El rey Eduardo el Confesor. Musée de la Tapisserie, Bayeux |
No son muchos
los museos dedicados a la exposición de una sola obra. Uno de ellos está en
Bayeux, una pequeña localidad normanda, a escasos kilómetros de las playas
donde se produjo el desembarco aliado durante la Segunda Guerra Mundial. El
recuerdo de aquel desembarco está aún muy presente en todos los rincones de la
ciudad, la primera en ser liberada de la ocupación nazi. Pero del museo y de la
pieza de la que quiero hablaros hoy no tiene que ver con aquel desembarco, sino
con otro que tuvo lugar mil años antes y no en ésta, sino en la otra orilla del
Canal. Fue la última vez que Gran Bretaña fue invadida. Es ese otro desembarco
el que se muestra en el famoso tapiz de Bayeux.
Los libros ya
te preparan para lo que vas a ver. Te dicen que aunque lo llaman tapiz, en
realidad no lo es, porque no está tejido, sino bordado con hilos de lana sobre
una fila tela de lino. Te cuentan que es una pieza de dimensiones
considerables, puesto que mide más de setenta metros de largo y tiene una
anchura de aproximadamente medio metro. A pesar de las advertencias, sin
embargo, no se adquiere conciencia plena de las mismas hasta que lo ves in situ, frente a ti. No se puede decir
más que su visión impresiona y causa asombro.
No es ajeno a este efecto la soberbia presentación de la pieza, en una sala
teñida de negro, con luces bajas para no dañar los colores, magníficamente
conservados a pesar del tiempo transcurrido.
No me quiero
detener mucho en la narración del asunto representado. La historia comienza en
el momento que el rey de Inglaterra, Eduardo el Confesor, que no tiene hijos,
confía a su cuñado el duque Haroldo que navegue hacia el continente, hasta las
tierras de su sobrino el Duque Guillermo de Normandía, quizá con la intención
de comunicarle que iba a designarle como heredero. Curioso personaje el de
Guillermo, apodado primero como el
Bastardo y luego como el Conquistador.
Una vez en el
continente, Haroldo ayuda a Guillermo a someter la ciudad de Dinan, en Bretaña,
por lo que le nombra caballero como prueba de agradecimiento. Al hacerlo,
Haroldo jura fidelidad a Guillermo, y aquí va a estar una de las claves de la
historia, que acabará con su muerte y la ruina de su familia. Después de
aquello, Haroldo regresa a Inglaterra y se presenta al rey Eduardo para darle
cuenta de su viaje. En este punto, la narración da un salto en el tiempo, hasta
la muerte del rey, año y medio más tarde. Los nobles entregan la corona a
Haroldo, pero providencialmente aparece un cometa sobre el firmamento, un mal
augurio tenido como presagio de desdicha, que hará que el rey pierda el favor
de su pueblo. Al contemplarlo, el terror y el miedo se apoderan de Haroldo. El
fenómeno ocurrió realmente a principios del año 1066, justo cuando ocurren los
acontecimientos, cuando pudo verse con claridad el cometa Halley sobre el cielo
de Inglaterra.
A
continuación, asistimos a los preparativos de Guillermo para la invasión de la
isla, la construcción de una gran flota, la posterior batalla de Hastings,
sobre suelo inglés, la muerte de Haroldo II en el combate y la derrota inglesa
a manos de los normandos, y la coronación de Guillermo como rey de Inglaterra.
La batalla de Hastings. Musée de la Tapisserie, Bayeux (Fot. wikipedia) |
Generalmente
el tapiz ha sido visto como lo que es, una fuente documental histórica de una
gran importancia para comprender cómo se convirtió en rey Guillermo el
Conquistador; así como también para captar multitud de detalles de la vida
cotidiana en el siglo XI, ya que no se ahorran detalles sobre los vestidos, las
armas, la caza, la construcción naval y la vida cotidiana en general. Los
historiadores y arqueólogos se han encargado a su vez de constatar la veracidad
de todos ellos.
En cuanto al
autor o autores del tapiz y el propósito de la obra no podemos dejar de hacer
algunas consideraciones. La leyenda romántica difundió la leyenda que atribuía
su ejecución a la reina Matilde de Flandes, esposa de Guillermo, lo que carece
de cualquier fundamento. Actualmente los historiadores se inclinan a pensar que
el tapiz fue realizado poco tiempo después de los episodios narrados en la
tela, posiblemente en un taller inglés del condado de Kent. El artista que
inspiró las escenas debió ser, a su vez, un hombre culto, o al menos con
bastantes conocimientos de cultura clásica, como demuestran muchos de los
detalles. La obra, casi con toda probabilidad, fue un encargo de Odón de
Conteville, hermanastro de Guillermo, obispo de Bayeux, que recibió el condado
de Kent tras la conquista normanda, en la que participó activamente, y cuyo
papel en la historia aparece fuertemente realzado.
En cualquier
caso, el comitente del tapiz no parece tan interesado en exaltar los méritos
militares de los normandos, como en la justificación religiosa de la propia conquista, que pasa a
ser el asunto central de lo que allí se cuenta. Esta justificación se asienta
sobre dos poderosos argumentos. El primero es de naturaleza feudal, Haroldo –
el último rey sajón de Inglaterra– es un perjuro, ha faltado al juramento de
fidelidad prestado a su señor el duque Guillermo sobre las reliquias sagradas,
y lo único que puede esperar quien así actúa es su propia desgracia y la de sus
descendientes. Es de ahí de donde deriva el segundo argumento, de naturaleza
militar, que invocaba el viejo derecho de conquista, como una señal de que la
voluntad divina se había decantado por el vencedor.
El cometa Halley. Museé de la Tapisserie, Bayeux (Fot. wikipedia) |
El enorme
interés histórico que tienen estos asuntos ha hecho que no siempre se haya
reparado suficientemente en el gran valor artístico del tapiz, que puede ser
considerado como una especie de cómic o película de dibujos animados del siglo
XI. Este detalle, por sí solo, ya hace del tapiz de Bayeux una obra singular,
porque aunque sabemos que existieron otras obras parecidas, ninguna de ellas ha
llegado hasta nosotros. Pero la comparación va más allá del hecho de que todos
los episodios están narrados y contados mediante dibujos e ilustraciones que
permiten seguir la historia aún sin conocer los personajes a los que hace
referencia. También la estructura, ritmo, organización del relato, e incluso
los detalles humorísticos, lo recuerdan.
Efectivamente,
el tapiz es un friso histórico en el que la historia se construye como una
película que vemos de izquierda a derecha y en la que el artista nos marca el
ritmo de la lectura, haciéndonos caminar lentamente o más rápidamente según lo
requiera la narración, e incluso llevándonos en algunos momentos hacia adelante
y hacia atrás en el tiempo. El ritmo viene subrayado, además, por las formas,
que se inclinan todas en el mismo sentido, hacia la derecha. Vemos así caballos
al galope, lanzas, estandartes, grupos de personajes que se van sucediendo
mediante escalonamientos oblicuos, que ascienden de izquierda a derecha para
luego descender sobre una vertical y vuelta a empezar, en una composición en forma
de diente de sierra, no exenta de complejidad.
Por otra
parte, como ocurre en las películas de dibujos animados y en los cómics, en las
escenas que requieren de mayor acción, el movimiento se expresa mediante la
yuxtaposición repetitiva de motivos casi idénticos, como vemos que hacen los
autores que diseñaron el tapiz cuando deben representar las escenas de las
cargas de la caballería o aquellas otras en las que vemos la flota normanda
cruzar las aguas del Canal de La Mancha.
Otro elemento
clave en el lenguaje del cómic es el bocadillo, ese globo o recuadro en el que
el creador pone las palabras de los personajes o explica algún detalle de la
historia. En el tapiz esa función la cumple una leyenda escrita en grandes
caracteres versales y en latín, donde se va comentando de modo continuo la
acción y se indican los nombres de los personajes más importantes. Y al igual
que sucede en los cómics, también en el tapiz la mayoría de las acciones se
resuelven con pocos personajes, dos o tres a lo sumo.
La muerte de Haroldo. Musée de la Tapisserie, Bayeux (Fot. wikipedia) |
Un último
elemento común que podríamos señalar entre los cómics y el tapiz de Bayeux es
la ausencia en ambos de un segundo plano o de un paisaje que forme el fondo,
con la única excepción del Mont Saint Michel, reconocible en alguna escena. La
perspectiva se plasma mediante la oposición de colores –como ocurre en muchas
pinturas del románico–, o bien aumentando o reduciendo el tamaño de algunos
elementos (por ejemplo, los barcos) en función de la distancia respecto al
observador.
Al mismo
tiempo, quizás precisamente por todos esos elementos, el tapiz nos aporta el
encanto y el primitivismo que hace tan fascinantes y encantadoras las representaciones
plásticas del románico. Son dibujos de gran sencillez, enmarcados por el firme
trazo de las líneas, que se traducen en un lenguaje claro y fuertemente
expresivo; pero, al mismo tiempo, en el tapiz se dedica un espacio amplio para
dar rienda suelta al mundo simbólico y fantástico del románico, especialmente
en las orlas superior e inferior de la tela, donde encuentran refugio las
representaciones marginales de los bestiarios medievales, las fábulas, parejas
de hombres y mujeres desnudos, cruces, y un sinfín de motivos de la vida
cotidiana, similares a los que pueden descubrirse en tantos capiteles y
canecillos de iglesias y monasterios.
Este artículo se publicó en CaoCultura el 28-Octubre-2016
En el artículo de la wikipedia tienes la posibilidad de ver el tapiz en su totalidad y esta magnífica animación permite hacernos una idea del sentido del ritmo del que hablamos en el artículo.
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