P.P. RUBENS. Retrato de Maria Serra Pallavicino (1606) Kingston Lacey, Dorset |
Cuando en 1600 Rubens viaja a
Italia era un joven de veintitrés años, con la intención de completar su
formación de pintor y conocer de primera mano las grandezas artísticas no sólo
de la antigüedad romana y los tesoros del Renacimiento, sino también el estudio
de sus contemporáneos italianos. El
contacto con la opulencia colorista de los maestros venecianos, Tiziano sobre
todo, pero también Tintoretto y Veronés; la fuerza de Miguel Ángel y de los
escultores clásicos; el sentido de la composición de Rafael; la exuberancia de
los brillantes murales de Anibal Carracci, en la cima de su carrera; e incluso
el enfoque innovador de Caravaggio, supusieron una experiencia inolvidable para
Rubens, decisiva para terminar de aprender el oficio de pintor y ayudarle a encontrar
un lenguaje propio con el que fascinó a sus contemporáneos.
En
Italia pasó ocho años al servicio de Vincenzo Gonzaga, Duque de Mantua, quien
le concedió una gran libertad que le permitió recorrer la península italiana,
pasando entre otras ciudades por Roma, Florencia, Venecia y Génova. En esta
última pasó bastante tiempo durante el año 1606, pintando los suntuosos
retratos de algunos de los miembros de las familias más distinguidas de la
ciudad, como los de la marquesa Brígida Spínola-Doria y el de María Serra
Pallavicino, auténticas obras maestras del género. Pero Rubens se mostró
sumamente interesado por la arquitectura y aprovechó su tiempo en la ciudad
también para dibujar y tomar apuntes de algunos de sus palacios, villas e
iglesias, con los que años más tarde, ya en Amberes, publicaría un libro en dos
volúmenes que tituló Palazzi di Genova
(1622) en el que se incluyen 139 dibujos de alzados, secciones y plantas. La
obra ejerció una gran influencia, no sólo en Flandes, sino también en otros
países como Inglaterra, Alemania y, en general, en todo el norte de Europa,
ayudando a popularizar este tipo de arquitectura.
Fachada del Palacio del Sr. Enrico Salvago. Fig. 33 Palazzi di Genova |
Este libro constituye una de las primeras pruebas del
interés de Rubens hacia la arquitectura y, concretamente hacia la italiana. En
la introducción el propio autor explica la intención que persigue, que no es
otra que contribuir a la erradicación de la arquitectura gótica, que al igual
que Vasari califica como bárbara, e impulsar el retorno de la arquitectura
clásica. En el último cuarto del siglo XVI, los disturbios religiosos y civiles
que asolaron Flandes interrumpieron prácticamente toda actividad constructiva,
así que, cuando Rubens parte hacia Italia en 1600, el renacimiento, en lo que a
arquitectura se refiere, puede decirse que apenas si había rozado a los Países
Bajos. Las únicas obras notables que se habían construido hasta entonces
siguiendo el estilo habían sido el
Ayuntamiento de Amberes, con diseño de Cornelis Floris de Vriendt, y el palacio
levantado por Sebastian van Noyen para el Cardenal Granvelle, en Bruselas. El
primero mezclaba elementos flamencos e italianos, mientras que el diseño del
segundo era una adaptación de los cuerpos inferiores del patio del Palacio
Farnese de Antonio da Sangallo.
De la
arquitectura genovesa le llamaron la atención especialmente dos cosas. La
primera, que a diferencia de los palacios venecianos que desplegaban toda su
grandeza en espléndidas fachadas, los genoveses la reservaban para el interior.
La segunda, que los interiores estaban pensados no sólo con un sentido
ornamental, sino que tenían muy en cuenta las necesidades de quienes los
habitaban, y por tanto eran más cómodos y atractivos, ya que proporcionaban a
sus moradores una forma de vida más razonable y civilizada, otro rasgo más de
modernidad que no escapa a su observación. Todas estas consideraciones las tendrá muy presentes cuando diseñe su
propia mansión en el lujoso barrio del Wapper, en Amberes.
Pero la
influencia de la arquitectura italiana en Rubens va más allá de la arquitectura
genovesa, ya que fue sobre todo de lo que vio en Roma de donde tomaría su
inspiración, de los edificios de la antigüedad clásica y, sobre todo, de la
arquitectura de su propia época, como pueden verse en los edificios que incluye
en muchas de sus pinturas. De los arquitectos modernos, dice Blunt, no parece muy interesado ni en Bramante ni en Palladio,
cuya obra debió haber visto en Roma, Vicenza o Venecia. Sus preferencias
parecen inclinarse, en cambio, por Vignola,
Miguel Ángel y Maderno, plenamente activo este último durante la
estancia romana de Rubens.
Fachada del Palacio del Sr. G. B. Balbi. Fig. 21 de Palazzi di Genova |
De la
arquitectura de Miguel Ángel lo que más le atrajo fueron sus últimas obras, las
más manieristas y revolucionarias, como la Porta Pía de Roma, con las esquinas
superiores cortadas, que reproduciría tantas veces en muchas de sus pinturas,
en algunos de los diseños de la Pompa
Introitus, y en la puerta entre el
patio y el jardín de su casa de Amberes. La huella del genio florentino no se
limita únicamente a estos préstamos directos, dice Blunt, sino que lo más interesante
es que Rubens con frecuencia inventa combinaciones de formas arquitectónicas
que no copian, sino que recogen íntegramente el espíritu de las últimas obras
de Miguel Ángel, desarrollándolas muy imaginativamente e incorporándoles una
vivacidad que le acerca mucho a la arquitectura plenamente barroca de Borromini
y Pietro da Cortona
(CONTINUARÁ).
(CONTINUARÁ).
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