miércoles, 19 de mayo de 2010

Santas de Zurbarán

FRANCISCO DE ZURBARÁN. Santa Ágata (1630-33) Museo Fabre, Montpellier.

Santa Agata fue una joven romana que sufrió el martirio durante las persecuciones de la época de Decio (siglo III). El senador Quintiano se enamoró de ella y al no ser correspondido le infringió numerosos castigos, el más cruel de todos arrancarle los pechos. La visión milagrosa de San Pedro le curó sus heridas. Zurbarán la representa sosteniendo una bandeja con los pechos cortados, como era habitual en la iconografía cristiana.

Sencillez, naturalidad, el valor de las pequeñas cosas, misticismo, ..., son términos recurrentes que aparecen una y otra vez al hablar de la pintura de Francisco de Zurbarán. Adjetivos que cobran sentido en sus espléndidos cuadros de monjes, bodegones o santas, mejor que en ningún otro, porque es en ellos, en las composiciones de una, o dos figuras sumas a lo sumo, donde más brilla el genio de este singular pintor barroco.

De Zurbarán siempre me han llamado la atención sus santas, esas santas que no lo parecen, atavidas con ropajes exquisitos y joyas. En ellas destacan la elegancia y la serenidad, pero también sus poses, que por momentos nos recuerdan más que a jóvenes virtuosas, un desfile de modelos. Impresionan en ellas la luminosidad de las telas, la majestuosidad de algunos trajes, y el virtuosismo técnico con que Zurbarán nos obsequia, entendiendo qué se quiere decir exactamente cuando se dice de él que es un pintor de calidades.

FRANCISCO DE ZURBARÁN. Santa Casilda (1630) Museo Thyssen Bornemisza, Madrid

Santa Casilda vivió en el siglo XI. Era la hija del rey musulmán de Toledo, pero apiadada de los cristianos que su padre tenía como prisioneros, les llevaba alimentos a la prisión escondidos entre sus vestidos. En una ocasión sorprendida por los soldados, cuando le pidieron que enseñara lo que llevaba respondió que flores, y cuando la obligaron a mostrarlas, los alimentos milagrosamente se convirtieron en flores. Zurbarán nos la muestra levantado ligeramente su vestido para sostener las flores.


En cualquier caso, no es esta la forma más convencional de representar las imágenes sagradas, y cuesta reconocerlas como tales, salvo por los atributos que portan, signos de su martirio y santidad, y que sirven para identificarlas. No era convencional ni siquiera en el siglo XVII, cuando Zurbarán las pintó. No debe resultar raro, por tanto, que determinados sectores de la iglesia, aquellos más fieles a las directrices artísticas marcadas por el Concilio de Trento, rechazasen este modo de representarlas y acusaran a los artistas que así lo hacían de llevar a la confusión al pueblo, necesitado según ellos, de ideas claras en momentos tan cruciales para el catolicismo. Las palabras del predicador Bernardino de Villegas son suficientemente elocuentes:
¡Qué cosa más indecente... que unas vírgenes vestidas tan profanamente con tantos dijes y galas que no traen más las damas más bizarras del mundo! Que a veces duda un hombre si adora a Santa Lucía o a Santa Catalina o si apartará los ojos por no ver la profanidad de los trajes, porque en sus vestidos y adornos no parecen santas del cielo sino damas del mundo, y a no estar Santa Clara con su espada en la mano y Santa Lucía con sus ojos en el plato, por lo que toca a su vestido y traje galán con que las visten, nadie dijera que eran santas ni vírgenes honestísimas."

FRANCISCO DE ZURBARÁN. Santa Isabel de Portugal (1638-42). Museo del Prado, Madrid.

Hija del rey de Aragón Pedro III, Isabel recibió el nombre de su tía abuela Isabel de Hungría, canonizada en 1235 y con quien a veces se confunde su iconografía. Se casó con el rey Dionisio de Portugal soportando con paciencia los ultrajes de su belicoso marido. Reina ejemplar y prudente, se distinguió por su amor a los pobres y su caridad incansable. Cierto día la reina llevaba disimulada en sus ropas una gran cantidad de dinero para los pobres. Encontró al rey, quien le había prohibido dar limosnas, pretendió entonces apurada que solo llevaba flores y efectivamente pudo mostrar a su esposo un manojo de rosas. La santa del Prado estuvo identificada como Casilda pero es mucho más probable que se trate de Isabel de Portugal.


¿Cuáles son entonces las razones de este modo de representarlas? Se ha especulado mucho sobre la función estos cuadros. Fue el profesor Enrique Orozco quien estableció que se trataba de retratos a lo divino, es decir, retratos de damas de la aristocracia sevillana, vestidas como tales pero con los atributos de alguna santa. Se sabe que en algunas procesiones sevillanas era una costumbre este tipo de desfiles, y que también se hacía algo parecido en algunas festividades religiosas en Hispanoamérica. Si tenemos en cuenta, además, que muchas de ellas tienen unos rostros plenamente individualizados, la hipótesis cobra aún mayor sentido.

Hay quien piensa, por contra, que el hecho de tratarse de figuras numerosas plantea alguna dificultad para admitir esa hipótesis. Algunos testimonios literarios de la época permiten establecer que estas figuras formaban series que se colocaban alrededor de los muros de una habitación, generalmente de alguna sacristía, pero también en las naves laterales de alguna iglesia, como hizo un imitador de Zurbarán en una iglesia de Carmona, en peregrinación hacia el altar.


FRANCISCO DE ZURBARÁN. Santa Apolonia (1636) Museo del Louvre, París.

Santa Apolonia fue una virgen martirizada en el siglo IV por no renegar de Dios. Los atributos que la identifican son varios: la corona de flores frescas como virgen, la hoja de palma como mártir y las tenazas con el diente simbolizan el objeto de su suplicio. Según la leyenda, Apolonia fue castigada por sus perseguidores que le arrancaron y rompieron los dientes, arrojándose ella misma a la pira que estaba preparada para ejecutarla.



Algunas de estas series han podido ser identificadas, como ocurre con Santa Apolonia (Museo del Louvre), Santa Lucía (Museo de Chartres) y quizá también Santa Ágata (Museo Fabre, Montpellier), que tienen unas medidas ligeramente menores de las habituales y están rematadas en forma de arco, y que formaron parte del antiguo Convento de San José de la Merced Descalza de Sevilla.

La mayoría de ellas son pinturas de cuerpo entero y, por lo general, mujeres jóvenes, que muestran tanto la santidad como la belleza terrenal, gracias a la humanidad con que las muestra Zurbarán. Sin apenas gesticular, transmiten una sensación de reposo, que probablemente obedezca a la forma de trabajar del pintor, que sabemos que usaba maniquíes a los que vestía con ricas telas. Luego les añadía esos rostros de expresión intensa que fijan su mirada en nosotros, con una fuerza mayor de lo que pudiera hacer pensar su aspecto tímido.

FRANCISCO DE ZURBARÁN. Santa Margarita (1631). National Gallery, Londres.

Probablemente la más famosa de todas las santas de Zurbarán, no existió nunca. Su historia fue difundida en Occidente por la Leyenda Dorada, de Jacopo de la Vorágine,según la cual vivió en tiempos de Diocleciano.Hija de un sacerdote pagano de Antioquía de Pisidia, habría sido cnvertida por su nodriza, quien la había puesto a cuidar a sus ovejas. El gobernador Olibrio, cuando paseaba a caballo, vio a la joven pastora y fue seducido por su belleza. Pero como ella se le negó la hizo encarcelar. Allí Margarita fue asaltada por Satán en forma de enorme dragón, pero Margarita lo atacó con un crucifijo y lo derrotó. Posteriormente sufrió numerosos castigos y murió decapitada.


En las santas de Zurbarán, como en otras muchas de sus obras, se distingue la dureza de las telas (como también hacía el escultor Gregorio Fernández) cuyos orígenes hay que rastrear en Roger Van der Weyden. Los pliegues angulosos que forman, ejercieron una gran fascinación en los pintores cubistas que, por encima de los asuntos de sus cuadros, supieron apreciar en Zurbarán su capacidad para crear diferentes planos mediante el uso del color y dotar de volumen a sus figuras, que cobran así una extraordinaria monumentalidad.

Encuadrado dentro de lo que los historiadores llaman segunda generación tenebrista, utiliza el claroscuro de una forma menos violenta que Caravaggio y los primeros tenebristas. La graduación de la intensidad de la luz es más reflexiva y serena, más acorde también con su manera mística de abordar las cuadros. Mediante la luz potencia y destaca los rasgos de los rostros, los volúmenes de los vestidos y la riqueza de los pliegues, haciendo que sus imágenes pierdan la carga sobrenatural que les daba Caravaggio. De este modo, se convierten en seres de carne y hueso que dan sentido al término zurbanesco, "entendido como la manera de significar lo humilde y lo poético desde una proyección de mística y sencillez, de simplificada elegancia" (Historia del Arte, Ed. Planeta)

Las imágenes de la entrada han sido tomadas de web gallery of art, donde podeis ver otras muchas pinturas de Zurbarán.

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