Aunque para el gran público el nombre de Gaudí se asocia a Cataluña, donde desarrolla la mayor parte de su carrera, y donde dejó sus obras más emblemáticas e importantes, su trabajo no se circunscribe únicamente a ella, sino que se reparte por otros lugares de España, como Comillas, León, Astorga y Palma de Mallorca, e incluso proyectó un hotel para Nueva York, que finalmente no se llegó a construir.
Los estudiosos de la obra de Gaudí califican el período que cubre los años iniciales de su producción, entre 1882 y 1904, como período ecléctico. En esta etapa su arquitectura se ejercita básicamente sobre la referencia a estilos históricos como el gótico, el románico o la arquitectura hispanoárabe. Esas referencias, sin embargo, raramente son literales, sino reinterpretaciones de temas constructivos, ornamentales o funcionales que se incorporan al edificio, sin que el conjunto de éste tenga necesariamente que evocar esa referencia.
En estas obras de juventud, Gaudí parece más interesado en los detalles constructivos y en la resolución de los problemas que en la concepción global del edificio, incluso en aquellas construcciones de mayor contundencia, como el Palacio Güell, el Colegio de las Teresianas o Bellesguard, como señala Ignasi de Solá-Morala.
Un buen ejemplo de lo que venimos diciendo lo encontramos en Villa Quijano, más conocida como El Capricho, en la villa cántabra de Comillas. Sobre una de las colinas de esta ciudad, Antonio López y López, primer Marqués de Comillas y uno de los hombres más ricos de la España de su tiempo, encargó al arquitecto catalán Joan Martorell la construcción de su residencia, el Palacio de Sobrellano. En este trabajo colaboró un joven ayudante del arquitecto catalán, Antonio Gaudí, que realizó parte del mobiliario del mismo así como de la capilla próxima al mismo.
Las relaciones de Gaudí con la vida social y aristocrática de la villa cántabra no terminan aquí, ya que Eusebio Güell, uno de los mecenas del arquitecto, con quien le unían fuertes lazos de amistad, al casarse con Isabel López Bru, se convirtió en yerno del Marqués de Comillas. Por su parte, Claudio López y López, hermano del Marqués, contrajo matrimonio con Benita Díaz de Quijano.
Cuando el hermano de ésta última, Máximo Díaz de Quijano, decidió construirse una finca de recreo de estilo oriental junto a la de su concuñado el Marqués de Comillas, eligió como arquitecto a un por entonces poco conocido Antonio Gaudí, cuya obra más importante hasta la fecha había sido la Casa Vicens, en Barcelona. Es más que probable, que esta red de relaciones familiares tuviese mucho que ver con la elección del arquitecto catalán.
El Capricho se construyó entre 1883 y 1885, con planos de Gaudí y bajo la dirección de su colaborador el arquitecto Cristóbal Cascante Colom. No consta que Gaudí estuviese nunca en Comillas, salvo por el testimonio recogido por el escultor Joan Matamala, que recoge en sus memorias que el arquitecto le contó que entre 1883 y 1885, realizó un viaje de incógnito a Santiago de Compostela durante el cual pasó por Burgos y Comillas.
El edificio presenta una planta irregular y movida, de forma alargada y con unas dimensiones de 15 x 36 metros. Al analizar el dibujo se observa que no concede demasiada importancia a la geometría. Las estancias se distribuyen en tres niveles: sótano, planta y desván.
El sótano no ocupa toda la superficie del edificio, ya que al encontrarse este sobre un desnivel, cubre sólo una parte. En ese espacio se ubicaban originalmente la cocina, el lavadero, el garaje y las dependencias del servicio. En la planta baja, estaban el salón, el comedor y los dormitorios, mientras que el desván o parte superior se dedicaba a otros usos. La comunicación entre las plantas se hacía mediante dos escaleras de caracol.
ANTONIO GAUDÍ. El Capricho, Comillas (1883-1885). Detalle del torreón
Lo primero que llama la atención del edificio al contemplarlo es el vistoso colorido de la cerámica que cubre sus muros, con predominio del verde, el rojo y el amarillo. Es probable, aunque no se tiene certeza de ello, que la cerámica procediese de la fábrica Pujol i Bausis, de Esplugues de Llobregat, de la que Gaudí fue un importante cliente.
Predominan en él las líneas horizontales, rotas por el llamativo torreón cilíndrico, revestido de cerámica verde. Con su forma de fuste de columna, parece evocar los alminares de las mezquitas musulmanas. En su parte superior se instala un mirador cubierto con un cupulín sostenido tan sólo por cuatro finas barras de hierro, que le hacen parecer suspendido en el aire.
El torreón se asienta sobre un pórtico semicircular que sirve de acceso principal al edificio en uno de sus ángulos. Está formado por cuatro gruesas y macizas columnas separadas por arcos adintelados y levantadas sobre un podium al que se accede por un breve tramo de escaleras en tres de sus puntos. Sobre los capiteles de estas columnas están labrados pájaros y hojas de palmito, como hiciera en la Casa Vicens, contemporánea de esta obra, con la que comparte otros elementos comunes como su simplicidad constructiva, el predominio de las líneas rectas sobre las curvas y una abundante decoración exterior.
La planta inferior del edificio está construida con muros de sillería almohadillados. Las superiores, en cambio, lo están con ladrillo visto, de color amarillento y rojizo, y franjas de cerámica decorada con hermosos y llamativos girasoles amarillos y hojas verdes en relieve. El resultado es una fachada con un ritmo ondulante y elegante.
El recuerdo de la arquitectura hispanoárabe, por tanto, está presente tanto en la torre como en los azulejos policromados y el ladrillo visto, justificando que se encuadre esta obra dentro de su estilo morisco-mudéjar, igual que la Casa Vicens, los Pabellones Güell y el Palacio Güell.
No conviene pasar por alto los detalles gaudinianos en el tratamiento del hierro, con formas retorcidas y sumamente originales, como rejas de balcones que se convierten en bancos, en voladizo o los originales contrapesos de las ventanas de la fachada principal, que estaban hechos con tubos de metal, de modo que al utilizarlos emitían sonidos musicales, lo que debía ser del agrado de su propietario, gran aficionado a la música. Quizá por eso mismo se encuentran otros motivos musicales en la decoración de algunas vidrieras. El uso del hierro es una constante en la obra de Gaudí, demostrando un profundo conocimiento del mismo adquirido en sus años de juventud, cuando trabajó en la calderería Sardá y en la herrería Ciré de Reus.
Máximo Díaz de Quijano, el primer propietario de El Capricho murió en julio de 1885, el mismo año en que se terminó la obra. A su muerte, pasó por herencia a su hermana Benita y luego al hijo de ésta, Santiago López y Díaz de Quijano, que murió soltero en Barcelona en el año 1928. Los siguientes propietarios fueron sus hermanos y, posteriormente, Joan Antoni Güell i López, uno de los hijos de Eusebio Güell, el mecenas de Gaudí. Poco a poco, el edificio fue cayendo en el abandono sin que nadie pusiera remedio. Al parecer hubo intentos por parte del Ayuntamiento de Reus, la ciudad natal de Gaudí, de adquirirlo con el propósito de trasladarlo, piedra a piedra, a la ciudad tarraconense; y también se habló de que pudo adquirirlo la Comunidad de Cantabria. Finalmente, en 1992, lo adquirió un grupo japonés, Milo Development Co. Ltd., que lo convirtió en un restaurante.
Si cuento todas estas peripecias es para hacernos una idea mejor de las transformaciones que ha sufrido el proyecto original de Gaudí. Aunque los planos, maquetas y bocetos originales de El Capricho no se han encontrado nunca, el arquitecto japonés Hiroya Tanaka, experto en la obra de Gaudí, creyó descifrar cómo pudo haber sido el aspecto original del edificio. Recuperar ese aspecto fue el encargo que recibió de sus actuales propietarios, a fin de poder optar al título de Patrimonio Mundial de la UNESCO. Con esta intención se procedió a restituir el blanco original de las piezas, se restauró el suelo original de cerámica, se recuperó el invernadero que reproducía un jardín tropical cubano, etc... Hace unos meses, leíamos en El Diario Montañés, que debido a los cuantiosos gastos de esta inversión, el restaurante cerraba sus puertas al público abriendo una polémica en torno al asunto que puede seguirse a través de la hemeroteca del citado periódico. A partir de aquí, una vez más, se abre un futuro incierto sobre este singular y curioso edificio.
En estas obras de juventud, Gaudí parece más interesado en los detalles constructivos y en la resolución de los problemas que en la concepción global del edificio, incluso en aquellas construcciones de mayor contundencia, como el Palacio Güell, el Colegio de las Teresianas o Bellesguard, como señala Ignasi de Solá-Morala.
Un buen ejemplo de lo que venimos diciendo lo encontramos en Villa Quijano, más conocida como El Capricho, en la villa cántabra de Comillas. Sobre una de las colinas de esta ciudad, Antonio López y López, primer Marqués de Comillas y uno de los hombres más ricos de la España de su tiempo, encargó al arquitecto catalán Joan Martorell la construcción de su residencia, el Palacio de Sobrellano. En este trabajo colaboró un joven ayudante del arquitecto catalán, Antonio Gaudí, que realizó parte del mobiliario del mismo así como de la capilla próxima al mismo.
Las relaciones de Gaudí con la vida social y aristocrática de la villa cántabra no terminan aquí, ya que Eusebio Güell, uno de los mecenas del arquitecto, con quien le unían fuertes lazos de amistad, al casarse con Isabel López Bru, se convirtió en yerno del Marqués de Comillas. Por su parte, Claudio López y López, hermano del Marqués, contrajo matrimonio con Benita Díaz de Quijano.
Cuando el hermano de ésta última, Máximo Díaz de Quijano, decidió construirse una finca de recreo de estilo oriental junto a la de su concuñado el Marqués de Comillas, eligió como arquitecto a un por entonces poco conocido Antonio Gaudí, cuya obra más importante hasta la fecha había sido la Casa Vicens, en Barcelona. Es más que probable, que esta red de relaciones familiares tuviese mucho que ver con la elección del arquitecto catalán.
El Capricho se construyó entre 1883 y 1885, con planos de Gaudí y bajo la dirección de su colaborador el arquitecto Cristóbal Cascante Colom. No consta que Gaudí estuviese nunca en Comillas, salvo por el testimonio recogido por el escultor Joan Matamala, que recoge en sus memorias que el arquitecto le contó que entre 1883 y 1885, realizó un viaje de incógnito a Santiago de Compostela durante el cual pasó por Burgos y Comillas.
El edificio presenta una planta irregular y movida, de forma alargada y con unas dimensiones de 15 x 36 metros. Al analizar el dibujo se observa que no concede demasiada importancia a la geometría. Las estancias se distribuyen en tres niveles: sótano, planta y desván.
El sótano no ocupa toda la superficie del edificio, ya que al encontrarse este sobre un desnivel, cubre sólo una parte. En ese espacio se ubicaban originalmente la cocina, el lavadero, el garaje y las dependencias del servicio. En la planta baja, estaban el salón, el comedor y los dormitorios, mientras que el desván o parte superior se dedicaba a otros usos. La comunicación entre las plantas se hacía mediante dos escaleras de caracol.
ANTONIO GAUDÍ. El Capricho, Comillas (1883-1885). Detalle del torreón
Lo primero que llama la atención del edificio al contemplarlo es el vistoso colorido de la cerámica que cubre sus muros, con predominio del verde, el rojo y el amarillo. Es probable, aunque no se tiene certeza de ello, que la cerámica procediese de la fábrica Pujol i Bausis, de Esplugues de Llobregat, de la que Gaudí fue un importante cliente.
Predominan en él las líneas horizontales, rotas por el llamativo torreón cilíndrico, revestido de cerámica verde. Con su forma de fuste de columna, parece evocar los alminares de las mezquitas musulmanas. En su parte superior se instala un mirador cubierto con un cupulín sostenido tan sólo por cuatro finas barras de hierro, que le hacen parecer suspendido en el aire.
El torreón se asienta sobre un pórtico semicircular que sirve de acceso principal al edificio en uno de sus ángulos. Está formado por cuatro gruesas y macizas columnas separadas por arcos adintelados y levantadas sobre un podium al que se accede por un breve tramo de escaleras en tres de sus puntos. Sobre los capiteles de estas columnas están labrados pájaros y hojas de palmito, como hiciera en la Casa Vicens, contemporánea de esta obra, con la que comparte otros elementos comunes como su simplicidad constructiva, el predominio de las líneas rectas sobre las curvas y una abundante decoración exterior.
ANTONIO GAUDÍ. El Capricho, Comillas (1883-1885). Pórtico de entrada y detalle de un capitel de las columnas del mismo.
La planta inferior del edificio está construida con muros de sillería almohadillados. Las superiores, en cambio, lo están con ladrillo visto, de color amarillento y rojizo, y franjas de cerámica decorada con hermosos y llamativos girasoles amarillos y hojas verdes en relieve. El resultado es una fachada con un ritmo ondulante y elegante.
El recuerdo de la arquitectura hispanoárabe, por tanto, está presente tanto en la torre como en los azulejos policromados y el ladrillo visto, justificando que se encuadre esta obra dentro de su estilo morisco-mudéjar, igual que la Casa Vicens, los Pabellones Güell y el Palacio Güell.
ANTONIO GAUDÍ. El Capricho, Comillas (1883-1885). Detalles de las paredes de ladrillo y de las cerámicas con girasoles y hojas verdes en relieve.
No conviene pasar por alto los detalles gaudinianos en el tratamiento del hierro, con formas retorcidas y sumamente originales, como rejas de balcones que se convierten en bancos, en voladizo o los originales contrapesos de las ventanas de la fachada principal, que estaban hechos con tubos de metal, de modo que al utilizarlos emitían sonidos musicales, lo que debía ser del agrado de su propietario, gran aficionado a la música. Quizá por eso mismo se encuentran otros motivos musicales en la decoración de algunas vidrieras. El uso del hierro es una constante en la obra de Gaudí, demostrando un profundo conocimiento del mismo adquirido en sus años de juventud, cuando trabajó en la calderería Sardá y en la herrería Ciré de Reus.
Máximo Díaz de Quijano, el primer propietario de El Capricho murió en julio de 1885, el mismo año en que se terminó la obra. A su muerte, pasó por herencia a su hermana Benita y luego al hijo de ésta, Santiago López y Díaz de Quijano, que murió soltero en Barcelona en el año 1928. Los siguientes propietarios fueron sus hermanos y, posteriormente, Joan Antoni Güell i López, uno de los hijos de Eusebio Güell, el mecenas de Gaudí. Poco a poco, el edificio fue cayendo en el abandono sin que nadie pusiera remedio. Al parecer hubo intentos por parte del Ayuntamiento de Reus, la ciudad natal de Gaudí, de adquirirlo con el propósito de trasladarlo, piedra a piedra, a la ciudad tarraconense; y también se habló de que pudo adquirirlo la Comunidad de Cantabria. Finalmente, en 1992, lo adquirió un grupo japonés, Milo Development Co. Ltd., que lo convirtió en un restaurante.
Si cuento todas estas peripecias es para hacernos una idea mejor de las transformaciones que ha sufrido el proyecto original de Gaudí. Aunque los planos, maquetas y bocetos originales de El Capricho no se han encontrado nunca, el arquitecto japonés Hiroya Tanaka, experto en la obra de Gaudí, creyó descifrar cómo pudo haber sido el aspecto original del edificio. Recuperar ese aspecto fue el encargo que recibió de sus actuales propietarios, a fin de poder optar al título de Patrimonio Mundial de la UNESCO. Con esta intención se procedió a restituir el blanco original de las piezas, se restauró el suelo original de cerámica, se recuperó el invernadero que reproducía un jardín tropical cubano, etc... Hace unos meses, leíamos en El Diario Montañés, que debido a los cuantiosos gastos de esta inversión, el restaurante cerraba sus puertas al público abriendo una polémica en torno al asunto que puede seguirse a través de la hemeroteca del citado periódico. A partir de aquí, una vez más, se abre un futuro incierto sobre este singular y curioso edificio.
Fenomenalmente comentada, como siempre.
ResponderEliminarMuchas gracias, Antonio.
ResponderEliminarAun no he visto nada de Gaudí en vivo, pero tras esta entrada, me voy a esforzar todo lo posible para echarle un buen vistazo y una cuantas fotos.
ResponderEliminarun abrazo Gonzalo, nos vemos en el bar (ahi que ver que mal suena eso jejeje)
Hola Iván, pues estaré encantado de ver esas fotos tuyas de Gaudí, te sorprenderá la cantidad de detalles que puedes encontrar en su arquitectura.
ResponderEliminarY eso de vernos en el bar a mi, en cambio, me suena fenomenal. Las caballitas ayer, geniales, el próximo día iremos por las sardinas.
Un abrazo, eres un fenómeno.