ROGER VAN DER WEYDEN. Retrato de Felipe el Bueno (1450). Museo de Bellas Artes, Dijon Durante los siglos XIV y XV, el Ducado de Borgoña se constituyó como uno de los estados más ricos, poderosos e influyentes de Europa, gozando de una gran importancia tanto política como económica. Aunque técnicamente, el Duque de Borgoña era vasallo del rey de Francia, en la práctica se comportó como un estado independiente, hasta 1477, fecha de la muerte del Carlos el Temerario.
Entre 1337 y 1453, Francia se enfrentó a Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años. Una de las consecuencias de aquel conflicto interminable, fue la propia división del reino francés. El rey Juan el Bueno tuvo cuatro hijos. El mayor, Carlos V, le sucedió en 1364, pero sus hermanos, los primeros grandes mecenas del arte, gozaban de gran autonomía en los territorios que les correspondieron en herencia: Luis I, duque de Anjou; Juan, duque de Berry; y Felipe el Atrevido, duque de Borgoña. Cuando muere Carlos V, su hijo Carlos VI es menor de edad, lo que aprovecharon sus tíos para aumentar su poder. Al alcanzar la mayoría de edad, una demencia crónica le impedirá gobernar, ejerciendo el poder su hermano Luis, duque de Orleans, hasta que fue asesinado por su primo, Juan sin Miedo, el hijo de Felipe el Atrevido.
ROGER VAN DER WEYDEN. Carlos el Temerario (1460). Staatliche Museem, Berlin
La autonomía del ducado de Borgoña, si ya era grande, se hace ahora mucho mayor, y todavía más a partir de 1419, cuando el ducado recae en Felipe el Bueno, tras el asesinato de Juan sin Miedo, su padre. Es así como, a través de intrigas palaciegas, asesinatos, matrimonios y batallas, el Ducado de Borgoña se constituye en un poderoso estado que se anexiona los condados de Flandes, Artois, Nevers, Rethel, y los ducados de Brabante y Limburgo, es decir, un estado cuyas fronteras van desde Amsterdam hasta Ginebra. El hijo de Felipe, Carlos el Temerario, le sucederá durante diez años (1467-1477), hasta que le matan en la batalla de Nancy y el ducado pase a control francés. Su hija, María de Valois (la abuela paterna del futuro emperador y rey de España, Carlos de Habsburgo), se casará con el emperador Maximiliano I de Austria y defenderá su herencia hasta su muerte en 1482.
El reinado de Felipe el Bueno, coincide con la edad de oro de la pintura flamenca, a la que no es ajena una sociedad cambiante, que asiste a la ruina de los nobles por una parte y al enriquecimiento de los burgueses por otra, fruto de la creciente industria de los paños, y con ello el auge de las ciudades. Las casas, calles y mercados son reflejo de esa nueva mentalidad, que tiene que ver con el reconocimiento de los valores individuales, el esfuerzo, el trabajo, ... y no con el origen del individuo, con la sangre. Borgoña refleja muy bien el tránsito del espíritu caballeresco, propio de la Edad Media, a los tiempos modernos. Es allí y en ese momento, donde Huizinga colocó el otoño de la Edad Media, y donde Millard Meiss y Tzvetan Todorov, el reciente Premio Príncipe de Asturias, prefieren por el contrario, situar la primavera del Renacimiento, al entender que no es un mundo que mira hacia atrás, sino todo lo contrario, hacia adelante.
JAN VAN EYCK. Políptico del Cordero Místico (det.) (1425-29) Cat. San Bavón, Gante
En aquel ambiente, príncipes, nobles, burgueses acomodados e instituciones civiles y religiosas, impulsarán con sus encargos, la pintura y el arte en general. De este modo, los artistas se dividirán en dos grandes grupos. Uno es el de los pintores de corte, como Paul de Limbourg, que trabaja para el duque de Berry, o Jan Van Eyck, el más importante de todos, que lo hará para el duque de Borgoña, Felipe el Bueno. El otro, es el que forman los pintores que se instalan en una ciudad y trabajan por encargo, como Roger van der Weyden o Robert Campin, también conocido como Maestro de Flemalle.
JAN VAN EYCK. Matrimonio Arnolfini (1434). National Gallery, Londres.
Con las aportaciones de unos y otros, en el norte de Europa se forjará el estilo de los denominados primitivos flamencos. De ellos saldrá una pintura que busca ante todo, reflejar el mundo visible, es decir, la realidad que percibimos. El mundo que vivimos merece ser observado y representado en sí mismo, eso es lo que parece desprenderse de su forma de pintar, como si hubiesen escuchado a Guillermo de Occam, cuando afirmaba que lo visible no estaba ya sólo al servicio de lo inteligible.
Ese es, sin duda, el realismo, su principal característica. Panofsky, no obstante, matiza que se trata de un falso realismo, realismo disfrazado lo llama, porque muchos de esos objetos sirven de disfraz a diferentes símbolos. Quizá, como escribe Todorov, el término disfraz no sea el más adecuado, ya que parece implicar un deseo de ocultar algo y, en su opinión, no era su intención ocultar, simplemente que hemos olvidado muchas de las convenciones que entonces se utilizaban con un significado simbólico.
ROBERT CAMPIN. Tríptico de la Anunciación. Metropolitan Museum of Art, Nueva York
El aliado perfecto para alcanzarlo lo aportará la técnica del óleo, que aunque ya era conocida, es ahora cuando se perfecciona, a base de aceites de linaza y nueces, permitiendo representar y describir la realidad con una luminosidad, un brillo y, sobre todo, de un modo tan detallista y minucioso como nunca antes se había visto. Aplicando la pintura mediante un sistema de veladuras, alcanzan efectos de un preciosismo insuperable.
PETRUS CHRISTUS. Retrato de una dama (1470). Staatliche Museen, Berlín.
El soporte preferido para estas pinturas será la tabla. Para ello elegirán maderas de la mejor calidad, como el roble o el nogal, que han permitido conservarlas en un estado magnífico, a pesar del tiempo transcurrido. Sobre ellas, se sucederán las escenas religiosas, si bien ahora, y testimonio de los nuevos tiempos que corren por Europa, los acontecimientos extraídos de la Biblia o de los evangelios apócrifos, transcurren en el interior de las cómodas viviendas de los burgueses y nobles del norte de Europa. Un anacronismo que no parece sorprendernos en la actualidad, pero que, sin embargo, debió resultar chocante en aquellos momentos. En otras ocasiones, las historias transcurren en plena naturaleza, y de este modo el paisaje irá cobrando más y más importancia, aunque no llegue a independizarse todavía como género. Si lo hará, en cambio, el retrato. El realismo flamenco encontrará en los rostros un campo ideal para mostrarse sin fisuras, sin concesiones al idealismo. Al principio, los retratos forman parte de la historia, pero con el tiempo, serán el único motivo de la pintura.
En Web Gallery of Art o en Ciudad de la Pintura, acudiendo al índice de autores, podeis encontrar una magnífica colección de fotografías con obras de los pintores de los que os hablamos en esta entrada.
1 comentario:
Hola Gonzalo,
soy tu alumna Laura Marín, nuevamente estoy consultando tu pápina, decirte que me esta facilitando mucho, para afrontar el próximo examen del miercoles, a través de tu power point, tu blog es genial. Entre el libro y tu blog, me esta ayundando a salvar la asignatura, almenos eso creo.
Espero aprovarla,
te felicito por tu trabajo,
mis compañeros no saben lo que se pierden por no entrar en tu página.
Saludos de tu alumna que cada vez esta más enganchada a tu asignatura, me encanta.
Publicar un comentario