoy, aún no tienen respuesta, las que si la tienen son otras muchas que ahora vamos a intentar contaros.


PABLO PICASSO. Guernica (1937). Museo Reina Sofía, Madrid


En 1500, Leonardo da Vinci, en plena madurez, cercano a la cincuentena, regresa a Florencia, su patria, de la que lleva ausente dieciocho años, la mayor parte de ellos en Milán, al servicio del duque Ludovico el Moro. Los primeros años de este segundo período florentino van a ser decisivos en su trayectoria como pintor, alumbrando dos obras claves, La Gioconda, probablemente el retrato más famoso de la historia del arte, y La batalla de Anghiari, que fascinó a los pocos que tuvieron oportunidad de contemplarla y ha proyectado su sombra a lo largo de los siglos, hasta el propio Picasso, quien evoca en su célebre caballo del Guernica uno de los que Leonardo pintara para aquella batalla.

En Florencia, Leonardo se reencuentra con un viejo amigo, el intrigante Nicolás Maquiavelo, a quien había conocido cuando ambos estaban al servicio de César Borgia, el primero como ingeniero militar y el segundo como consejero. Cuando la Signoria decide decorar la Sala de los Quinientos del Palazzo Vecchio de Florencia con algunas pinturas que exaltasen el heroísmo de la ciudad, Maquiavelo no tuvo muchos problemas para conseguir que el encargo recayera en un artista de la fama de su viejo amigo. El contrato se firma en octubre de 1503, y fijaba como fecha de finalización febrero de 1505.


LEONARDO DA VINCI. Estudios de caballos para la Batalla de Anghiari. Royal Library, Windsor


El tema encargado, la batalla de Anghiari, fue un suceso ocurrido en 1440, con motivo de una incursión sobre la ciudad de las tropas milanesas, repelido por las de Florencia. El propio Maquiavelo, años después, hizo correr la idea que, en realidad aquello no pasó de una simple escaramuza en la que sólo hubo una víctima, y por caerse del caballo, opinión que no todos los historiadores comparten. Sea como fuere, Leonardo representa un combate tan brutal y feroz, que consigue que el episodio de Anghiari sea el pretexto para tratar el auténtico asunto de la pintura, que no es otro que la brutalidad de la guerra en sí, la locura que desata y enfrenta a unos hombres contra otros, una muestra del horror y el miedo que el mismo Leonardo debió sentir en algunas de las batallas que vivió durante su estancia en Milán o después junto a César Borgia, como la matanza de Fossombrone o en los disturbios en el borgo de Sinigallia. Leonardo, en su insaciable deseo de aprender, también fue capaz de hacerlo en aquellos escenarios sangrientos, y escribió un texto titulado Modo de representar una batalla que, sin duda, tuvo bien presente cuando acometió La batalla de Anghiari.


Sarcófago romano del mito de Faetón (s. II). Galería Uffizi, Florencia


La intensidad dramática es descomunal, las bocas desencajadas de los guerreros casi nos hacen oir sus gritos, sentir el dolor de sus heridas, los relinchos en los movimientos violentos de los caballos y el estruendo del entrechocar de las armas en el fragor de la batalla. Nada que ver el mural de Leonardo con la Batalla de San Romano que unos años antes había pintado Paolo Ucello, con gran cantidad de detalles anecdóticos pero bastante deslucido, y el resultado es de una gran frialdad, al igual que la Batalla del Puente Milvio, de Piero della Francesca. Ningún pintor de su tiempo había puesto jamás tanta pasión en este género de pinturas. Para encontrar algo parecido quizá hubiera que retrotraerse a algunos relieves romanos, como el sarcófago en la galería de los Uffizzi que representa el mito de Faetón, y que ya en 1928 Pinder señaló como posible fuente de inspiración de Leonardo.

Para realizar el encargo, la Signoria puso a disposición de Leonardo da Vinci una sala en desuso en Santa María Novella, la llamada Sala del Papa. Tras un pequeño acondicionamiento, en aquel lugar empezó el maestro a elaborar con los bocetos dibujados, el enorme cartón que luego utilizaría como plantilla para levantar el mural en el emplazamiento elegido. En esa tarea contó con la ayuda de algunos de los discípulos de su taller, como Lorenzo di Marco, Tomasso di Giovanni Masini, más conocido como Zoroastro, Rafael di Baggio, Riccio Florentino y un español, a quien la documentación llama Ferrando Spagnolo y que los historiadores creen que se trata del pintor Fernando Yáñez de Almedina, a quien Elías Tormo no duda en calificar como el más exquisito pintor del renacimiento español.


LEONARDO DA VINCI. Estudio para la Batalla de Anghiari. Galería de la Academia, Venecia


El trabajo se desarrolló a buen ritmo, y a principios de 1504 los bocetos estaban listos para pasarlos al cartón. Sin embargo el destino iba a jugar una mala pasada a Leonardo, ya que por aquellas mismas fechas, la Signoria asignó a Miguel Ángel, su gran rival, el encargo de La batalla de Cascina. Ambas pinturas iban a colocarse en la misma sala, una frente a la otra, como una especie de competición entre los dos grandes genios florentinos, que además se profesaban una mutua y profunda antipatía. No se puede descartar, por tanto, que Leonardo viviera aquello como una especie de ofensa y que fuese el auténtico motivo por el que abandonó precipitadamente Florencia, en septiembre, o tal vez octubre, de 1504, cuando ya estaba terminado el cartón. Quizá esa fuera su forma de protestar.

A finales de noviembre regresa nuevamente a Florencia, y ultima los preparativos para montar el gigantesco cartón sobre la pared del Palazzo Vecchio que empieza a pintar en febrero de 1505, la fecha en que el trabajo según el contrato debía estar finalizado. Para su realización, se precisó disponer de un ingenioso andamio móvil, diseñado por el propio artista,  que se levantaba cuando se contraía y descendía cuando se extendía.


LEONARDO DA VINCI. Cabeza de un guerrero (La Cabeza Roja). Dibujo preparatorio de la Batalla de Anghiari. Museo de Bellas Artes, Budapest.


A poco de comenzar, empezaron a advertirse los primeros problemas. En lugar del fresco, la técnica habitual en este tipo de trabajos, pero que no gustaba a Leonardo, ya que obligaba a trabajar muy deprisa y es sobradamente conocida su exasperante lentitud, se inclinó por el encausto, una técnica ya conocida por los romanos pero poco utilizada en su época. Esta técnica requiere de la aplicación de calor sobre los colores para fijarlos, y fue ahí donde quizá pudo fallar el proceso, por las dimensiones de la pintura y la dificultad de aplicar calor a toda la superficie. También hay quien apunta a un aceite adulterado como causante del deterioro. En cualquier caso, en mayo, defraudado, Leonardo decide abandonar el trabajo del que tan sólo llega a pintar un amplio fragmento central. La Signoria reacciona con un monumental enfado y no duda en afirmar a través de uno de sus gonfalioneri que,
"Leonardo da Vinci no se ha comportado como debía con esta república, pues ha recibido una importante suma de dinero y muy poco ha hecho de una gran obra que está obligado a realizar, y se ha comportado como un holgazán" 
Daniel J. Boorstin, Los creadores. Barcelona, 2008
Anónimo. Tavola Doria. Col. privada,  Munich [en paradero desconocido desde 1940]


El fragmento que pintó Leonardo parece que estuvo visible hasta la década de 1540 y ha llegado hasta nosotros gracias a diferentes copias que se hicieron en fecha temprana. Una de ellas es la Tavola Doria, llamada así porque durante mucho tiempo perteneció a la colección que tenía en Nápoles el príncipe Doria d'Anghi. Fue robada en Munich en el año 1940 y actualmente parece que está en una colección privada en Japón. Muestra un violento choque de caballos y hombres similares a los dibujos preparatorios de Leonardo, y probablemente se trate de una copia realizada directamente del lienzo, y hay quien llega a asegurar incluso que es de la propia mano de Leonardo.

Con más detalles que la anterior existe un grabado de Lorenzo Zacchia que suele fecharse hacia 1558, y que parece que fue el que sirvió de base para la famosa acuarela que Rubens pintó en 1603 sobre un dibujo anterior y que guarda el Louvre. Rubens añade algunos detalles al grabado de Zacchia y muestra siete figuras, cuatro a caballo y otras tres a pie, enzarzados en un combate y formando una composición piramidal. Esta es la imagen que más ha transcendido de la perdida Batalla de Anghiari. ¿Quién sabe si dentro de algún tiempo podemos comprobar cómo era en realidad? Mientras tanto, habremos de conformarnos con imaginar cómo pudo ser.

Todas las fotografías de este artículo han sido tomadas prestadas de web gallery of art, excepto el Guernica, que procede de wikipedia, y el sarcófago romano de los Uffizzi, que hemos tomado de Aquae Patavinae.

jueves, 8 de marzo de 2012

La iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña

Santa María de Lebeña
en su paisaje de milagro
sueña.
Canta el azul agua del Deva.
Sueños del último nevero
lleva.
Qué majestad y qué ternura.
El alma aquí se me destoca,
pura.
Santa María es grande y chica.
Es flor cerrada, es flor abierta,
rica.
¿La llave? Nadie. Es flor cerrada.
Mozarabismo. No sabemos
nada.
GERARDO DIEGO


Cuando en el año 711 los musulmanes invadieron la Península Ibérica, muchos hispanovisigodos huyeron hacia el norte del territorio y buscaron refugio en las abruptas montañas del Cantábrico y en los Pirineos, dando lugar a los primeros focos de resistencia y a los primeros reinos cristianos. Otros muchos, en cambio, decidieron continuar en sus tierras, manteniendo sus costumbres, sus tradiciones e, incluso, la religión cristiana, aunque, eso sí, a costa ésto último del pago de importantes tributos. Con el paso del tiempo, sus descendientes fueron adoptando, como no podía ser de otro modo, usos y costumbres de los invasores, es decir, se fueron arabizando. Uno de los muchos nombres que los musulmanes emplearon para referirse a los cristianos que vivían en su territorio fue precisamente ese, el de musta`rib (arabizado), de donde procede el término mozárabe. Los cristianos del norte adoptaron ese vocablo y lo extendieron a aquellos cristianos que huyeron de al-Andalus a partir del gobierno del emir Mohamed I (850-860). Este fue un período de intolerancia y represión que llevó a muchos a emigrar hacia los estados cristianos del norte y, en especial, hacia el valle del Duero, al amparo de los privilegios que los monarcas asturianos concedían a los repobladores de aquellas despobladas tierras.

Vista desde la cabecera. El pórtico fue añadido en el XVIII
Aplicado al arte, el término es de uso mucho más reciente, y se debe al historiador Manuel Gómez Moreno, quien en el siglo XX lo utilizó para referirse a un conjunto de iglesias prerrománicas dispersas por el norte de España, especialmente en la zona del Duero, que presentan rasgos o influencias islámicas, y que creyó realizadas por constructores mozárabes huidos desde al-Andalus. La historiografía actual, en cambio, descarta esta hipótesis, y considera más adecuado o exacto utilizar el término "arte de la repoblación" que, sin embargo, no ha terminado de cuajar, y seguimos hablando de arte mozárabe, que si quizás no es tan riguroso, indudablemente es mucho más sugerente y evocador.

Uno de los ejemplos más hermosos de esta arquitectura prerrománica lo encontramos en Santa María de Lebeña (siglo X), una pequeña iglesia rural enclavada en un paraje de belleza excepcional. Para llegar hasta ella, el viajero debe recorrer el Desfiladero de La Hermida, que con sus 21 kilómetros es el más largo de España. Por él discurre en un continuo zigzagueo la N-621 que une la costa cantábrica con León, atravesando la Cordillera Cantábrica por la comarca de Liébana. El viaje constituye una auténtica prueba de fuego para la paciencia de cualquier conductor, ya que la estrecha carretera discurre encajada entre grandiosas paredes casi verticales de roca caliza que, en algunos puntos, superan los 600 metros de altura, a través de un conjunto de angostas gargantas que las aguas del río Deva han ido excavando a su paso. Sobre estas abruptas laderas crece una importante masa forestal entre la que destacan las encinas, cuyo desarrollo se ve favorecido por el efecto de túnel de secado que produce el viento al canalizarse a través del desfiladero. Alcornoques, hayas y robles entremezclados completan el paisaje sobre el que sobrevuelan gran número de aves. Si no fuera por los automóviles, el camino actual no difiere mucho de lo relatado por algunos viajeros ingleses que lo recorrieron en el siglo XIX:
"Ahora la garganta se ensancha un poco y entonces se estrecha de nuevo abruptamente. Ahora parece como si escapar, excepto volando, fuera imposible; los muros de calizas están a todo nuestro alrededor, y si el viajero mira hacia arriba en una vista a lo lejos, escuchará una y otra vez la nota peculiar del águila de montaña, o el más triste sonido de la nocturna lechuza"
M. Ross y B. Stonehewer-Cooper, "Highlands of Cantabria" (1885)


En el muro oeste, a los pies, estaba la entrada original
Al final del desfiladero un desvío a la izquierda nos lleva a Lebeña, apartándonos de la ruta principal que a pocos kilómetros guarda otros tesoros artísticos como el monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Potes, o la bellísima y apartada iglesia románica de Santa María de Priasca. Junto a la iglesia de Santa María de Lebeña, un viejo tejo, que aseguran milenario, y un olivo, montan guardia permanente. Según recoge la leyenda fueron plantados en aquel lugar por los condes de Liébana, Alfonso y Justa, probablemente mozárabes procedentes de Sevilla y a quienes la tradición atribuye la fundación de la iglesia para albergar los restos de Santo Toribio de Astorga, cuyos restos habían sido trasladados para evitar que quedasen en territorio musulmán.

En Lebeña encontramos reunidas muchas de las características propias de la arquitectura mozárabe, comenzando por la influencia visigoda, apreciable sobre todo en el alzado del edificio, diseñado por el juego de volúmenes de perfil recto y masa cúbica a diferentes alturas que compartimenta los espacios interiores, formando cámaras de planta cuadrada que favorecen la sensación de aislamiento. Cada uno de estos espacios se cubre con bóvedas de cañón, longitudinales en los espacios centrales y transversales en los laterales. Los arcos que compartimentan los espacios, de herradura y de medio punto, apoyan sobre columnas adosadas a los pilares, lo que constituye la mayor originalidad de este edificio, ya que anticipa una práctica que se generalizaría a partir del románico. Algunos historiadores han rastreado ejemplos anteriores que preludian este sistema en alguna de las escasas mezquitas norteafricanas cubiertas con bóvedas que se conservan, como la mezquita de Bu Fatata (833) en Túnez.

Juego de volúmenes de perfil recto y masa cúbica a diferentes alturas, con escasos vanos, situados en la parte superior
La influencia del arte asturiano se manifiesta en la utilización del aparejo del edificio y, especialmente, en el testero plano con tres ábsides. Las tres capillas de la cabecera se comunican entre sí a través de arcos interiores de medio punto, uno de ellos enmarcado en alfiz. Opuesto al principal hay un contraábside como en San Cebrián de Mazote y en Santiago de Peñalba.


Planta y sección. Dibujo de Vicente Romero y Lampérez (1907), tomado de Ateneo de Madrid

Interior, fot. tomada de Pueblos de España


La planta mide 16x12 m, es cruciforme, de planta basilical de cruz griega inscrita en un cuadrado, parecida a la de la iglesia de Santa María de Wamba, y hay quien rastrea en ellas la influencia de modelos bizantinos, como el Mausoleo de Gala Placidia, en Rávena. El efecto basilical, sin embargo, no se percibe bien ya que la entrada original estaba a los pies del edificio, en el muro oeste, mientras que actualmente se hace por uno de los muros laterales bajo un pórtico que se añadió en el siglo XVIII.

En el interior de Santa María de Lebeña, en el frontal del altar, se puede ver una gran losa de piedra arenisca, que originalmente estuvo policromada de blanco y rojo y que formaba parte del iconostasio, un elemento característico de la liturgia mozárabe, que también aparece en la arquitectura bizantina, visigoda y asturiana y cuya función básica era separar la zona del presbiterio, reservada a los sacerdotes, del resto de la iglesia donde se ubicaban los fieles. Grabados sobre ella aparecen diferentes motivos de carácter cristológico y escatológico, muy habituales entre los pueblos germánicos cristianizados y en el oeste prerrománico. En el centro se coloca una gran esvástica con una cruz grabada en el centro. La esvástica es un símbolo anterior al cristianismo y que éste asimiló a la representación simbólica de Cristo como sol de justicia. Aquí aparece rodeada de dos círculos concéntricos que simbolizan las esferas celestiales.  Los motivos representados en el cancel de Lebeña se han interpretado como una representación de la vida terrenal en su parte inferior (metáfora del árbol, horologio, montañas y cielo), de los círculos celestes y el carácter espiritual del cielo cristiano a través de la resurrección en la zona intermedia (círculos concéntricos y estrella de ocho puntas, respectivamente) y la salvación de Cristo en la parte superior (en los dos círculos que aluden a la salvación de Cristo y, sobre todo, en el gran círculo central).

Frontal del altar con grabados. Fotografía tomada de jdiezarnal

Alguna información más puedes encontrar en esta página de la Asociación de Amigos del Arte Altomedieval Español y en esta otra de Arteguías. En cuanto a la interpretación simbólica de la decoración de la losa del iconostasio, esta ficha del Aula de Patrimonio Cultural de la Universidad de Cantabria, es muy completa.

Related Posts with Thumbnails