Feliz Navidad 2014 y mis mejores deseos para el 2015
domingo, 21 de diciembre de 2014
martes, 4 de noviembre de 2014
Peter Paul Rubens, arquitecto (y 5ª parte): La entrada triunfal en Amberes del Cardenal Infante don Fernando
P.P. RUBENS. Cardenal Infante don Fernando de Austria en la batalla de Nordlingen (1634-35). Madrid, Museo de El Prado |
Tras la muerte de la infanta
Isabel Clara Eugenia sin herederos, el 1 de diciembre de 1633, en el palacio real
de Coudenberg, en Bruselas, el gobierno del territorio revirtió nuevamente en
la corona española. Felipe IV nombró como gobernador a su hermano, el
Cardenal-Infante don Fernando. Su llegada a los Países Bajos vino precedido por
su triunfo en la batalla de Nordlingen, y se vio acompañada por una serie de
entradas públicas de carácter triunfal en algunas ciudades flamencas, entre las
que destacan las de Gante y Amberes.
Los orígenes
de estas ceremonias en los que un personaje de gran importancia, no necesariamente
un rey, ingresa en una ciudad, hay que buscarlos en las ceremonias romanas del triumphus. Se hicieron muy frecuentes
durante el Renacimiento, aunque las cotas más altas de espectacularidad se
alcanzaron durante el Barroco. Cuando se consolida el discurso del origen
divino del poder real, la fiesta se pondrá al servicio de esta idea, haciéndose
más efectista, apoteósica y sorprendente.
Las ciudades
construían numerosos arcos de triunfo, arquitecturas y esculturas efímeras,
condenadas a desaparecer después del desfile, aunque llegaron a influir en las
transformaciones de las ciudades, porque a veces ese espacio urbano creado para
una entrada triunfal se consolida como espacio de poder durante siglos. Es lo
que ocurrió por ejemplo en lo que hoy es el Paseo del Prado, en Madrid, que
tiene su origen en la entrada triunfal que se preparó para recibir en 1570 a la
reina Ana de Austria. Como escribe Cámara: “Vista, oído y olfato fueron los
sentidos que más apreciarían los espacios imaginarios creados por los artistas
en las Fiestas. En ellas los tejidos, las pinturas, las luces o las
arquitecturas efímeras entraban por los ojos, los oídos percibían la música,
las flores y las hierbas olorosas perfumaban los recorridos…, todo se conjugaba
para convertir la ciudad en un espacio de maravilla”.
P.P. RUBENS. Arco de triunfo de Fernando (reverso). San Petersburgo, Museo del Hermitage |
De la
importancia concedida a este tipo de ceremonias y aparatos efímeros, nos pueden
dar una idea los nombres de los artistas que se encargaron de algunas de ellas.
En Venecia, en 1574, Tintoretto y Veronés colaboraron para decorar el arco y la
logia diseñados por Palladio para la entrada de Enrique III; en Inglaterra, en
1533, Holbein preparó la entrada en Londres de Ana Bolena para su coronación; Leonardo
da Vinci en Milán y luego en la corte francesa; Alberto Durero y Albrecht
Aldorfer en Alemania, para el emperador Maximiliano I; el arquitecto Iñigo
Jones en Inglaterra, en varias ceremonias de los reyes Estuardo; y una lista
interminable.
En el caso de
la entrada triunfal en Amberes del Cardenal Infante, la ciudad hizo construir
las decoraciones más importantes de su tiempo. La dirección del proyecto recayó
en el burgomaestre Rockox, en el secretario municipal Jan Caspar Gevaerts y en
Rubens. Los dos primeros se encargaron del programa de festejos y Rubens de la
decoración artística. A pesar de su carácter efímero, conocemos cómo fueron los
diseños de los cinco arcos triunfales de más de veintidos metros de altura que realizó, los cuatro escenarios y un pórtico. Además de algunos de los bocetos del propio Rubens que se conservan en diferentes museos, han llegado hasta nosotros porque se encargó a varios artistas encabezados por Theodor van Thulden, que pasaran a grabado los diseños de Rubens, y posteriormente fueron impresos en un libro conmemorativo bajo el título de Pompa Introitus Ferdinandi.
P.P. RUBENS. Arco de triunfo de Fernando (anverso). Amberes, Rubenshuis |
Desde el punto
de vista del tratamiento artístico, Blunt descubre en los diseños de Rubens las
influencias italianas ya mencionadas anteriormente, es decir, el radicalismo
manierista del último Miguel Ángel, pero con una audacia mayor que le acerca a un
barroquismo pleno, sin parangón en la arquitectura de esos años, y mucho menos
en el momento en que Rubens estuvo en Roma. La profunda curvatura del Pórtico
de los Emperadores, señala Blunt como ejemplo, es muy avanzada para su tiempo,
y viene a realizarla justo en el momento en que se están introduciendo esos planos
en algunas iglesias romanas, como hace
Borromini en San Carlos de las Cuatro Fuentes y Pietro da Cortona en la de San
Lucas y Santa Martina. De todo ello cabe deducir cómo Rubens se mantuvo
pendiente y atento al devenir de la arquitectura de su tiempo.
Bibliografía
- BELLORI, G.P. (2005): Vidas de pintores. [Ed., intr. y notas MORÁN TURINA, M.]. Madrid: Ed. Akal
- BLUNT, A. (1997): «Rubens and Architecture». The Burlington Magazine, pp. 609-621
- CALOSSE, J.A. (2011): Rubens. Parkstone International
- CÁMARA MUÑOZ, A.; GARCÍA MELERO, J.E.; URQUÍZAR HERRERA, A. (2010): Arte y poder en la Edad Moderna. Madrid: Ed. Universitaria Ramón Areces
- CHECA, F.; MORÁN TURINA, M. (2001): El Barroco. Madrid: Ed. Istmo
- CHIVA BELTRÁN, J. (2001): «Triunfos de la Casa de Austria: entradas reales en la Corte de Madrid». Potestas. Grupo Europeo de Investigación Histórica, 4, pp. 211-228
- DÍAZ PADRÓN, M. (2010): «Religión y devoción de Van Dyck en el coleccionismo español del siglo XVII». Anales de Historia del Arte, 20, pp. 125-144
- ECHEVARRÍA, M.A. (1998): Flandes y la monarquía hispánica, 1500-1713. Madrid: Ed. Sílex
- O'MALLEY, J.W. y OTROS (2006): The Jesuits II: cultures, sciences and the arts, 1540-1773. Toronto: University of Toronto Press
- STRONG, R. (1984): Art and Power: Renaissance Festivals, 1450-1650. Berkeley: University of California Press
- VAN BENEDEN (2010): Maison Rubens. Les temps forts. Amberes: Rubenshuis
- VARSHAVSKAYA, M.; EGOROVA, X. (2013): Peter Paul Rubens. Londres: Ed. Siroco
- VLIEGHE, H. (1998): Flemish Art and Architecture 1585-1700. Yale University Press
martes, 14 de octubre de 2014
Peter Paul Rubens, arquitecto (4ª parte): la iglesia de los jesuitas en Amberes
PIETER HUYSSENS. Iglesia de San Carlos Borromeo (antes San Ignacio) (1615-21), Amberes. Blunt y Ottenheym piensan que la mayor parte de las propuestas de esta fachada son de Rubens |
En
1598 Felipe II transfirió el gobierno de los Países Bajos a su hija Isabel
Clara Eugenia y su esposo el archiduque Alberto de Austria. De este modo
pretendía resolver la insurrección del territorio contra la monarquía española.
Las condiciones más sustanciales del acta de cesión tocaban a la sucesión: los
hijos que tuviese la pareja heredarían el territorio, pero no podrían casarse
sin el consentimiento de España, y en caso de no haber descendencia, Flandes y
Borgoña revertirían a la corona. Jurídicamente los Países Bajos serán un estado
unido a España por unión personal pero conservando una existencia propia. Bajo
el gobierno de los nuevos soberanos Flandes se convirtió en uno de los baluartes
más sólidos en la lucha que mantuvo la monarquía española a lo largo de todo el
siglo XVII contra el protestantismo. Para ello contaron con el apoyo
inestimable de los jesuitas, a quienes confiaron la defensa del catolicismo y
la propagación de los principios del Concilio de Trento.
Cuando
la Compañía de Jesús proyectó en 1615 la construcción en Amberes de una iglesia
consagrada al fundador de la orden,
Ignacio de Loyola, este aún era
un beato, por lo que se escoge a Nuestra Señora como patrona del templo. Al año
siguiente se produjo la canonización del santo español, y la iglesia pasó a
conocerse como San Ignacio. En aquel tiempo Rubens se encontraba en la cima de
su proyección artística, y además mantenía una estrecha amistad con François d’Aguilon,
el superior de la orden, por lo que resultó casi natural que los jesuitas
pensaran en él para la decoración de la iglesia. Le encargaron la pintura de
treinta y nueve lienzos que se colocarían en los techos de las naves laterales,
que lamentablemente se perdieron el 18 de julio de 1718, cuando la iglesia
sufrió un incendio por la caída de un rayo. En aquel trabajo Rubens hizo
participar a su discípulo más aventajado, Anton van Dyck. Juntos desarrollaron
un programa que confrontaba el Viejo y el Nuevo Testamento con la defensa de
los sacramentos, haciendo gala de un sentido desbordante de la decoración, que
contrastaba de manera notable con la austeridad de las iglesias protestantes.
La suntuosidad del templo era tan grande que incluso desde Roma se consideró
excesivo.
P. P. RUBENS y J. BRUEGHEL EL VIEJO. La Infanta Isabel Clara Eugenia (1615). Madrid, M. del Prado |
Por
todo ello, la iglesia de San Ignacio (o San Carlos Borromeo que es como se
conoce actualmente), está considerada como una de las obras más importantes del
arte de la Contrarreforma en el norte de Europa. Aparte de introducir un nuevo
vocabulario artístico y arquitectónico, la iglesia también presenta una
concepción novedosa del espacio sagrado que refleja las actividades pastorales
y litúrgicas de los jesuitas. Como señala O’Malley, mientras que los párrocos
católicos ejercían su ministerio entre sus congregaciones, los jesuitas salían
fuera de ellas, convirtiendo a los herejes y concienciando a los católicos no
practicantes.
No
parece haber duda en que el diseño general de la iglesia es obra del jesuita
Pieter Huyssens, uno de los arquitectos barrocos más importantes de Flandes, a
quien se designa como arquitectus en
la documentación histórica. Sin embargo, Blunt, uno de los historiadores que
más ha profundizado en los trabajos arquitectónicos de Rubens, sostiene que,
dado que el pintor era el responsable de toda la decoración y conociendo la
íntima amistad que mantenía con el superior, resulta difícil imaginar que no
estuviera involucrado igualmente en la decoración arquitectónica. Así que no
duda en calificar a la iglesia de los jesuitas en Amberes como el proyecto
arquitectónico más importante con el que estuvo Rubens relacionado, y añade que
“muchos dibujos de los detalles del edificio son parcial o completamente de su
mano, y las principales características del edificio se ajustan más a su estilo
arquitectónico que al de Huyssens”.
PIETER HUYSSENS. Iglesia de San Carlos Borromeo (antes San Ignacio) (1615-21), Amberes. Nave central. Para Blunt, las arcadas y las bóvedas son idea de Rubens |
El
interior de la iglesia, refleja el espíritu singular de la orden al que nos
referíamos hace un momento. Una amplia y
espaciosa nave concebida para recibir una muchedumbre de fieles y la ausencia de
coro, para que no haya distancia entre estos y los sacerdotes.
Arquitectónicamente destaca por las arcadas superpuestas y el audaz diseño de
las bóvedas de cañón, dos rasgos que proceden de Italia, donde nunca había
estado antes Huyssens, ya que no viajó allí hasta 1626, cinco años después de
haberse concluido San Carlos. Estos dos elementos supusieron una solución
novedosa que no volvió a repetirse en Flandes. Respecto a las arcadas, para
Blunt no hay dudas, son de Rubens. El mismo sistema aparece en uno de los
grabados de Palazzi di Genova, y
seguro que tuvo ocasión de ver él mismo un magnífico ejemplo de su empleo en
Génova, en el patio del Palacio Doria-Tursi, actualmente ayuntamiento de la
ciudad. En cuanto a las bóvedas, el único dibujo completo que se conoce es de
Huyssens, aunque Blunt considera bastante probable que fuera Rubens quien lo
sugirió, ya que los motivos decorativos están tomados de San Pedro en Roma.
También
parece segura la autoría de Rubens de la decoración de la capilla de la Virgen,
ya que se conserva un dibujo de su propia mano de la bóveda de piedra, y su
participación en el altar mayor, del que hay también otro dibujo.
El modelo de
la fachada, con algunas diferencias, se inspira directamente en el primer
diseño que hizo Jacopo Vignola para la iglesia del Gesú, en Roma, la iglesia
matriz de la orden, que como es sabido fue modificado en su ejecución final por
Giacomo della Porta. Las principales diferencias entre una y otra podemos
resumirlas en dos. La primera está en las proporciones, más anchas y pesadas en
San Carlos, un efecto que se potencia con la adición de las torres. La segunda,
en la rica decoración escultórica que la cubre, ajena a los constructores
romanos. Para Blunt, las numerosas influencias italianas de su diseño arquitectónico
apuntan directamente a Rubens, por lo que sugiere que su trabajo no debió
limitarse únicamente a la decoración escultórica sino al propio diseño
arquitectónico. De la misma opinión es Ottenheym, uno de los grandes estudiosos
de la obra de Huyssens, quien piensa que fue Rubens quien proveyó al arquitecto
de la mayor parte de las ideas modernas para aplicar las reglas de la
antigüedad clásica. En este sentido recuerda los profundos conocimientos de
arquitectura que demuestra Rubens cuando en 1639 Constantijn Huygens,
secretario del Príncipe de Orange, recaba su opinión sobre su nueva casa en La
Haya. Rubens le hace notar que la fachada es demasiado simple y que el añadido
de semipilastras y una cornisa más marcada le
habrían dado mayor dignidad y relieve a toda la fachada, llamando
justamente la atención sobre los elementos que dan fuerza y profundidad a la
fachada de San Carlos, y que Rubens asociaba con el ideal de dignidad que
debían tener una iglesia.
Entre los
elementos que llaman la atención del templo destaca el frontón curvo que se
coloca sobre la puerta principal. El uso de este elemento sobre ventanas era
habitual, pero no en esta posición y en esta escala. Esa idea había sido
empleado unos años antes en Roma por Fausto Rughesi, para la fachada de la
Chiesa Nuova (Santa María in Vallicella). Rubens conocía perfectamente esta
iglesia, ya que justamente cuando se estaba construyendo su fachada, en 1605,
él mismo estaba trabajando en ella realizando las pinturas que pueden verse
alrededor del altar, y que constituyen uno de los trabajos más importantes de
sus inicios.
(CONTINUARÁ)
lunes, 29 de septiembre de 2014
Peter Paul Rubens, arquitecto (3ª parte): Rubenshuis, la casa de Rubens en Amberes
P.P. RUBENS. Autorretrato con Isabella Brant (1609-10) Alte Pinakothek, Munich |
Rubens
vuelve a Amberes a finales de 1608, al tener conocimiento de la enfermedad de
su madre, que fallece antes de la llegada del pintor. Su regreso coincide con
la firma de la Tregua de los Doce Años unos meses después, y el inicio de un
período de paz para la monarquía española en sus territorios de los Países
Bajos. Este acontecimiento inesperado hizo variar sus planes iniciales de
regresar a Italia, ya que la firma del tratado permitió abrir en la región un
proyecto de reconstrucción del que Rubens supo sacar provecho, recibiendo
numerosos encargos para la decoración de iglesias, casas y palacios de la
burguesía. Su vínculo con la ciudad se consolida todavía más cuando el 3 de
octubre de 1609 contrae matrimonio con Isabella Brant, una joven de dieciocho
años hija de Jan Brant, uno de los hombres más ricos y cultos de la ciudad.
Para celebrarlo, el propio Rubens pintó un retrato de ambos en el que se
muestran elegantemente vestidos, cogidos de la mano. Una enorme madreselva,
símbolo del amor eterno, sirve de fondo
y complementa la estampa de una pareja feliz y enamorada.
Su ascenso social y su carrera artística se
muestran imparables, cobrando por sus pinturas unas cifras inalcanzables para
el resto de pintores. En 1610 la pareja compra una casa con terreno en el
Wapper, una de las zonas más elegantes de la ciudad. Entre 1616 y 1621, Rubens transformó
aquella vivienda en un palacio italiano, diseñando él mismo los planos y
poniendo en práctica todo lo aprendido de la arquitectura italiana. A la
vivienda original, añade una galería semicircular de estatuas, un estudio, un
pórtico inspirado en los arcos de triunfo, una hermosa fachada en el patio, una
logia y un bello jardín. Además, la vivienda disponía de un espacioso taller
donde trabajaba el maestro con sus ayudantes, una amplia biblioteca y una sala
donde guardaba sus colecciones de arte. La Rubenshuis encarna sus ideales artísticos,
que podemos resumir en el amor por la antigüedad clásica y el renacimiento
italiano. La casa, que no se parece a ninguna de la ciudad, “suscita la
atención de los extranjeros y la admiración de los viajeros”, escribe el
secretario municipal de Amberes en 1620.
P.P. RUBENS. Rubenshuis (1616-21). Amberes Fachada de la vivienda al jardín |
Las columnas
rústicas y la logia que construyó en el jardín de su casa en Amberes, sugieren
el conocimiento por parte de Rubens tanto de las construcciones de Vignola,
como las puertas del Palazzo Bocchi, en Bolonia, y la Villa Giulia, en Roma.
Estas ideas, es verdad, también pudo haberlas tomado perfectamente del tratado
de Serlio, de hecho la logia de la Rubenhuis está basada sobre la serliana, el
célebre motivo popularizado por el arquitecto romano, sin embargo, Blunt opina
que el diseño de Rubens está más próximo al de Vignola que al de Serlio.
Para el magnífico pórtico Rubens
tomó como referencia un arco de triunfo romano, aunque la idea del vano
central, con sus esquinas recortadas, de inspiración manierista, está tomado de
la Porta Pía de Miguel Ángel, en Roma. En su decoración, incluyó toda suerte de
motivos clásicos, así como citas de autores como Juvenal sobre la vanidad de
las aspiraciones humanas, que muestran su concepción neoestóica de la vida, en
línea con buena parte de los humanistas flamencos con los que se relacionaba
Rubens, como Justo Lipsio, Ludovicus Nonnius o Gaspar Gevaerts. Bajo el pórtico
colocó dos dioses del Olimpo, Mercurio, el dios de los pintores, a la
izquierda, y a la derecha, Minerva, la diosa de la sabiduría, que parecen
transmitirnos el mensaje de que la casa es un templo del conocimiento, dedicado
al arte de la pintura.
P.P. RUBENS. Rubenshuis (1616-21). Pórtico |
La muerte de Isabella en 1626
dejó a Rubens destrozado, como pone de manifiesto en una carta escrita a
Peirese, uno de sus íntimos amigos. Para superar la pérdida se dedica a viajar
y ejerce funciones diplomáticas. Es precisamente ahora cuando visita España y
conoce a Velázquez. Cuatro años más tarde, en 1630, Rubens, de cincuenta y tres
años vuelve a casarse. La elegida es Hélène Fourment, una hermosa y jovencísima muchacha de tan sólo
dieciséis años, hija de un próspero comerciante de arte. En las pinturas de
Rubens hay numerosos testimonios de la opulencia y sensualidad de Hélène, ya que
son sus rasgos los que le sirven de inspiración para construir su ideal de
belleza femenina en la mayor parte de sus obras de esta época. Precisamente, en
una de ellas, El jardín del amor,
aparece representada como la joven que Cupido empuja a los brazos de un caballero, venciendo su resistencia a sumarse a la sensual historia que se describe.
Pero lo más interesante es que la idílica escena aparece enmarcada
arquitectónicamente en la propia casa y jardín del pintor, donde ambos se
habían instalado tras el matrimonio.
P.P. RUBENS. El jardín del amor (1630-35). Museo del Prado, Madrid |
A la muerte de Rubens, en 1640,
su viuda siguió ocupándola durante varios años con los cinco hijos del
matrimonio, y continuaría haciéndolo después de volverse
a casar con un rico aristócrata. Más
tarde la familia se trasladó a
Bruselas y, en 1648, se la alquiló a
William y Margaret Cavendish, futuros duques de Newcastle, que se habían
refugiado en Flandes durante la guerra civil inglesa. Cuando estos abandonaron
la casa, en 1660, los herederos de Rubens la vendieron, y permaneció sin
grandes alteraciones hasta la segunda
mitad del siglo XVIII en que fue muy transformada, como evidencian dos grabados
de Jacob Harrewjin de 1684 y 1692, las ilustraciones más antiguas que poseemos
de la Rubenshuis.
(CONTINUARÁ)
(CONTINUARÁ)
lunes, 15 de septiembre de 2014
Peter Paul Rubens, arquitecto (2ª parte): Rubens y la arquitectura italiana
P.P. RUBENS. Retrato de Maria Serra Pallavicino (1606) Kingston Lacey, Dorset |
Cuando en 1600 Rubens viaja a
Italia era un joven de veintitrés años, con la intención de completar su
formación de pintor y conocer de primera mano las grandezas artísticas no sólo
de la antigüedad romana y los tesoros del Renacimiento, sino también el estudio
de sus contemporáneos italianos. El
contacto con la opulencia colorista de los maestros venecianos, Tiziano sobre
todo, pero también Tintoretto y Veronés; la fuerza de Miguel Ángel y de los
escultores clásicos; el sentido de la composición de Rafael; la exuberancia de
los brillantes murales de Anibal Carracci, en la cima de su carrera; e incluso
el enfoque innovador de Caravaggio, supusieron una experiencia inolvidable para
Rubens, decisiva para terminar de aprender el oficio de pintor y ayudarle a encontrar
un lenguaje propio con el que fascinó a sus contemporáneos.
En
Italia pasó ocho años al servicio de Vincenzo Gonzaga, Duque de Mantua, quien
le concedió una gran libertad que le permitió recorrer la península italiana,
pasando entre otras ciudades por Roma, Florencia, Venecia y Génova. En esta
última pasó bastante tiempo durante el año 1606, pintando los suntuosos
retratos de algunos de los miembros de las familias más distinguidas de la
ciudad, como los de la marquesa Brígida Spínola-Doria y el de María Serra
Pallavicino, auténticas obras maestras del género. Pero Rubens se mostró
sumamente interesado por la arquitectura y aprovechó su tiempo en la ciudad
también para dibujar y tomar apuntes de algunos de sus palacios, villas e
iglesias, con los que años más tarde, ya en Amberes, publicaría un libro en dos
volúmenes que tituló Palazzi di Genova
(1622) en el que se incluyen 139 dibujos de alzados, secciones y plantas. La
obra ejerció una gran influencia, no sólo en Flandes, sino también en otros
países como Inglaterra, Alemania y, en general, en todo el norte de Europa,
ayudando a popularizar este tipo de arquitectura.
Fachada del Palacio del Sr. Enrico Salvago. Fig. 33 Palazzi di Genova |
Este libro constituye una de las primeras pruebas del
interés de Rubens hacia la arquitectura y, concretamente hacia la italiana. En
la introducción el propio autor explica la intención que persigue, que no es
otra que contribuir a la erradicación de la arquitectura gótica, que al igual
que Vasari califica como bárbara, e impulsar el retorno de la arquitectura
clásica. En el último cuarto del siglo XVI, los disturbios religiosos y civiles
que asolaron Flandes interrumpieron prácticamente toda actividad constructiva,
así que, cuando Rubens parte hacia Italia en 1600, el renacimiento, en lo que a
arquitectura se refiere, puede decirse que apenas si había rozado a los Países
Bajos. Las únicas obras notables que se habían construido hasta entonces
siguiendo el estilo habían sido el
Ayuntamiento de Amberes, con diseño de Cornelis Floris de Vriendt, y el palacio
levantado por Sebastian van Noyen para el Cardenal Granvelle, en Bruselas. El
primero mezclaba elementos flamencos e italianos, mientras que el diseño del
segundo era una adaptación de los cuerpos inferiores del patio del Palacio
Farnese de Antonio da Sangallo.
De la
arquitectura genovesa le llamaron la atención especialmente dos cosas. La
primera, que a diferencia de los palacios venecianos que desplegaban toda su
grandeza en espléndidas fachadas, los genoveses la reservaban para el interior.
La segunda, que los interiores estaban pensados no sólo con un sentido
ornamental, sino que tenían muy en cuenta las necesidades de quienes los
habitaban, y por tanto eran más cómodos y atractivos, ya que proporcionaban a
sus moradores una forma de vida más razonable y civilizada, otro rasgo más de
modernidad que no escapa a su observación. Todas estas consideraciones las tendrá muy presentes cuando diseñe su
propia mansión en el lujoso barrio del Wapper, en Amberes.
Pero la
influencia de la arquitectura italiana en Rubens va más allá de la arquitectura
genovesa, ya que fue sobre todo de lo que vio en Roma de donde tomaría su
inspiración, de los edificios de la antigüedad clásica y, sobre todo, de la
arquitectura de su propia época, como pueden verse en los edificios que incluye
en muchas de sus pinturas. De los arquitectos modernos, dice Blunt, no parece muy interesado ni en Bramante ni en Palladio,
cuya obra debió haber visto en Roma, Vicenza o Venecia. Sus preferencias
parecen inclinarse, en cambio, por Vignola,
Miguel Ángel y Maderno, plenamente activo este último durante la
estancia romana de Rubens.
Fachada del Palacio del Sr. G. B. Balbi. Fig. 21 de Palazzi di Genova |
De la
arquitectura de Miguel Ángel lo que más le atrajo fueron sus últimas obras, las
más manieristas y revolucionarias, como la Porta Pía de Roma, con las esquinas
superiores cortadas, que reproduciría tantas veces en muchas de sus pinturas,
en algunos de los diseños de la Pompa
Introitus, y en la puerta entre el
patio y el jardín de su casa de Amberes. La huella del genio florentino no se
limita únicamente a estos préstamos directos, dice Blunt, sino que lo más interesante
es que Rubens con frecuencia inventa combinaciones de formas arquitectónicas
que no copian, sino que recogen íntegramente el espíritu de las últimas obras
de Miguel Ángel, desarrollándolas muy imaginativamente e incorporándoles una
vivacidad que le acerca mucho a la arquitectura plenamente barroca de Borromini
y Pietro da Cortona
(CONTINUARÁ).
(CONTINUARÁ).
lunes, 1 de septiembre de 2014
Peter Paul Rubens, arquitecto (1ª parte)
GUILLAUME WILLIAM GEEFS Monumento a Rubens (1840), Amberes |
Evocar el
nombre de Rubens es trasladar a nuestra memoria el de uno de los más grandes
maestros de su tiempo y protagonista indiscutible de la pintura europea del
siglo XVII. La importancia de su obra y su influencia en la evolución de la
pintura es universalmente reconocida. Tras él dejó una legión de seguidores. En
su formación como pintor resultó decisivo su paso por Italia, donde llega en
1600. Allí su pintura se impregna por completo de la luz y el color de los
maestros venecianos, con Tiziano a la cabeza, pero también de la sensualidad y
exaltación pasional de la alegría de vivir que irradian los frescos de los
Carracci. Sus cuadros desprenden un optimismo, una felicidad, un sentido de la
composición y una fuerza que parecen naturales, como su propia forma de pintar,
sin esfuerzo aparente. No hay que llamarse a engaños porque tan sólo es eso,
aparente, ya que tras ellos se esconde el trabajo exhaustivo y metódico de un
trabajador incansable. Dedicaba diariamente horas y horas a la pintura al
frente de un taller del que formaron parte pintores de la talla de Anton van
Dyck, Jacob Jordaens, Brueghel de Velours, Frans Snyders, y un largo etcétera.
La pintura,
sin embargo, no fue el único arte por el que se interesó el artista flamenco. También
se movió en otros terrenos, como el diseño de estampas, los tapices, objetos
decorativos e, incluso, arquitecturas. Este último es uno de los aspectos menos
difundidos de su talento, y encuentra su justificación en el escaso número de
obras que realizó. En realidad, sólo se conserva la Rubenshuis, su propia casa
en Amberes, ya que muchos de sus diseños arquitectónicos pertenecen a lo que
llamamos arquitecturas efímeras, construcciones erigidas con motivo de alguna
ceremonia o entrada triunfal de los gobernantes, cuyos dibujos se encargó de
recoger en la edición de un libro titulado Pompa
Introitus. Se especula también sobre
cuál fue exactamente el alcance de su participación en San Carlos Borromeo, la
iglesia de los jesuitas en Amberes. Por último, publicó un libro de grabados de
palacios genoveses titulado Palazzi di
Genova. En la introducción de esta obra él mismo se presentaba como pintor
y arquitecto, una definición que llamaba la atención por su modernidad y, al
mismo tiempo, una evidencia notable del interés que sentía por la arquitectura.
Ese interés no pasó desapercibido, y Teodoro Ardemans (1661-1726), por ejemplo,
escribe junto al nombre de Rubens, “grandísimo pintor fresquista y arquitecto”[1],
en una lista de artistas españoles y extranjeros. De ese Rubens menos conocido,
el arquitecto, es del que hoy queremos hablar.
Los
que conocieron y trataron a Rubens coinciden en afirmar de su enorme erudición
en literatura y arte, no sólo de la pintura del Renacimiento y de su época,
sino también de la escultura y la arquitectura. Estos saberes los completaba
con amplios conocimientos de filosofía, teología y emblemática, es decir, del
estudio y significado simbólico de diferentes obras de arte, que ponía en
práctica a la hora de ejecutar sus pinturas.
PETER PAUL RUBENS. Rubens, su esposa Helena Fourment y su hijo Peter Paul (h. 1639) Metropolitan Museum of Art, New York |
Su padre, Jan
Rubens, un abogado formado en Roma y Padua,
procuró dar a sus hijos una esmerada y exquisita formación de carácter humanista,
inusual para un artista de la época. Peter Paul y su hermano Philip, que llegó
a ser un destacado humanista, tuvieron como primer maestro a Rombout Vedonk, un latinista en cuya escuela de Amberes ingresaron
en 1589. Allí aprendieron retórica, gramática, latín y griego, conocimientos
que amplió luego con los de historia y poesía, así como el dominio del italiano
y del francés. La correspondencia que se conserva demuestra el buen manejo de
estos idiomas por parte de Rubens, pero también su excelente educación y formación, de sesgo
clasicista y católica. De su elegancia y aspiraciones sociales encontramos
muestras abundantes tanto en su biografía como en su propia pintura. Bellori
cuenta de él “que solía llevar cadenas de oro al cuello y cabalgar por la
ciudad como el resto de los caballeros y las personas con título”. Gozó de la
amistad y los reconocimientos de los reyes más poderosos de su tiempo. Actuó
como embajador de España en la corte de Carlos I de Inglaterra, y consiguió que
ambos reinos firmasen la paz en 1630. El monarca inglés le concedió el título y
el escudo de caballero ese mismo año, y un año después hizo lo propio el rey
Felipe IV, a petición de la archiduquesa y gobernadora de Flandes, la Infanta
Isabel Clara Eugenia, que recordó a su tío el precedente de Carlos I con
Tiziano. También su pintura nos deja ver esta faceta social de Rubens,
especialmente en sus retratos familiares, con sus esposas e hijos, en los que
traslada la imagen de una familia que había adoptado por completo las costumbres
y vestimentas de las clases más privilegiadas.
Tanto su
educación, como el ambiente cultural y social en el que se mueve Rubens, ofrecen pistas sólidas para entender sus
gustos arquitectónicos, que deben mucho al estilo manierista de la arquitectura
italiana de las últimas décadas del siglo XVI, aunque su tratamiento de los
elementos arquitectónicos, recuerda Blunt, muestra mayor originalidad,
sofistificación y eclecticismo.
(CONTINUARÁ)
(CONTINUARÁ)
[1]
Teodoro Ardemans. Declaración y
extensión, sobre las Ordenanzas, que escrivió Juan de Torija, Aparejador de
obras reales, y de las que se practican en las ciudades de Toledo y Sevilla,
con algunas advertencias a los Alarifes, y Particulares, y otros capítulos
añadidos a la perfecta inteligencia de la materia; que todo se cifra en el
govierno político de las fabricas. En Madrid, por Francisco del Hierro,
1719.
martes, 10 de junio de 2014
Villa Farnesina, el espíritu del Renacimiento
Sala del Triunfo de Galatea, en Villa Farnesina (Roma). Las paredes y bóvedas están decorados con frescos de Rafael, Sebastiano del Piombo y otros pintores |
Entre las muchas sorpresas que aguardan al paseante que guíe sus pasos por las estrechas callejuelas del Trastevere romano, está la fantástica Villa Farnesina, junto a las orillas del Tíber. Esta lujosa residencia pertenecía a Agostino Chigi (1466-1520), un banquero sienés que se trasladó a Roma a la edad de veinte años. Su inmensa fortuna la amasó gracias a los privilegios concedidos por algunos de los hombres más poderosos de la Italia del Renacimiento, como el Papa Julio II, el duque de Toscana y el rey de Nápoles, entre los que se encontraba el arrendamiento exclusivo del abastecimiento de grano, de la explotación de minas de alumbre y de las salinas. Pero además Chigi se distinguió por un excelente gusto artístico y se convirtió en uno de los grandes mecenas de la época. Su vida transcurría entre los cánones de la época para la gente de su clase, es decir, fiestas, banquetes, cultura y bellas mujeres, como la cortesana Imperia e incluso Francesca Ordeaschi, con quien tuvo cuatro hijos y se casó un año antes de morir. El centro de esta intensa actividad fue la villa que nos ocupa. El nombre de Farnesina procede de la poderosa familia de los Farnese, quienes compraron la villa a los herederos de Chigi en 1590 con idea de unirla a través del río con el Palacio Farnese, en la otra orilla, algo que nunca llegó a hacerse.
Villa Farnesina se construyó entre 1505 y 1518, según un proyecto de Baldassare Peruzzi, un pintor y arquitecto sienés que llegó a Roma en 1503 y que trabajó con Bramante en San Pedro. El aspecto que presenta actualmente es casi el mismo que a principios del siglo XVI. Dispone de unos bellos jardines integrados con la arquitectura, al modo renacentista. El edificio es una construcción equilibrada, de proporciones refinadas y superficies nítidas, desde la loggia con arcadas y las numerosas ventanas, hasta el elegante friso decorado con festones y ángeles inspirado en los bajorrelieves del Panteón.
RAFAEL. Triunfo de Galatea (1511) Villa Farnesina, Roma |
Pero lo más sorprendente y lo que la hace única es su interior, decorado con frescos de Rafael, como el Triunfo de Galatea, en la sala del mismo nombre en la planta baja del edificio, para la que posó la bella Imperia. La versión más conocida del mito de Galatea se la debemos a Ovidio. El gigante Polifemo, enamorado de la nereida se dedicaba a escribirle toscos poemas de amor. Galatea, sin embargo, estaba enamorada de Acis. Cuando el gigante descubrió a los amantes enloqueció de celos y aplastó con una piedra al joven. Galatea para salvarse convirtió en un río a Polifemo. En esta pintura Rafael muestra cómo Galatea huye de Polifemo, en el fresco contiguo, obra de Sebastiano del Piombo. Flota sobre las olas arrastrada por los delfines, sin que ninguna de las flechas de los cupidos la alcancen a ella, pero contagian con su sensualidad al resto de las figuras. El ritmo frenético y orgiástico de ninfas, tritones y amorcillos, contrasta con el movimiento más sereno que dibuja la línea serpentinata de Galatea. El manto rojo emparenta esta obra de Rafael con la pintura pompeyana, un guiño a la antigüedad clásica. A partir de esta pintura, la historia de Galatea, poco habitual hasta entonces, entusiasma a pintores y escritores a lo largo del Renacimiento y el Barroco.
El fresco de la bóveda es igualmente fastuoso. Es una obra de Peruzzi, donde se representa la carta astral de Agostino Chigi mediante episodios mitológicos para exaltar la personalidad de su dueño. Jupiter está en Aries, la Luna en Virgo, Marte en Libra, Mercurio en Escorpión, el Sol en Sagitario, Venus en Capricornio y Saturno en Piscis, la posición astrológica registrada el uno de diciembre de 1466 a las siete de la mañana, el momento del nacimiento de Chigi. El banquero creía firmemente en la astrología y estaba convencido de que esa magnífica posición de los astros guardaba una relación directa con el origen de su fortuna.
BALDASSARE PERUZZI. Bóveda de la sala del Triunfo de Galatea, en Villa Farnesina |
Para la loggia de la planta baja, actualmente cerrada pero que originalmente estaba abierta al jardín, el banquero encargó a Rafael y su taller que le pintasen una arboleda, a través de cuyo ramaje decorado con frutas y flores reluce el cielo, imitando un jardín real. Para el techo Rafael diseñó dos grandes escenas que representan las bodas de Cupido y Psique y Psique siendo recibida en el Monte Olimpo, que parecen tapices colgados de las cabezas de los espectadores. La exuberante y seductora vegetación está poblada de figuras desnudas de diosas y dioses, muchas de ellas en sugerentes posturas, que parecen formar parte de un relieve escultórico. En su elaboración intervinieron Giulio Romano, Francesco Penni y Giovanne da Udine.
En la planta superior, el piano nobile, Peruzzi justificó la fama que le precedía como escenógrafo y en el uso de la perspectiva. uno de los motivos por los que Chigi se interesó por él. En la llamada Sala de las Perspectivas consiguió un extraordinario efecto de ilusionismo, utilizando la técnica del trompe l'oeil. Los muros están recubiertos con arquitecturas fingidas de columnas, situadas en perspectiva, que prolongan el dibujo del suelo y crean la ilusión de un balcón abierto tras el que se asoma el paisaje de la ciudad.
La última sala es conocida como Sala Nupcial, donde el banquero compartía su lecho de oro y marfil con incrustaciones de piedras preciosas con la exuberante y hermosa Imperia. Su nombre procede de la decoración de Giovanni Antonio Bazzi, el Sodoma, que ilustró la Boda de Alejandro y Roxana. Al parecer pretendía reproducir un cuadro del pintor griego Etion descrito por Luciano. El conjunto destaca por la plasticidad de sus figuras y el rico colorido, y no carece de ciertas dosis de alegre erotismo y voluptuosidad.
G.A. BAZZI, el SODOMA. Bodas de Alejandro y Roxana. Villa Farnesina |
Al igual que las pinturas de Rafael de la historia de Psique, las del Sodoma cabe considerarlas como un epitalamio (canto nupcial) para las bodas de Chigi en 1519, en el que el novio se equipara a Cupido y a Alejandro.
Como puede verse, Villa Farnesina ofrecía un marco incomparable de lo que fue el espíritu del Renacimiento. Por sus salas y jardines pasearon artistas como Rafael, Sebastiano del Pombo, el Sodoma, Peruzzi; humanistas como Sadoleto, Colucci, Inghirami o Biagio Pallai; y hasta el Papa León X, que fue agasajado junto a catorce cardenales de su séquito, que quedaron impresionados por el derroche de lujo su anfitrión.
jueves, 15 de mayo de 2014
JOACHIM WTEWAEL. "Marte y Venus sorprendidos por Vulcano"
JOACHIM WTEWAEL, Marte y Venus sorprendidos por Vulcano (1601). Pintura sobre cobre, 21 x 15,5 cm Mauritshuis, La Haya |
La historia que nos cuenta en esta deliciosa miniatura sobre cobre es muy conocida y la relatan, entre otros, Homero en la Odisea y Ovidio en las Metamorfosis.
Venus, diosa del amor, estaba casada con Vulcano, el más feo y deforme de los dioses olímpicos. Tuvo varios amantes, entre ellos Marte, dios de la guerra. Apolo, el dios del sol y el arte, que aparece sobrevolando la escena con un manto, descubrió el adulterio y le faltó tiempo para ir a contárselo a Vulcano. El dios herrero ideó entonces una estratagema para sorprender a los amantes y tomarse su venganza. Forjó una red de bronce, tan fino como una telaraña, y lo colgó sobre la cama de Venus.
Wtewael muestra la escena de una manera explícita, sin ambiguedades de ningún tipo. Al pie de la cama, amontonados en desorden, se acumulan la armadura y las armas del dios de la guerra. Junto a ellas también se ven unas zapatillas de color rosa, que parece ser la única prenda reconocible de la diosa. Apolo y Venus yacen desnudos en el lecho con sus cuerpos entrelazados del uno sobre la otra, sorprendidos in fragante delicto. En ese momento Mercurio, reconocible por el caduceo y el sombrero rojo, levanta el cortinaje verde que oculta a la pareja, al tiempo que Vulcano, de espaldas a nosotros, con un vigoroso movimiento retira la red permitiendo a los dioses contemplar lo que creía un bochornoso espectáculo, aunque no parece que fuera ese el efecto que causa sobre ellos, que más que escandalizados se muestran divertidos. Júpiter se acerca a la izquierda de Mercurio llevado por su águila y asiendo uno de aquellos relámpagos que arrojaba en sus ataques de ira; tras él vemos a Minerva, representada con casco y que representa la sabiduría; también se muestra a Saturno, dios del tiempo, con su guadaña, sentado al lado de Diana, que representa la virginidad, por eso luce sobre su frente la media luna, símbolo de la castidad; al fondo, en la esquina superior izquierda una diosa envuelta en los rayos del sol, quizá Eos, la aurora, toca un instrumento musical parecido a una viola o un violín. Quizá con la presencia y la actitud de las diosas el pintor ironiza sobre el relato de Homero, que cuenta que las diosas evitaron la vergonzosa escena, lo que dista enormemente de lo que aquí vemos. Por último, sobre la cama revuelta, Cupido dirige sus flechas hacia Mercurio pero, ¿con qué intención? Homero nos cuenta que también Mercurio deseaba poseer a Venus, así pues, quizá con ese gesto el pintor quisiera convertir ese deseo en realidad o, por el contrario, se tratase de un último y desesperado intento por evitar que Mercurio desvelase la intimidad de la escena.
De este mismo cuadro pintó Wtewael otras tres versiones, aunque quizá la de La Haya sea la mejor de todas. En la del Getty Center, por ejemplo, las figuras se disponen de modo diferente y pierden algo de la artificiosidad de la primera versión, lo que les resta algo de encanto, pero muestran de una manera aún más evidente la actitud hilarante y divertida de dioses y diosas ante el suceso.
Realmente es admirable cómo Wtewael es capaz de concebir en un espacio tan reducido una escena tan compleja, con todo tipo de detalles plasmados con minuciosidad y representar todo tipo de elegantes y complicadas posturas físicas, con una acusada teatralidad, un rasgo puramente manierista. También lo son la suavidad de la pintura y la riqueza cromática, utilizando con gran maestría los cólores ácidos, con gran predilección por los rojos, amarillos, verdes y ocres, todos ellos de gran intensidad.
El uso del cobre, que se extendió a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se prestaba muy bien a esa minuciosidad de la que hace gala Wtewael en estas obras, al permitir mayor sutileza en las gradaciones de los tonos y mayor intensidad de color que el lienzo, debido a su superficie dura y pulimentada.
En los tiempos de Wtewael, este tipo de historias solían esconder un mensaje moralizante. En este caso, vemos un ejemplo de la fascinación holandesa por la conducta humana desordenada. El descubrimiento de la relación adúltera podía simbolizar el ojo de Dios, que lo ve todo, y el castigo del pecado, por más que pueda parecer oculto. A pesar de ello, es innegable -y ahí creo que radica sobre todo la gracia y la belleza de esta pequeña obra-, que Wtewael convierte la escena bochornosa en un relato alegre y divertido, en erotismo cómico, que anticipa el humor desenfadado que va a estar tan presente a finales del siglo XVII.
BIBLIOGRAFÍA:
Wtewael muestra la escena de una manera explícita, sin ambiguedades de ningún tipo. Al pie de la cama, amontonados en desorden, se acumulan la armadura y las armas del dios de la guerra. Junto a ellas también se ven unas zapatillas de color rosa, que parece ser la única prenda reconocible de la diosa. Apolo y Venus yacen desnudos en el lecho con sus cuerpos entrelazados del uno sobre la otra, sorprendidos in fragante delicto. En ese momento Mercurio, reconocible por el caduceo y el sombrero rojo, levanta el cortinaje verde que oculta a la pareja, al tiempo que Vulcano, de espaldas a nosotros, con un vigoroso movimiento retira la red permitiendo a los dioses contemplar lo que creía un bochornoso espectáculo, aunque no parece que fuera ese el efecto que causa sobre ellos, que más que escandalizados se muestran divertidos. Júpiter se acerca a la izquierda de Mercurio llevado por su águila y asiendo uno de aquellos relámpagos que arrojaba en sus ataques de ira; tras él vemos a Minerva, representada con casco y que representa la sabiduría; también se muestra a Saturno, dios del tiempo, con su guadaña, sentado al lado de Diana, que representa la virginidad, por eso luce sobre su frente la media luna, símbolo de la castidad; al fondo, en la esquina superior izquierda una diosa envuelta en los rayos del sol, quizá Eos, la aurora, toca un instrumento musical parecido a una viola o un violín. Quizá con la presencia y la actitud de las diosas el pintor ironiza sobre el relato de Homero, que cuenta que las diosas evitaron la vergonzosa escena, lo que dista enormemente de lo que aquí vemos. Por último, sobre la cama revuelta, Cupido dirige sus flechas hacia Mercurio pero, ¿con qué intención? Homero nos cuenta que también Mercurio deseaba poseer a Venus, así pues, quizá con ese gesto el pintor quisiera convertir ese deseo en realidad o, por el contrario, se tratase de un último y desesperado intento por evitar que Mercurio desvelase la intimidad de la escena.
JOACHIM WTEWAEL, Marte y Venus sorprendidos por Vulcano (h. 1608-10). 20 x 15,5 cm Getty Center, Los Ángeles |
Realmente es admirable cómo Wtewael es capaz de concebir en un espacio tan reducido una escena tan compleja, con todo tipo de detalles plasmados con minuciosidad y representar todo tipo de elegantes y complicadas posturas físicas, con una acusada teatralidad, un rasgo puramente manierista. También lo son la suavidad de la pintura y la riqueza cromática, utilizando con gran maestría los cólores ácidos, con gran predilección por los rojos, amarillos, verdes y ocres, todos ellos de gran intensidad.
El uso del cobre, que se extendió a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se prestaba muy bien a esa minuciosidad de la que hace gala Wtewael en estas obras, al permitir mayor sutileza en las gradaciones de los tonos y mayor intensidad de color que el lienzo, debido a su superficie dura y pulimentada.
En los tiempos de Wtewael, este tipo de historias solían esconder un mensaje moralizante. En este caso, vemos un ejemplo de la fascinación holandesa por la conducta humana desordenada. El descubrimiento de la relación adúltera podía simbolizar el ojo de Dios, que lo ve todo, y el castigo del pecado, por más que pueda parecer oculto. A pesar de ello, es innegable -y ahí creo que radica sobre todo la gracia y la belleza de esta pequeña obra-, que Wtewael convierte la escena bochornosa en un relato alegre y divertido, en erotismo cómico, que anticipa el humor desenfadado que va a estar tan presente a finales del siglo XVII.
BIBLIOGRAFÍA:
- DE RYNCK, P. (2005): Cómo leer la pintura. Entender y disfrutar los grandes maestros, de Duccioa Goya. Barcelona, Ed.Electa
- FREDERICKSEN, B. B. (1988). Masterpieces of Painting in the J. Paul Getty Museum. Malibu (CA), The J. Paul Getty Museum.
- LOWENTHAL, A. W. (1995): Joachim Wtewael. Mars and Venus surprised by Vulcan. Malibu (CA), Getty Museum Studies on Art
martes, 6 de mayo de 2014
Revista Atticus 25
Con esta carta a los lectores que abre el número 25 de Revista Atticus, Luis José Cuadrado nos recuerda la trayectoria de la revista en estos cinco años transcurridos desde su aparición y nos abre las claves de lo que vamos a encontrar en este nuevo número.
Estamos de enhorabuena. Un día 9 de mayo decidimos apostar por hacernos visibles. Fue el 9 de mayo de 2009 cuando nuestro webmaster, Rubén García Gamarra, nos facilitó la plataforma para ir colgando allí nuestros «boletines». Así es como llamábamos a esos primeros números. Tiempo después José Miguel Travieso desarrolló nuestra primera portada que coincidía con el número 5 de Revista Atticus. Han pasado cinco años. Tienes ante ti, querido lector, el número 25 de Revista Atticus. Un número especial, un número denso, lleno de contenido de lo más variado que conjuga artículos de nuevos colaboradores con trabajos de amigos Atticus ya consagrados como fructíferos reporteros. Entre los primeros destacan la aportación sobre un edificio religioso: el monasterio de San Salvador Leire. Es un trabajo de María Orduña Cuevas a quien damos la bienvenida y esperamos contar con ella para próximos números. Quiero llamar la atención sobre la ilustración de otra nueva incorporación. Sobre un relato de Ángel Comas, Francesc Martín ha realizado un bello retrato. Solo con contemplar esos ojos ya merece la pena echar un vistazo a nuestra revista. Es un auténtico flechazo a primera vista. Y entre los segundos, entre los colaboradores habituales, destacar la labor que hacen en defensa de difundir la cultura José Miguel Travieso y Gonzalo Durán López. Y no podemos olvidarnos de todos y cada uno de los que han participado en este proyecto. Nos llevaría muchas líneas renombrar los casi 100 personas que han publicado trabajos en Revista Atticus. A todos ellos nuestro más sincero agradecimiento. Somos grandes gracias a cada una de sus aportaciones. Sin ellos no seríamos lo que somos: una publicación de referencia.
No podemos olvidarnos de dos personas que apoyaron de forma incondicional Revista Atticus desde sus comienzos: Juan Diego Caballero Oliver y Luis Laforga. Siempre les estaremos eternamente agradecidos. Su prematura muerte nos dejó huérfanos. Y otra persona más que nos dejó hace apenas un mes. Permitirme que tenga un emotivo recuerdo para mi madre. A ella va dedicada este bello ejemplar.
Al final del año tenemos previsto salir al mercado con otro número impreso. Será el Cinco. Lo tenemos muy
adelantado y os garantizo que responderá a las expectativas que estamos despertando tras esta corta andadura.Somos una publicación consolidada. Sacar una publicación como esta no es nada fácil. No contamos con ningún tipo de subvención. Solo con la ayuda de nuestros patrocinadores (a los que estaremos eternamente agradecidos por su incondicional apoyo) y con el aliento de nuestros queridos lectores y esa nueva categoría que está sacando a la luz el libro electrónico, nuestros queridos «compradores». Porque sí, leer podemos leer mucho. Y hasta tener nuestros dispositivos llenos de libros (y revistas electrónicas), pero si no hay compradores, no hay ediciones.
A pesar de lo que acabo de decir, tras estos cinco años, hemos publicado nuestro primer libro. La fiesta de las palabras ha visto la luz a lo largo de estas semanas y espero (esperamos todo el equipo) que tenga un largo recorrido. Tenemos cuerda para otros cinco años. Esperamos contar con ustedes queridos lectores. Les invito a que se sumen a esa fiesta de la palabra y apoyen nuestra publicación difundiendo la misma. Disfruten de la lectura.
Luis José Cuadrado Gutiérrez
Editor de Revista Atticus
Para descargar la revista no tenéis más que pinchar aquí, y a disfrutar.
viernes, 18 de abril de 2014
MIGUEL ÁNGEL, "Virgen de Brujas"
Oficiales norteamericanos inspeccionando la Virgen de Brujas, en el interior de la mina de Altausseen, el 9 de junio de 1945 (Fotografía tomada de Archives of American Art) |
MIGUEL ÁNGEL. Tondo Doni (1503). Galería Uffizi, Florencia |
El clasicismo de Miguel Ángel, escribe Argan, "no se propone tanto imitar o emular a la antigüedad, cuanto encontrar la síntesis y la continuidad profunda entre la espiritualidad sublimada del antiguo y la espiritualidad cristiana o medieval, mucho más atormentada y dramática". En Miguel Ángel esto se traduce, en primer lugar, en la mesura o proporción, una idea que tiene su origen en Aristóteles. Es aquí donde reside la belleza, definida por Alberti como armonía entre las partes, de manera que a una obra de arte es imposible añadirle ni restarle nada sin que este proceso atente contra la belleza. Un segundo rasgo del clasicismo sería el sometimiento de la expresión de las emociones en el arte, evitando cualquier tipo de gesticulación o exteriorización dramática del dolor. Un tercer aspecto a considerar sería, finalmente, el número de figuras de las composiciones, que debía ser muy pequeño, porque como decía igualmente Alberti es eso lo que hace aumentar el valor de una obra de arte. Estos principios fueron, sin duda, los que dominaron la producción de Miguel Ángel hasta el descubrimiento del Laooconte en Roma en el año 1506.
MIGUEL ANGEL. Virgen de Brujas (h. 1504) Iglesia Nuestra Señora de Brujas |
Es interesante la relación que el autor establece entre ambas figuras. Miguel Ángel no plantea ningún tipo de apoyo sólido para el pequeño Jesús, no recurre por ejemplo a las manos de María para sujetarle o abrazarle, como pudiera ser habitual en este tipo de representaciones. Simplemente la mano izquierda de la Virgen se une con la de Jesús, como si se uniese la naturaleza divina y humana, en lo que aparentemente pudiera ser un gesto de ternura. Sin embargo, esa lejanía de la madre y ese mínimo contacto, que encontramos también en otras obras de esta época en Miguel Ángel, hay quien las considera como un reflejo inconsciente de su propia infancia, que no debió ser fácil. Al poco de nacer, sus padres le entregaron a una nodriza de una familia de picapedreros, los Topolino, con los que vivió hasta que cumplió los diez años, quizá porque era una costumbre entre las familias adineradas de la época, como piensan algunos; o quizá por la salud enfermiza de su madre, que ya tenía que ocuparse del hermano mayor. Fuese uno u otro el motivo, el caso es que los contactos con su madre, que falleció cuando él tenía seis años, se limitaron a algunos breves encuentros con motivo de alguna dolencia o el nacimiento de un nuevo hermano. Cuando regresó al hogar familiar, le recibieron sus cuatro hermanos, que le consideraron como una especie de intruso, y una fría madrastra con la que su padre había vuelto a casarse. Parece que el único cariño que recibió fue el de su abuela paterna Monna Alexandra. Quizá fue ese abandono materno, como sugiere Cornide, lo que llenó de rabia al genio florentino.
MIGUEL ÁNGEL. Virgen de Brujas (detalle) |
Sin duda, Miguel Ángel nos dejó en la Virgen de Brujas, un magnífico ejemplo de la síntesis del sentimiento cristiano y del culto por la belleza formal del Renacimiento italiano, en el que se puede apreciar, dice Argan, como queda atrás el arte familiar y detallista del Quatrocento, en favor de otro más total e integrador, que es "la nueva manera en que la iconografía tradicional se presta para hacer posible el juego de serenidad, majestad y contención clásicas entendidas a la manera del Cinquecento".
Bibliografía:
- ARGAN, G.C. (1999): Renacimiento y Barroco II. De Miguel Ángel a Tiépolo. Madrid, Ed. Akal
- CAFERATTA, M. S.(2008): "El poder evocador de la obra de arte. La última Piedad de Miguel Ángel a la luz de algunas ideas de Romano Guardini". En Jornadas Guardinianas. Homenaje a Romano Guardini en el 40 aniversario de su muerte. Buenos Aires.
- CORNIDE CHEDA, E. (1999): El genio creativo y la 'terribilitá' en los primeros años de Miguel Ángel. Santiago de Compostela
- MARTÍNEZ SANTA-MARÍA, L. (2013): "Presentimiento de lo extraordinario". En Revista Europea de Investigación en Arquitectura, 1, pp.102-113
- MÜNTZ, E. (2011): Miguel Ángel. Ed. Parkstone International
- NARDINI, B. (2010): Michelangelo. Biografía de un genio. Milán, Giunti Ed.
- PÉREZ, A. (1964): "Clasicismo y conciencia de finitud existencial en la obra de Miguel Ángel". En Anales de la Universidad de Chile, 132, pp. 96-136
- ZIEGLER, J. (1995): "Michelangelo and the Medieval Pietà: The Sculpture of Devotion or the Art of Sculpture?". En Gesta, vol. 34, nº 1, pp. 28-36