martes, 17 de febrero de 2015

Juan de Flandes y los retratos en la corte de los Reyes Católicos (3): Juan de Flandes

JUAN DE FLANDES. La tentación de Cristo (1496-1504)
Tabla del Políptico de Isabel la Católica
National Gallery, Washington
         Juan de Flandes fue el más importante de todos los pintores que estuvieron al servicio de la reina Isabel. Su verdadero nombre sigue siendo una incógnita, «a no ser que se trate del Juan Astrat que reza una inscripción colocada al dorso de una de sus tablas del Políptico de Isabel la Católica, y que seguramente supone una castellanización del apellido flamenco Straat» (PORTÚS, 1998:74). Su presencia en Castilla está documentada a partir de 1496, fecha en la que firma un contrato mediante el cual se le consigna una retribución anual de 20.000 maravedíes (PITA ANDRADE, 2006:26) aunque su aparición en tierras castellanas debe datar del momento en que se  concierta el doble matrimonio entre los hijos de los Reyes Católicos y los del Emperador Maximiliano I y María de Borgoña (BERMEJO, 1988:8), que sería el motivo que le trajo a España.

        Sobre su formación es muy poco todavía lo que hoy se conoce, por lo que los historiadores se han servido de su forma de pintar para formular las distintas hipótesis sobre dónde pudo aprender el oficio y sobre quiénes pudieron ser sus maestros. Bermejo sugiere una primera formación relacionada con el círculo de la escuela de Gante, dominado por aquellos años por las figuras de Hugo van der Goes, Dirk Bouts, Justo de Gante y el llamado «Maestro de María de Borgoña». Más tarde, pudo pasar a Brujas, donde asimilaría algunos de los rasgos de Gerard David y, especialmente, de Hans Memling, del que toma «su sensibilidad en la búsqueda de una calma elegante y un deseo de dotar a algunos de sus personajes de una belleza un tanto ensoñadora» (BERMEJO, 1998: 196). Esta segunda etapa de su formación es para Silva Maroto mucho más importante y profunda que la primera, y sería decisiva para formar su propia personalidad «decidida e independiente».

JUAN DE FLANDES. Noli me tangere (1496-1504)
Tabla del Políptico de Isabel la Católica

Museo del Prado, Madrid
            Quedaría también por resolver por qué camino Juan de Flandes entra en contacto con la Corte de los Reyes Católicos. Bermejo descubre en el llamado Políptico de la Reina Isabel, una de sus primeras pinturas para la reina, la asimilación de elementos italianos renacentistas que cree que sólo pudo conocer de primera mano, es decir, en Italia. Aunque no existe constancia documental alguna del mismo, ese viaje a Italia bien pudo haberlo hecho en compañía de Justo de Gante cuando este pasó a trabajar al servicio del Duque de Urbino, Federico de Montefeltro. Desde 1472 y hasta la muerte de éste en 1482, también sabemos de la presencia en la corte ducal del pintor español Pedro Berruguete, quien colaboró con Justo de Gante en el proyecto de decoración del Studiolo del duque. Si se acepta la hipótesis de ese viaje, su relación con Pedro Berruguete sería una consecuencia natural, y bien pudo ser él, tras regresar a España en 1483 quien le animase a hacer lo mismo, «sabedor, además, de que los gustos de la Corte Castellana, con la Reina católica como figura principal, se inclinaban, con indiscutible preferencia, por la pintura flamenca lo que podría proporcionarle importantes encargos» (BERMEJO, 1998: 204), e incluso pudo procurarle él mismo algún tipo de presentación.

            Más recientemente, Zalama ha aventurado otra hipótesis, al sugerir que no habría que descartar la posibilidad de que Felipe el Hermoso hubiera tenido algo que ver con la llegada a España de Juan de Flandes, al coincidir la fecha de su llegada con la de los esponsales de Juana y Felipe, además de que «en el corto período en que fue rey de Castilla, Felipe el Hermoso se interesó especialmente por las pinturas de Juan de Flandes» (ZALAMA, 2006:36), aunque tampoco de ello disponemos de datos documentales.

            Además de los retratos de los que nos ocuparemos más adelante, durante los años en que Juan de Flandes se mantuvo al servicio de la reina Isabel, pintó obras de carácter religioso, como el Retablo de San Juan Bautista, para la Cartuja de Miraflores, y la mayor parte de las tablas del Políptico de Isabel la Católica, en el que trabajó junto a Michel Sittow. Después de la muerte de la reina, en 1504, abandonó la corte y se dirigió a Salamanca para pintar los cuadros del retablo de la capilla de la Universidad de los que únicamente han sobrevivido las tablas de dos santas identificadas como Santa Apolonia y Santa María Magdalena.

JUAN DE FLANDES. La Crucifixión (h. 1509). Panel del Retablo Mayor de la Catedral de Palencia
Museo del Prado, Madrid

A finales de 1509 se trasladó a Palencia donde contaba con importantes apoyos, el más importante de todos el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, que lo contrató para pintar el retablo mayor de la catedral de Palencia, una de sus obras más importantes una vez muerta la reina y tras abandonar la corte. Juan Rodríguez de Fonseca fue obispo sucesivamente de Badajoz, Córdoba, Palencia y Burgos, y también consejero de los Reyes Católicos y más tarde de su nieto el emperador Carlos V, jugando un papel clave y muy destacado en la administración de las Indias, los viajes de descubrimiento de Colón y muchas de las expediciones que se sucedieron después. Son muy conocidos y sonados los enfrentamientos que mantuvo tanto con Colón como con fray Bartolomé de Las Casas. Entre los encargos que le hicieron los Reyes hubo varias misiones diplomáticas en Flandes, de donde trajo diferentes obras de arte. Una de estas embajadas fue precisamente el arreglo de las bodas entre el príncipe Juan y Margarita de Austria y Felipe el Hermoso con Juana la Loca cuyos preparativos coinciden con la llegada de Juan de Flandes. Años más tarde, en 1501, fue también la persona elegida para acompañar a la infanta Catalina cuando salió para Inglaterra con motivo de su boda con Arturo Tudor, Príncipe de Gales.

JUAN DE FLANDES. San Miguel (1505-06)
Tabla del Retablo de San Miguel
Catedral Vieja, Salamanca
Otros de sus valedores en Palencia fueron don Sancho de Castilla, Señor de Palencia, importante personaje de la corte de los Reyes Católicos, miembro del Consejo Real, participó en la toma de Granada y llegó a ser preceptor del príncipe don Juan; y el almirante don Fadrique Enríquez que formó parte del séquito de Margarita de Austria en viaje a España y uno de los personajes que acompañó a Juana la Loca en su viaje a Flandes. En Palencia Juan de Flandes desarrolla la última etapa de su carrera y la más fructífera. Su obra más importante fue el grandioso Retablo Mayor de la Catedral de Palencia, que quedó inconcluso a su muerte en 1519, y que se conserva in situ. Se le atribuyen también las pinturas del Retablo Mayor de la Iglesia de San Lázaro, de Palencia, actualmente repartidas entre la National Gallery de Washington y el Museo del Prado de Madrid.

Cuando llega a Castilla, el estilo de Juan de Flandes manifiesta una gran sensibilidad hacia la luz, el paisaje y las tonalidades claras, acompañadas de una técnica depurada. Sin embargo, a medida que evoluciona, como apunta Silva Maroto, se va haciendo cada vez más expresivo, se acentúan los contrastes cromáticos y la técnica se hace más descuidada.

(continuará)

miércoles, 4 de febrero de 2015

Juan de Flandes y los retratos en la corte de los Reyes Católicos (2). Una reina culta

JOSÉ VILCHES. Cardenal Cisneros (1864), detalle
Alcalá de Henares, Madrid
Durante el reinado de los Reyes Católicos asistimos a la transición del mundo medieval al moderno, el Renacimiento da sus primeros pasos en España. Las biografías más recientes destacan la importancia de la labor cultural y de mecenazgo desarrollada personalmente por Isabel, mucho más interesada en estos asuntos que Fernando de Aragón. El afán de la reina por la cultura empezó a gestarse probablemente a partir del año 1461 cuando contaba poco más de diez años, momento en que su hermanastro el rey Enrique IV ordena que abandone la compañía de su madre Isabel de Portugal, recluida por su enfermedad en Arévalo, y se traslade a la corte en Segovia. Fue allí donde empezó a familiarizarse con los gustos musicales y literarios, donde tuvo sus primeros contactos con intelectuales de prestigio y  donde aprendió a apreciar la bibliofilia y el mecenazgo (SALVADOR, 2008: 221). Movida por ese espíritu se entregó al estudio del latín, lengua en la que llegó a desenvolverse con gran soltura y cuyo estudio impulsó, incluyéndolo en la educación y formación de sus propios hijos, de la nobleza y de los que habían de ocuparse de los asuntos administrativos. Además del latín, dominaba desde su infancia el portugués, lengua materna de su madre, y con mucha probabilidad también entendía y hablaba el catalán y el francés (SALVADOR, 2008:211). En todas estas lenguas, y en alguna más, estaban escritos muchos de los volúmenes de la excelente biblioteca que reunió. Aunque la mayoría de estos libros eran obras religiosas, biblias, libros de horas, salterios y libros de filosofía, la reina parece que disfrutaba particularmente de la lectura de novelas sentimentales y de caballería, de modo que en aquella biblioteca alternaban tanto escritores clásicos como Virgilio, Séneca o Tito Livio, con otros más modernos, como los autores de las exitosas Tirant lo Blanc (1490) o La cárcel de amor (1492). Incluso había sitio para obras de carácter erótico como el Decamerón de Boccaccio o el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, y es que Isabel, a pesar de ser una persona decorosa, «era también bastante apasionada» (KISS, 1998:247).

La afición de los Reyes por la música también es destacada por los cronistas de la época. Su corte se convirtió en un importante foco de actividad musical que atrajo a numerosos instrumentistas, cantores y compositores, españoles la mayoría de ellos. Ambos mantuvieron las capillas musicales que heredaron de sus padres para servicio de la corte en distintas ceremonias. La reina se preocupó de transmitir a sus hijos una educación musical y puso al servicio del príncipe Juan a uno de los músicos más destacados de su tiempo, Juan de Anchieta. Además, entre los bienes de la reina se encontraban diferentes instrumentos musicales como arpas, vihuelas, laudes, órganos de Flandes, chirimías y flautas. Escuchaba tanto música sacra como profana, de esta última parece que le gustaban especialmente los romances.

Antonio de Nebrija impartiendo una clase de
Gramática en presencia de D. Juan de Zúñiga.
Introductiones Latinae, Biblioteca Nac., Madrid
Los ideales cultos y renacentistas se desplegaron por la corte  de Isabel y Fernando gracias a la protección que la reina brindó a humanistas de la talla de Lucio Marineo Sículo, los hermanos Antonio y Alejandro Geraldino y, especialmente, el milanés Pedro Mártir de Anglería. Como ávida lectora impulsó también de manera decidida la imprenta, que había llegado a los dominios castellanos y aragoneses en 1472, poco antes de iniciarse su reinado.

La vieja Universidad de Salamanca  empieza a volverse permeable a las nuevas corrientes culturales y alcanza ahora sus cotas de mayor prestigio en Europa. Se fundaron otras como las de Valencia y Alcalá de Henares. Cisneros, el confesor y consejero de la reina auspició la publicación de la Biblia Políglota Complutense, que incluía los textos bíblicos en sus lenguas originales, hebreo, griego y arameo, además del latín y Antonio de Nebrija publicó la Gramática Antonii Nebrissensis (1492), no sólo la primera gramática castellana sino también la primera dedicada a estudiar las reglas de una lengua romance.

En cuanto al arte, la reina también llegó a reunir una importante cantidad de obras de arte, entre ellas un número de pinturas muy elevado que Pedro de Madrazo, al finalizar el siglo XIX, situaba exactamente en cuatrocientos sesenta cuadros, y que posteriormente, a mediados del pasado siglo, Sánchez Cantón rebajó hasta doscientas veinticinco obras. Más recientemente, Zalama (2008: 63) ha venido a concluir que no es posible determinar exactamente el número de estos cuadros, que superaría ampliamente el que creyó Sánchez Cantón, aunque sin llegar tampoco a la cifra de Madrazo. La cuestión que debaten los historiadores es, no obstante, si este número de cuadros que la reina atesoró permite considerarla o no como una coleccionista de arte.  Durante mucho tiempo la mayoría de ellos se inclinaban por lo primero, sin embargo, algunas revisiones historiográficas más recientes tienden a opinar lo contrario. Los que defienden esta postura, como Zalama, argumentan que acumular pinturas en sí mismo no implica necesariamente una colección. Para considerarla como tal, en el sentido moderno de la palabra, se requieren al menos dos condiciones: un criterio a la hora de elegir las obras e interés por la pintura, y ninguna de ellas, concluye Zalama, parecen darse en el caso de la reina Católica. Lo primero porque no «tenemos noticia alguna de compras de cuadros» (ZALAMA, 2008: 48) entre la abundante documentación de la reina y, lo segundo, que fueron muy pocos los que mostraron interés por hacerse con estas pinturas a la muerte de Isabel, pese a la indudable calidad de muchas de las pinturas, y «si verdaderamente se trataba de una manifestación artística reconocida, los lienzos y las tablas deberían haber gozado de una considerable atención cuando se pusieron a la venta, si bien la realidad fue otra» (ZALAMA, 2008: 49). Sin embargo, como admite el propio Zalama, «hay una clara contradicción entre los elevados emolumentos de estos pintores y la escasa estima hacia su obra» (ZALAMA: 2008, 53), por lo que la cuestión aún no parece resuelta.

HANS MEMLING. Descendimiento de la Cruz (h. 1475)
Capilla Real, Granada

La obra forma parte del legado personal de la reina 

En cualquier caso, que la sociedad española de comienzos del Quinientos mostrase poco interés en la pintura no significa necesariamente que la reina personalmente no lo tuviese; un interés compartido con otro tipo de creaciones artísticas más apreciada en la época, como los tapices y los libros miniados, que vendría a sumarse a su ya comentada afición por los libros y a la música. Entre sus pinturas predominaban las de asunto religioso, aunque también las había profanas y, un gran número de retratos. En este sentido parece que Isabel estuvo atenta a las corrientes de su tiempo, especialmente «a lo que ocurría en los grandes focos artísticos de Flandes e Italia, con marcada predilección por los neerlandeses» (PITA ANDRADE, 2005: 245), pero también por lo que se hacía en los propios reinos de Castilla y Aragón. Sus numerosos viajes a lo largo de sus dominios con seguridad le permitieron apreciar las obras de los autores más importantes de su tiempo, como Bartolomé Bermejo y Pedro Berruguete.

Además de la pintura, el patrocinio de la reina se extendió también a la arquitectura con destacados encargos a Juan Guas, el más importante la iglesia de San Juan de los Reyes, en Toledo; y a Enrique Egas, que intervino en la construcción del Hospital Real de Santiago y en el de Granada, así como también en la Capilla Real de esta última ciudad. Son obras que se mueven entre el gótico flamígero y el mudejarismo. Entre los escultores también trabajaron para los reyes Gil de Siloé, en los sepulcros de sus padres y su hermano en la Cartuja de Miraflores, y Martín Vázquez de Arce y Rodrigo Alemán en los bajorrelieves que narran la conquista de Granada.

De sus gustos y aficiones cabe considerar que Isabel fue una mujer muy culta para su época y atenta a las novedades, capaz de hacer brillar la corte de los Reyes Católicos al mismo o superior nivel que las de otros estados europeos, «y estamos pensando, por ejemplo, en la de Alfonso V el Magnánimo, de Nápoles» (FERNÁNDEZ, 2001: 53). Este apoyo, sin embargo, no puede pensarse que fuera meramente altruista o lúdico, sino que la reina, al mismo tiempo, era plenamente consciente del efecto propagandístico de estas manifestaciones para transmitir aquello que era de su interés, del mismo modo que los autores y artistas sabían del prestigio personal que conllevaba unir su nombre al de la soberana.

ENRIQUE EGAS. Patio de San Juan, Hospital Reyes Católicos. Santiago de Compostela
        Teniendo en cuenta el gran desarrollo que alcanzó el género del retrato en Flandes a lo largo del siglo XV gracias a los trabajos de grandes maestros como Jan Van Eyck, Petrus Christus, Dirk Bouts o Hans Memling, entre otros, y la predilección que la reina sentía por la pintura flamenca no puede sorprender que  para un encargo de esta magnitud, como era el caso de los retratos de sus  hijos y con la finalidad de negociar sus matrimonios, la reina los eligiese de aquella procedencia, como Juan de Flandes y Michel Sittow, porque aunque este último era letón de nacimiento, su formación artística la hizo en Brujas.

(continuará)