sábado, 11 de octubre de 2008

Alonso Cano, no es oro todo lo que reluce

VELÁZQUEZ. Retrato de Alonso Cano, 1649 (Wellington Museum, Londres)

Hace unos días hablábamos en este blog de la agitada vida del pintor italiano Caravaggio. Pues bien, también en el arte español hemos tenido grandes artistas con una vida personal bastante sospechosa y poco ejemplar. Este es el caso del granadino Alonso Cano, probablemente el más completo de todos los autores del Siglo de Oro: pintor, dibujante, grabador, diseñador, arquitecto, retablista, escultor, ...

La mayor parte de la leyenda biográfica que rodea su figura procede de un libro de 1724 de Antonio Palomino, "El Parnaso Español pintoresco y laureado", donde, como hiciera Vasari, recoge episodios de la vida de algunos de nuestros artistas. El libro fue escrito 58 años después de la muerte de Alonso Cano.

Palomino dejó sentada una imagen de un Alonso Cano tan amigo de la espada como de los pinceles, pendenciero y acosado constantemente por las deudas, que le llevaron a la cárcel, a pesar de las importantes sumas de dinero ganadas a lo largo de su carrera. Un carácter que contasta fuertemente con la dulzura de sus obras.

ALONSO CANO. Inmaculada, Cat. Granada


En 1631, Cano contrajo matrimonio con su segunda esposa, María Magdalena de Uceda, sobrina del también pintor Juan de Uceda, que tan sólo contaba con doce o trece años de edad. En 1638 el matrimonio se traslada a Madrid, quizá motivado por un duelo de Cano con el pintor sevillano Sebastián Llano y Valdés, aunque es un hecho no demostrado.

Unos años después, en 1644, ocurriría el hecho más desgraciado, dramático y oscuro de su biografía, el brutal asesinato de su joven esposa en extrañas circunstancias. El artista fue detenido, acusado de ordenar el asesinato y torturado. No deja de resultar irónico que, dadas las circunstancias, sus torturadores le protegiesen el brazo derecho por su condición de artista. Cuatro días después, al no encontrarse pruebas en su contra, fue liberado y huye a Valencia.

Finalmente, tras un breve regreso a la capital, se instalará en su ciudad natal, Granada, gracias al favor que le dispensaba el monarca Felipe IV. Allí trabajó hasta su muerte. Cano murió en la más absoluta pobreza el 3 de septiembre de 1677 en el número 10 de la granadina calle de Santa Paula.

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