VELÁZQUEZ. Retrato de caballero (1630-35). Metropolitan Museum of Art, Nueva York Fot. Museo del Prado Algunos expertos la consideran un autorretrato. |
Pero no todas sus biografías comparten esta visión amable y desinteresada del genio sevillano. Destacan por su crudeza los calificativos que le dedican Morán Turina y Sánchez Quevedo: antipático, altivo, orgulloso, ambicioso, soberbio, son algunos de los que encontramos salpicando las páginas de presentación de su catálogo, llegando a afirmar que debió ser un hombre, "al contrario de lo que se sostiene tradicionalmente, muy poco modesto e implacable con sus competidores, a los que si benefició en algún momento fue, bien por su propio interés y beneficio, como pudo ser en el caso de Carreño, o porque no le consideraba como un competidor, este último sería el caso de Murillo que no manifestó nunca su deseo de establecerse en Madrid" (MORÁN, 1999, p.8).
ZURBARÁN. La defensa de Cádiz contra los ingleses (1634). M. del Prado, Madrid. Fot. wikipedia |
Francisco de Zurbarán nació en Fuente de Cantos (Badajoz) en 1598, así que era tan sólo un año mayor que Velázquez. Los dos muchachos debieron conocerse durante los años en que ambos aprendían el oficio de pintor en Sevilla, aunque con distinta suerte, ya que Zurbarán entró en 1614 en el taller de Pedro Díaz Villanueva, un maestro discreto del que apenas se sabe nada, mientras que Velázquez, por su parte, lo hizo en el mejor de la ciudad, el de Pacheco. El aprendizaje de ambos terminó en 1617 aunque, mientras Velázquez se examinó de pintor y abrió su propio taller, Zurbarán nunca se examinó, regresó a Extremadura, se casó y abrió también su propio taller en Llerena, hasta 1628 en que regresa a la ciudad hispalense para convertirse en un pintor importante. No sabemos muy bien cómo, pero en aquellos años está el origen de su amistad, y así lo afirma Zurbarán en las pruebas para el hábito de la Orden de Santiago, en 1658, al decir que hacía cuarenta años que se conocían. Su amistad no se perdió, ni con la marcha de Zurbarán primero, ni con la de Velázquez unos años después a Madrid. Prueba de ello es que cuando Felipe IV encarga en 1634 la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, Velázquez consiguió que participase en ella su amigo Zurbarán, el único pintor fuera de los círculos de la corte que lo hizo. Durante aquella estancia Zurbarán debió ser, casi con toda seguridad, uno de los asistentes a la ceremonia religiosa del matrimonio de la hija mayor de Velázquez, Francisca, con Martínez del Mazo, en febrero de 1634. Para el antiguo alcázar madrileño ilustró diez episodios de la vida de Hércules y pintó dos cuadros de batallas, de los que uno se ha perdido y se conserva el otro, La defensa de Cádiz contra los ingleses. La experiencia madrileña, su contacto con Velázquez y el colorido veneciano de las colecciones reales dejaron en él una huella profunda, como demuestra en las santas que comenzó a pintar desde entonces y que muestran en el pintor extremeño un aspecto mundano que hasta entonces era desconocido en su obra.
Tras este encargo, Zurbarán regresa a Sevilla con el título de pintor del rey, y allí permanece hasta 1658 en que, movido por las dificultades del mercado sevillano, se traslada de nuevo a Madrid. Es ahora en esta segunda ocasión, cuando tiene la oportunidad de intervenir como testigo en el expediente de Velázquez.
Alonso Cano era granadino, pero se trasladó a Sevilla con su familia en 1614, cuando contaba con trece años, así que era tres años menor que Velázquez, a quien le unió también una larga amistad que, al igual que la de Zurbarán, provenía de su juventud, cuando ambos coincidieron en el taller de Pacheco. Cano entró a formar parte de él en 1616, un año antes de salir de allí Velázquez, y es posible que asistiese incluso a su boda con Juana Pacheco. Ambos dejaron el taller de Pacheco casi a la vez, es decir, que el granadino apenas si estuvo allí unos ocho meses. Por lo que sabemos, las relaciones de Pacheco y Cano, a pesar de esta ruptura, fueron buenas e incluso se asociaron para algún trabajo, como el del retablo de la parroquia de San Miguel, en Jerez. Así que alguno de los biógrafos de Cano ha llegado a especular que su salida del taller de Pacheco pudo ser en realidad un "traspaso" a su yerno, es decir, que Cano pudo ser el primer aprendiz que tuvo Velázquez en su recién estrenado taller. Aunque no existe ninguna confirmación documental, "la hipótesis es realmente tentadora, vendría a aclarar algunas incógnitas en la vida y en la obra del maestro granadino; daría una nueva significación al magnífico retrato (¿autorretrato?) de la Hispanic Society de Nueva York, al tenebrismo naturalista del San Francisco de Borja del Museo de Bellas Artes de Sevilla, explicaría el intenso realismo, absolutamente velazqueño, del Santiago del retablo de San Juan Evangelista de Santa Paula, y de paso aclararía el caso de la Inmaculada que Solange Thierry atribuye a Velázquez y Pérez Sánchez, con el que coincidimos, considera del granadino" (MADERO, 1999, p.342).
La amistad entre ambos pintores continuó después de aquellos años. Según Madero López, la primera llegada de Cano a Madrid se produce en 1634, a instancias de Velázquez, pero no para participar en la decoración del Buen Retiro, como fue el caso de Zurbarán, sino para constituirse como maestro de dibujo del Príncipe Baltasar Carlos, al que pintó en un retrato como cazador, anterior a otro del propio Velázquez. Si fue así, también él estaría presente con seguridad en la boda de la hija de Velázquez, ya que como explicábamos en una entrada anterior, Alonso Cano estuvo bastante unido no sólo al pintor, sino también a la familia Mazo-Velázquez, apadrinando a dos de sus hijos: Inés y José, este último junto con su segunda esposa, Mª Magdalena de Uceda.
Sin embargo, algo debió ocurrir y Cano regresó a Sevilla ese mismo año, quizá, como cuenta Palomino, por una regañina al pequeño príncipe y la queja de este a su augusto padre. El caso es que Cano no vuelve a la corte hasta 1638 (la fecha que generalmente aparece en la mayoría de sus biografías como su llegada a Madrid), requerido como pintor y ayudante de cámara por el Conde-Duque de Olivares, después de un triste episodio que le había llevado a prisión por unas deudas, y de la que pudo salir gracias a la fianza que depositó el artista Juan del Castillo, en cuyo taller estaba terminando de formarse por entonces Bartolomé Esteban Murillo.
Otro de los que testificaron a favor de Velázquez en el proceso para la concesión del hábito de Santiago, fue el asturiano Juan Carreño de Miranda, nacido en 1614 y, por tanto, de una generación posterior a la de Velázquez, de quien fue discípulo, amigo y protegido. En 1658, cuando se está solicitando el citado expediente, Velázquez acaba de seleccionarlo como uno de los encargados de la decoración del Salón de los Espejos, con la que se esperaba impresionar a la delegación francesa que venía a pedir la mano de la infanta Mª Teresa para Luis XIV. Con el tiempo, Carreño llegaría a ser, él mismo, pintor de cámara del rey Carlos II. No deja de tener interés que el monarca, para premiar a su pintor, quisiera concederle a Carreño el mismo hábito que a su maestro, sin embargo, éste lo rechazó. La historia la recoge Palomino, quien atribuye el rechazo a su naturaleza modesta, ya que él si que tenía origen noble. Desde entonces siempre se ha repetido la historia de un modo parecido, sin embargo, el motivo pudo ser bien diferente. En realidad, sí que tenía orígenes nobles, pero sus padres nunca estuvieron casados, así que era hijo natural, condición que siempre mantuvo oculta, por lo que el rechazo pudo ser debido "a una sensata prevención de nuestro pintor ante los trámites e investigaciones minuciosas sobre su naturaleza y ascendencia que requerían las pruebas de nobleza y limpieza de sangre -especialmente endurecidas tras el Capítulo General de Órdenes de 1652-53- para entrar en una de las órdenes militares. El propio artista tuvo ocasión de comprobar el rigor y extremos apuros que padeció el gran Diego Velázquez para obtener la venera santiaguista (...), de lo que Carreño tomaría buena cuenta para no verse en semejante descubierto. Como es sabido, la condición de hijo natural era punto menos que insoslayable para ingresar en una orden" (GONZÁLEZ SANTOS, 1986, p. 35)
Tras este encargo, Zurbarán regresa a Sevilla con el título de pintor del rey, y allí permanece hasta 1658 en que, movido por las dificultades del mercado sevillano, se traslada de nuevo a Madrid. Es ahora en esta segunda ocasión, cuando tiene la oportunidad de intervenir como testigo en el expediente de Velázquez.
VELÁZQUEZ, Inmaculada (1618-20). Fund. Focus-Abengoa, Sevilla. Pérez Sánchez la considera obra de Alonso Cano. Fot. wikipedia |
La amistad entre ambos pintores continuó después de aquellos años. Según Madero López, la primera llegada de Cano a Madrid se produce en 1634, a instancias de Velázquez, pero no para participar en la decoración del Buen Retiro, como fue el caso de Zurbarán, sino para constituirse como maestro de dibujo del Príncipe Baltasar Carlos, al que pintó en un retrato como cazador, anterior a otro del propio Velázquez. Si fue así, también él estaría presente con seguridad en la boda de la hija de Velázquez, ya que como explicábamos en una entrada anterior, Alonso Cano estuvo bastante unido no sólo al pintor, sino también a la familia Mazo-Velázquez, apadrinando a dos de sus hijos: Inés y José, este último junto con su segunda esposa, Mª Magdalena de Uceda.
A. CANO. Príncipe Baltasar Carlos de caza (1634) (anteriormente atribuido a Mtz. del Mazo) Museo Bellas Artes de Budapest. Fot. wikipedia |
Otro de los que testificaron a favor de Velázquez en el proceso para la concesión del hábito de Santiago, fue el asturiano Juan Carreño de Miranda, nacido en 1614 y, por tanto, de una generación posterior a la de Velázquez, de quien fue discípulo, amigo y protegido. En 1658, cuando se está solicitando el citado expediente, Velázquez acaba de seleccionarlo como uno de los encargados de la decoración del Salón de los Espejos, con la que se esperaba impresionar a la delegación francesa que venía a pedir la mano de la infanta Mª Teresa para Luis XIV. Con el tiempo, Carreño llegaría a ser, él mismo, pintor de cámara del rey Carlos II. No deja de tener interés que el monarca, para premiar a su pintor, quisiera concederle a Carreño el mismo hábito que a su maestro, sin embargo, éste lo rechazó. La historia la recoge Palomino, quien atribuye el rechazo a su naturaleza modesta, ya que él si que tenía origen noble. Desde entonces siempre se ha repetido la historia de un modo parecido, sin embargo, el motivo pudo ser bien diferente. En realidad, sí que tenía orígenes nobles, pero sus padres nunca estuvieron casados, así que era hijo natural, condición que siempre mantuvo oculta, por lo que el rechazo pudo ser debido "a una sensata prevención de nuestro pintor ante los trámites e investigaciones minuciosas sobre su naturaleza y ascendencia que requerían las pruebas de nobleza y limpieza de sangre -especialmente endurecidas tras el Capítulo General de Órdenes de 1652-53- para entrar en una de las órdenes militares. El propio artista tuvo ocasión de comprobar el rigor y extremos apuros que padeció el gran Diego Velázquez para obtener la venera santiaguista (...), de lo que Carreño tomaría buena cuenta para no verse en semejante descubierto. Como es sabido, la condición de hijo natural era punto menos que insoslayable para ingresar en una orden" (GONZÁLEZ SANTOS, 1986, p. 35)
MURILLO. San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres (1645-46) Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid. Fot. wikipedia |
VICENTE CARDUCHO. La expulsión de los moriscos (1627). Museo del Prado, Madrid. Fot. Museo del Prado |
Con quien sí que parece claro que no tuvo buenas relaciones fue con alguno de los pintores de la corte, como el florentino Vicente Carducho, autor de una de las obras teóricas más importantes de la pintura del siglo de oro español, Diálogos de la pintura (1633). A través de ocho diálogos entre un pintor y su discípulo, Carducho defiende la pintura como un arte liberal. Lo curioso es que en todo el libro no se menciona ni una sola vez a Velázquez, y éste correspondió al olvido del italiano no incluyendo ningún ejemplar de esta obra en su, por otra parte, excelente biblioteca.
A. NARDI. Inmaculada Concepción (1619-20) Convento de las Bernardas, Alcalá de Henares Fot. wikipedia |
La llegada de Velázquez a la corte no sólo parece que preocupó a Carducho, sino también a Angelo Nardi y Eugenio Caxés (o Cascese). Eugenio Caxés, unos veinte años mayor que Velázquez, fue pintor del rey Felipe III desde 1612. Era hijo de Patricio de Cascese, un italiano de estilo manierista que había trabajado como decorador en El Escorial y cuyo mayor mérito había sido traducir a Vignola al castellano. La figura de Caxés fue ensalzada mucho en su época y fue amigo personal de Lope de Vega. Por su parte, Angelo Nardi era florentino, y llegó a Madrid en 1615. Si al principio manifestó alguna animadversión a Velázquez, esta debió superarla con el tiempo, ya que siempre estuvo muy cercano a Velázquez e incluso llegó a testificar a su favor en el proceso incoado para la concesión del hábito de la Orden de Santiago.
VELÁZQUEZ. Juan Martínez Montañés (1636) M. Prado, Madrid. Fot. wikipedia |
Otro es el que enfrentó a dos de sus amigos. En 1630, Zurbarán se trasladó a Sevilla requerido por el consejo municipal, asegurándole que recibiría todo tipo de ayuda y sería ampliamente recompensado. Sin embargo el gremio de los pintores sevillanos, con Alonso Cano a la cabeza, lo denunció por ejercer la pintura sin haber sido examinado como pintor, como exigían las ordenanzas municipales. Zurbarán se defendió acusando a los pintores sevillanos de actuar movidos por la envidia. Argumentó que había sido invitado a trasladarse a la ciudad porque se le consideraba hombre insigne, y que, ya que las ordenanzas habían sido hechas para evitar que se dedicaran a la pintura personas ignorantes, y puesto que él no lo era, como reconocía el propio Consejo al llamarle insigne, no sería lógico que los pintores trataran de tener más autoridad que las autoridades municipales. En realidad, aunque este asunto ha sido uno más de los que han contribuido a formar la imagen antipática de Alonso Cano, éste no hacía más que exigir el cumplimiento de la norma en igualdad de condiciones para todos, aunque no deja de ser cierto que Cano dominaba casi en solitario el mercado sevillano, y la llegada de Zurbarán suponía una seria amenaza. El asunto se saldó de manera favorable para éste último, que no sólo quedó exento del examen, sino que además recibió un encargo del propio ayuntamiento.
BIBLIOGRAFÍA:
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- BENNASSAR, Bartolomé. "Velázquez íntimo, la cara oculta del genio". La aventura de la Historia, 150, 2011, pp. 20-27.
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- LAFUENTE FERRARI, Enrique. Breve historia de la pintura española (tomo II). Akal, Madrid, 1987.
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- MORÁN TURINA, Miguel y SÁNCHEZ QUEVEDO, Isabel. Velázquez. Catálogo completo. Akal, Madrid, 1999.
- Museo Nacional del Prado. Enciclopedia online [en línea].
- NAVARRETE PRIETO, Benito. "La personalidad artística del joven Murillo: del naturalismo a la apreciación del desamparo y la justicia social en la Sevilla de la época". El joven Murillo (Catálogo de la exposición, Bilbao y Sevilla, 2010). Museo de Bellas Artes de Bilbao y Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Bilbao, 2009, pp. 17-43.
- PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso. "Velázquez y su arte". Velázquez: exposición Museo del Prado. Museo del Prado, Madrid, 1990, pp. 21-56.
- SÁNCHEZ QUEVEDO, Isabel. Zurbarán. Akal, Madrid, 2000.
- VALDIVIESO, Enrique. Murillo. Alianza Ed., Madrid, 1994.
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Pedazo de artículo! super completo.
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