lunes, 1 de septiembre de 2014

Peter Paul Rubens, arquitecto (1ª parte)

GUILLAUME WILLIAM GEEFS
Monumento a Rubens (1840), Amberes
Evocar el nombre de Rubens es trasladar a nuestra memoria el de uno de los más grandes maestros de su tiempo y protagonista indiscutible de la pintura europea del siglo XVII. La importancia de su obra y su influencia en la evolución de la pintura es universalmente reconocida. Tras él dejó una legión de seguidores. En su formación como pintor resultó decisivo su paso por Italia, donde llega en 1600. Allí su pintura se impregna por completo de la luz y el color de los maestros venecianos, con Tiziano a la cabeza, pero también de la sensualidad y exaltación pasional de la alegría de vivir que irradian los frescos de los Carracci. Sus cuadros desprenden un optimismo, una felicidad, un sentido de la composición y una fuerza que parecen naturales, como su propia forma de pintar, sin esfuerzo aparente. No hay que llamarse a engaños porque tan sólo es eso, aparente, ya que tras ellos se esconde el trabajo exhaustivo y metódico de un trabajador incansable. Dedicaba diariamente horas y horas a la pintura al frente de un taller del que formaron parte pintores de la talla de Anton van Dyck, Jacob Jordaens, Brueghel de Velours, Frans Snyders, y un largo etcétera.

La pintura, sin embargo, no fue el único arte por el que se interesó el artista flamenco. También se movió en otros terrenos, como el diseño de estampas, los tapices, objetos decorativos e, incluso, arquitecturas. Este último es uno de los aspectos menos difundidos de su talento, y encuentra su justificación en el escaso número de obras que realizó. En realidad, sólo se conserva la Rubenshuis, su propia casa en Amberes, ya que muchos de sus diseños arquitectónicos pertenecen a lo que llamamos arquitecturas efímeras, construcciones erigidas con motivo de alguna ceremonia o entrada triunfal de los gobernantes, cuyos dibujos se encargó de recoger en la edición de un libro titulado Pompa Introitus.  Se especula también sobre cuál fue exactamente el alcance de su participación en San Carlos Borromeo, la iglesia de los jesuitas en Amberes. Por último, publicó un libro de grabados de palacios genoveses titulado Palazzi di Genova. En la introducción de esta obra él mismo se presentaba como pintor y arquitecto, una definición que llamaba la atención por su modernidad y, al mismo tiempo, una evidencia notable del interés que sentía por la arquitectura. Ese interés no pasó desapercibido, y Teodoro Ardemans (1661-1726), por ejemplo, escribe junto al nombre de Rubens, “grandísimo pintor fresquista y arquitecto”[1], en una lista de artistas españoles y extranjeros. De ese Rubens menos conocido, el arquitecto, es del que hoy queremos hablar.

                Los que conocieron y trataron a Rubens coinciden en afirmar de su enorme erudición en literatura y arte, no sólo de la pintura del Renacimiento y de su época, sino también de la escultura y la arquitectura. Estos saberes los completaba con amplios conocimientos de filosofía, teología y emblemática, es decir, del estudio y significado simbólico de diferentes obras de arte, que ponía en práctica a la hora de ejecutar sus pinturas.

PETER PAUL RUBENS. Rubens, su esposa Helena
Fourment y su hijo Peter Paul
(h. 1639)
Metropolitan Museum of Art, New York
Su padre, Jan Rubens, un abogado formado en Roma y Padua,  procuró dar a sus hijos una esmerada y exquisita formación de carácter humanista, inusual para un artista de la época. Peter Paul y su hermano Philip, que llegó a ser un destacado humanista, tuvieron como primer maestro a Rombout Vedonk,  un latinista en cuya escuela de Amberes ingresaron en 1589. Allí aprendieron retórica, gramática, latín y griego, conocimientos que amplió luego con los de historia y poesía, así como el dominio del italiano y del francés. La correspondencia que se conserva demuestra el buen manejo de estos idiomas por parte de Rubens, pero también su  excelente educación y formación, de sesgo clasicista y católica. De su elegancia y aspiraciones sociales encontramos muestras abundantes tanto en su biografía como en su propia pintura. Bellori cuenta de él “que solía llevar cadenas de oro al cuello y cabalgar por la ciudad como el resto de los caballeros y las personas con título”. Gozó de la amistad y los reconocimientos de los reyes más poderosos de su tiempo. Actuó como embajador de España en la corte de Carlos I de Inglaterra, y consiguió que ambos reinos firmasen la paz en 1630. El monarca inglés le concedió el título y el escudo de caballero ese mismo año, y un año después hizo lo propio el rey Felipe IV, a petición de la archiduquesa y gobernadora de Flandes, la Infanta Isabel Clara Eugenia, que recordó a su tío el precedente de Carlos I con Tiziano. También su pintura nos deja ver esta faceta social de Rubens, especialmente en sus retratos familiares, con sus esposas e hijos, en los que traslada la imagen de una familia que había adoptado por completo las costumbres y vestimentas de las clases más privilegiadas.

Tanto su educación, como el ambiente cultural y social en el que se mueve Rubens,  ofrecen pistas sólidas para entender sus gustos arquitectónicos, que deben mucho al estilo manierista de la arquitectura italiana de las últimas décadas del siglo XVI, aunque su tratamiento de los elementos arquitectónicos, recuerda Blunt, muestra mayor originalidad, sofistificación y eclecticismo.

(CONTINUARÁ)



[1] Teodoro Ardemans. Declaración y extensión, sobre las Ordenanzas, que escrivió Juan de Torija, Aparejador de obras reales, y de las que se practican en las ciudades de Toledo y Sevilla, con algunas advertencias a los Alarifes, y Particulares, y otros capítulos añadidos a la perfecta inteligencia de la materia; que todo se cifra en el govierno político de las fabricas. En Madrid, por Francisco del Hierro, 1719.

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