sábado, 15 de marzo de 2014

BRONZINO, "Alegoría con Venus y Cupido"

BRONZINO, Alegoría con Venus y Cupido (h. 1540-1550)
National Gallery, Londres
El verdadero nombre de Bronzino (1503-1572) era Agnolo di Torri. Nació en Florencia y fue discípulo de Pontormo. Se convirtió en pintor y retratista de la corte de los Médicis, y es uno de las mejores exponentes del manierismo. Además de la pintura, cultivó la poesía.

Esta obra es una de las más conocidas y sugestivas de su producción, y según cuenta Vasari fue un regalo de los Médicis al rey Francisco I de Francia, conocido por su amor al refinamiento y al erotismo. Como toda pintura alegórica, cada figura representa alguna cualidad, un vicio o una virtud. 

El primer plano lo ocupan las figuras abrazadas en un beso de Venus y su hijo Cupido, al que en el Renacimiento solía representarse como un joven con alas. Venus lleva en una de sus manos la manzana que le entregara el troyano Paris en el célebre juicio que la distinguió como la diosa más bella del Olimpo, y en la otra una de las flechas que Cupido lanzaba.

A la derecha del cuadro está el Placer, un niño de pelo rizado, que se ruboriza y ríe. Es la cara feliz del amor. Está esparciendo rosas, la flor de Venus, por su belleza y su fragancia. En el Renacimiento sus espinas se asociaban con el dolor que el amor puede causar, sin embargo, el Placer no lo nota.

Tras el Placer está una figura de rostro dulce y falsamente angelical. Notamos que sus manos tienen una disposición extraña, están vueltas del revés, desvelando su auténtica naturaleza: es el Engaño. A la izquierda, tras Cupido, una figura patética y desgarrada se agarra la cabeza con las manos. Suele identificarse con los Celos, y también con la Desesperación, aunque hay quiere identificar en ella a la Sífilis, enfermedad que por aquellos tiempos asolaba la región, y de la que casualmente moriría el propio monarca francés para el que iba destinada la pintura.

En el ángulo superior izquierdo, una cabeza de mirada inexpresiva, a la que le falta una parte, simboliza la Locura, o quizá el Olvido, que intenta correr apresuradamente una cortina de un intenso color azul para ocultar a Venus y Cupido, sin conseguirlo, de la mirada de un anciano fuerte, alado y musculoso que porta un reloj de arena. Es el Padre Tiempo, enemigo natural del amor, fresco y joven.

Bajo uno de los pies de Cupido vemos una paloma, que desde la Antigüedad clásica es uno de los emblemas del amor, pero también por extensión de la lujuria, e incluso algunos veces de la castidad, por lo que es uno de los atributos asociados a Venus. Bajo los pies del placer, abandonados sobre las telas, reposan unas máscaras, un disfraz, que a menudo se usan como símbolos del engaño y la hipocresía. Quizá el pintor quiera decirnos con ellas que el amor ha sido desenmascarado.

A través de una composición densa, compleja, que nos obliga a mantenernos alerta a cada detalle ya que casi no deja descansar la vista, Bronzino nos muestra como los Celos, el Engaño, el Olvido, la Desesperación o el Tiempo, y no sólo el Placer, pueden ser acompañantes del Amor. 

El refinado pintor florentino lleva a la perfección el erotismo frío que caracteriza buena parte de su producción, y lo consigue, no sólo a través de sinuosas figuras serpentinatas, sino también al gran efectismo que logra conseguir con el tratamiento del color, que asume la dureza de una piedra preciosa y al tiempo la tersura de la más delicada de las porcelanas, parecida a la del agua atravesada por una luz clara y cristalina.

martes, 11 de marzo de 2014

"Monuments Men", de George Clooney

Título original: The Monuments Men
Nacionalidad: Estados Unidos (2014)
Director: George Clooney
Guión: George Clooney y Grant Heslov (basado en el libro de Robert Edsel)
Reparto principal: George Clooney, Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Cate Blanchett, Bob Balaban, Jean Dujardin, Hugh Boneville

Monuments Men no pasará a la historia del cine como una gran película, sin embargo viene a recordarnos cómo se salvaron de la destrucción, durante la II Guerra Mundial, muchas de las grandes obras del arte europeo. Reproducimos aquí la crítica publicada en la web de rtve.es por Laura G. Torres, con la que coincidimos al afirmar que se trata de "una oportunidad perdida de haber podido contar mejor una historia tan épica como la de este pelotón al rescate del arte al que tanto le debe la Humanidad".


LAURA G. TORRES, 14-02-2014

La Madonna de Brujas, de Miguel Ángel, el Políptico de Gante, de los hermanos Hubert y Jan van Eyck o la escultura de Los burgueses de Calais, de Rodin, obras de arte de valor incalculable, no estarían ahora expuestas al público si no hubiese sido por un singular pelotón creado por Franklin D. Roosevelt en la Segunda Guerra Mundial y cuya misión era proteger el patrimonio y recuperar el arte robado por los nazis.

Esta brigada, compuesta por historiadores, conservadores de museo, arquitectos y archiveros, recuperó cinco millones de piezas de arte robadas por orden de Hitler de maestros como Da Vinci, Rembrant, Rubens, Veermer, Cézanne o Monet, entre muchos otros. Fueron los Monuments Men y su historia real llega ahora a la gran pantalla de la mano de George Clooney, que protagoniza, escribe, produce y dirige su quinto largometraje.

Tras su estreno en el Festival de Berlín, fuera de competición, la película llega a España este viernes 21 de febrero, y en un momento en el tema está de plena actualidad tras el hallazgo hace unos meses de 1.500 obras de arte robadas por los nazis, el que se ha venido en denominar como el "tesoro de Múnich" del que siguen apareciendo más piezas, cuadros de Monet, Renoir, Picasso...

George Clooney recluta para emprender su cruzada anti-nazi a un elenco de actores de lujo: Matt Damon, Bill Murray, Cate Blanchett, John Goodman, Jean Dujardin, Bob Balaban y Hugh Bonneville; a la vez que se toma algunas licencias a la hora de contar la historia. 

El arte por encima del valor de la vida
"¿Quién va a garantizar que cuando acabe la guerra el David de Miguel Ángel siga en pie y la Mona Lisa siga sonriendo?". Con estas palabras, el personaje de George Clooney, inspirado en el teniente George Stout, una autoridad en restauración, convence al presidente Roosvelt y al general Eisenhower para crear el Grupo de Monumentos, Bellas Artes y Archivos para salvar la cultura occidental, los "grandes logros del hombre".

El grupo fue concebido inicialmente para evitar la destrucción del patrimonio artístico por parte de los propios aliados en los bombardeos de Italia y Francia, aunque posteriormente sobre el terreno se dedicaría a buscar y recuperar las obras de arte que los nazis habían robado con el objetivo de nutrir el futuro "Museo del Führer" que Hitler, un artista frustrado, anhelaba levantar en su ciudad de adopción, Linz (Austria).

En su huida al término de la Segunda Guerra Mundial, los nazis se afanaron en esconder esas obras de arte, cuando no las destruían -"el Decreto de Nerón" de Hitler ordenó arrasar con todo cuando se dio cuenta de que perdía la guerra-. Para ocultarlas, utilizaron minas de sal y otros escondites que los Monuments men debían localizar, a la vez que sorteaban los peligros de la guerra con su escasa formación militar.

Blanchett: "Mi personaje salvó obras de arte que llenarían castillos"
Cate Blanchett intepreta a Claire Simon, un personaje inspirado en Rose Valland, una conservadora del museo Jeu de Paume de París, que se convirtió en una especie de almacén del arte robado por los nazis. Arriesgando su vida, Valland catalogó de manera sistemática todos los fondos que pasaron por allí siguiéndoles la pista.

Valland fue una figura clave para que los 'Hombres de los monumentos' recuperasen miles de obras de arte: "Rose Valland salvó obras de arte que llenarían castillos. Y el hecho de trabajar sin ayuda demostraba un valor extraordinario", cuenta Blanchett de la persona real en la que está inspirado su personaje en el vídeo que acompaña estas líneas y que RTVE.es te ofrece en exclusiva.

La brigada tardó en ganarse la confianza de Valland, que creía que los americanos no devolverían las obras de arte: "No importaba quién las robara, los alemanes, los rusos o los americanos", explica Blanchett.
Una actriz "camaleónica"
Para la actriz australiana, que tiene que recurrir al acento francés en Monuments men, su compañeros Damon y Clooney solo tienen palabras de admiración : "Es un tesoro internacional", dice el primero; "tiene esa capacidad camaleónica para encarnar a otras personas", afirma el segundo en este vídeo.

Además de Blanchett, en el reparto brilla especialmente el británico Hugh Bonneville(conocido por la serie Dowton Abbey) y Bill Murray y Bob Balaban ofrecen algunos de los momentos más divertidos de la cinta, como unos renovados Laurel y Hardy.

Pero, pese al gran reparto de la película y sus buenas intenciones, George Clooney parece igual de perdido que los cuadros que buscan sus personajes a lo largo del metraje, y no consigue encontrarse ni dar con la clave de la trama en ningún momento, al contrario que en anteriores grandes trabajos suyos en la realización comoBuenas noches y buena suerte (2005) y Los idus de marzo (2011).
Monuments men no es una mala película, pero sí resulta aburrida y se convierte en una oportunidad perdida de haber podido contar mejor una historia tan épica como la de este pelotón al rescate del arte al que tanto le debe la Humanidad.

martes, 4 de marzo de 2014

Religión y política en "La pesca milagrosa" de Konrad Witz

KONRAD WITZ. La liberación de San Pedro (1443-44).
Museo de Arte e Historia, Ginebra.
La pieza formaba parte del retablo con escenas de la vida
de San Pedro para la catedral de Ginebra
Durante siglos el nombre de Konrad Witz permaneció totalmente ignorado para los historiadores del arte. Como ocurrió con otros pintores del norte de Europa contemporáneos suyos -el extraordinario Robert Campin, por ejemplo-, hubo de esperar que algún investigador le rescatara del olvido y la ignorancia. En su caso esto no ocurrió hasta 1901, cuando Daniel Burckhardt, se interesó por el autor de un retablo en Ginebra, al que los documentos de la época se referían como Conradus Sapientis de Basilea. Fue así como descubrió que el 21 de junio de 1434, un tal Konrad von Rotwil fue aceptado por el gremio de artistas de la ciudad suiza de Basilea, y que en enero de 1435 Conrat Witz von Rotwilr fue admitido como ciudadano. Estas, y otras menciones, además de un perspicaz análisis estilístico, permitieron a Burckhardt identificar a Konrad Witz como el autor de un conjunto de pinturas repartidas por diferentes ciudades suizas y alemanas, como Basilea, Estrasburgo o Nuremberg. 

A partir de esa investigación inicial se hicieron otras que han intentado recomponer la biografía del pintor, aunque todavía  hoy es mucha la oscuridad que se cierne sobre ella. Pudo haber venido al mundo entre 1400 y 1410, en Rotweil, en la región alemana de Suabia. Suele recogerse como fecha de su muerte el año 1445 ó 1446, sin embargo, Marianne Barrucand sugiere que debió ocurrir, a principios de 1444, poco antes de la colocación del retablo de la catedral de Ginebra al que pertenece La pesca milagrosa, y que según Röttgen, aunque lo comenzó Witz lo concluyeron pintores de su taller. La última noticia segura que se tiene sobre él es de 1443, cuando compra una casa en Basilea. En cualquier caso, un documento de 1447 menciona a su esposa Urselina ya como viuda.

KONRAD WITZ. La Sinagoga (h. 1435)
Museo de Arte de Basilea
Se ignora dónde pudo aprender el oficio, aunque se da por seguro que viajó por Borgoña y los Países Bajos, donde se empapó de las novedades de la pintura flamenca, en especial de la de Robert Campin. De allí pudo pasar a Basilea en 1431, quizá atraído por la celebración del Concilio. Su obra rompe totalmente con el gótico internacional, por lo que suele considerársele como el introductor en la región del nuevo lenguaje pictórico elaborado en Flandes. No obstante, a pesar de su adscripción a la escuela flamenca, es posible que no fueran de ella las únicas influencias que recibió su pintura. En este sentido, Barrucand apunta a una obra de Witz en concreto, La Sinagoga, que por la audacia de su colorido, la suavidad de sus formas, inusuales en Witz, hacen de ella una obra singular que evoca la pintura italiana del Quattrocento. Florens Deuchler, va más allá y llega a sugerir un posible viaje transalpino, y encuentra en La liberación de San Pedro y otras obras suyas, innegables ingredientes italianos tomados de Filippo Lippi, Massaccio y Paolo Ucello. Su hipótesis es que Witz pudo haber viajado a Ferrara y Florencia acompañando a los obispos y cardenales cuando el papa Eugenio IV ordenó en 1437 el traslado del Concilio desde Basilea a Ferrara primero y más tarde a Florencia. Posteriormente regresaría a Basilea en 1439, tras los graves sucesos ocurridos en la Iglesia a los que luego nos referiremos.

Durante la Reforma, muchas de sus obras fueron destruidas o dañadas por el furor iconoclasta de los calvinistas, como le ocurrió precisamente a La pesca milagrosa, que sufrió graves daños en los rostros de algunas de las figuras, como ha puesto de manifiesto una restauración reciente efectuada en esta pintura. Peor fue la suerte corrida por otras  de las tablas que con ella componían el retablo del que formaba parte, que se perdieron totalmente durante los sucesos ocurridos en Ginebra el 8 de agosto de 1535. Las escasas obras que se conservan muestran a un "pintor de personalidad vigorosa e independiente, con gran capacidad de observación de la naturaleza circundante, pero con poca paciencia para la anatomía y la perspectiva", apunta Bialostocki. Su pintura tiende a eliminar lo accesorio y a captar las cualidades materiales de los objetos. Como buen seguidor de la escuela flamenca, está interesado especialmente en representar de manera convincente el espacio, los volúmenes y las figuras humanas. Estas últimas asemejan en sus cuadros esculturas de madera que se mueven en el espacio, cubiertas de telas y vestidos con pliegues angulosos que les restan naturalidad y plasticidad.

KONRAD WITZ. La pesca milagrosa (1444). Museo de Arte de Basilea

La pesca milagrosa no sólo es la más famosa sino también la mejor obra de Witz. Formaba parte de un retablo de la catedral de Ginebra con escenas de la vida de San Pedro, de la que se conservan doce tablas repartidas por diferentes museos. En ella narra una de las apariciones de Jesús a los discípulos después de la resurrección. El suceso tuvo lugar en el mar de Galilea (llamado también lago Tiberíades y lago Genesareth), donde varios de los apóstoles, entre ellos Pedro, habían pasado la noche pescando aunque sin éxito,
 "y venida la mañana, Jesús se puso a la ribera: mas los discípulos no entendieron que era Jesús. Y díjoles: Mozos, ¿tenéis algo de comer? Respondiéronle: No. Y él les dice: Echad la red  a la mano derecha del barco y hallaréis. Entonces la echaron, y no la podían en ninguna manera sacar, por la multitud de los peces. Entonces aquel discípulo, al cual amaba Jesús [es decir, Juan], dijo a Pedro: El Señor es. Y Simón Pedro, como oyó que era el Señor, ciñose la ropa, porque estaba desnudo y echose a la mar" (Juan 21, 4-7)
Witz no se ajusta estrictamente al pasaje evangélico e introduce en él algún cambio. En la parte izquierda, la monumental e imponente figura de Cristo, vestida con un manto de un rojo intenso que contrasta con los verdes del paisaje, parece caminar sobre las aguas del lago, fundiendo así el pasaje anterior de Juan con el prodigio narrado en el Evangelio de Mateo (14, 25-34) en el que hubo de intervenir para rescatar a Pedro. Es decir, dos escenas íntimamente ligadas con la vida de San Pedro y, al mismo tiempo, con la misión de "pescador de hombres" (Lucas 5, 10) que le confió Jesús.

KONRAD WITZ. La pesca milagrosa (1444) (detalle). Museo de Arte de Basilea

Como es sabido, una de las grandes novedades que trajo la pintura del norte de Europa durante el siglo XV fue la introducción del paisaje, si bien no puede hablarse todavía de una pintura de paisaje independiente. Al principio, el paisaje se mostraba a través de arcos y ventanas, pero poco a poco se fue abriendo paso de un modo más abierto. La obra de Witz que nos ocupa ha pasado a la historia porque es el primer paisaje realista que se pinta, es decir, la primera vez que somos capaces de reconocer un paisaje real, ya que traslada la escena bíblica al lago Leman, en Ginebra, quizá tratando de responder mejor a los sentimientos de los espectadores, situándola en un entorno familiar. La vista del lago está tomada desde la orilla derecha, en el sitio conocido actualmente como Les Pâquis, desde el cual se divisan varias montañas, a la derecha le Pêtit Salève, en el centro La Môle, y a la izquierda los bosques de Voirons. Al fondo, las montañas nevadas de los Alpes y el Montblanc se dibujan entre las nubes. Sin embargo, Witz aproxima las montañas entre sí y hace más abruptas de lo que son las caras de La Môle, quizá por necesidades compositivas, o quizá no y lo hace por otros motivos de significado más profundo.

La búsqueda realista ha llevado a los investigadores a intentar determinar a qué hora exacta del día pintó Witz la escena. Según la dirección de las sombras, Barrucand indica que la tabla pudo pintarse hacia las tres de la tarde, un día de verano; sin embargo, la luz del primer plano es demasiado fría y difusa para esa hora del día y se parece más a la del amanecer, lo que según la misma autora estaría más de acuerdo con el pasaje bíblico como acabamos de leer.

KONRAD WITZ. La pesca milagrosa (1444) (detalle).
Museo de Arte de Basilea
El paisaje está pintado con extraordinaria precisión, como acostumbra la pintura flamenca, con granjas, colinas y personas en media distancia. La sensación espacial se consigue a partir de un punto de vista no demasiado alto, en el que el tamaño de las cosas y las personas van disminuyendo a medida que se alejan del espectador, de un modo bastante natural. El tratamiento del agua es quizá uno de los aspectos más sobresalientes. Bajo sus reflejos apreciamos distorsionadas las piedras del fondo del lago, las piernas del apóstol, e incluso las burbujas expelidas por uno de los peces que nadan entre ellas. Son esa precisión y el tratamiento del espacio los que le confieren a esta obra su capacidad de sugestión.

En el primer plano se sitúa la figura de Cristo, imponente con su manto rojo deslizándose sobre las aguas. En contraste con la quietud del lago, su imagen produce una gran impresión de autoridad, que en lugar de humanizar su figura, acentúa la distancia entre la divinidad de Dios y la humanidad del hombre.

Simbólicamente, y desde el punto de vista religioso, el lago donde tiene lugar la pesca milagrosa ha sido interpretado como una representación del mundo de los hombres. Un mundo ambivalente, donde el hombre se puede ahogar, como estuvo a punto de ocurrirle a Pedro, o morir de hambre durante la travesía, al no ser capaces de pescar. Es la fe en Cristo la que permite al hombre alcanzar la salvación, como la de los pescadores que siguen sus indicaciones para llenar sus redes, y es la barca de la Iglesia la que les ofrece protección en la travesía de la vida.

JACOPINO DA TRADATE. Monumento a Martin V (1424).
Relieve en mármol, Cat. Milán. 

Su elección como Papa puso fin al Cisma de Occidente
Sin embargo, la lectura de esta interesantísima obra puede hacerse desde otro plano, el político. No tiene nada de sorprendente, porque como en tantas pinturas flamencas de la época, nada en ellas es lo que parece, por lo que hay quien ha querido ver en la obra una toma de posición del pintor ante una de las cuestiones de mayor transcendencia a las que se enfrentó la Iglesia católica en la primera mitad del siglo XV: ¿quién ostentaba el poder supremo de la Iglesia, el Papa o el concilio?, o lo que es lo mismo, ¿podía el Papa gobernar la institución como un monarca absoluto o debían ser los cardenales a través del concilio actuando como una especie de senado?. El Papa, como sucesor de San Pedro, basaba su poder en la célebre frase contenida en el evangelio de Mateo (16,18): "Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia". Sin embargo, los defensores del conciliarismo argumentaban que en ningún lugar de los libros sagrados se mencionaba que el poder de Pedro fuese mayor que el de los demás apóstoles, y cuestionaban incluso que al hablar de "esta piedra", estuviese señalando Jesús a Pedro y no a sí mismo

Para entender el conflicto no hay más remedio que remontarse a los graves sucesos ocurridos en 1378 que dieron lugar al Cisma de Occidente y la elección de dos papas, uno en Roma y otro en Avignon. Después de proponer diferentes vías para acabar con la bicefalia, ante el cansancio general de la Cristiandad y acuciada por la herejía husita surgida en Praga, que amenazaba con extenderse por toda Europa central, se optó por la más complicada de las soluciones: la conciliar. Se impone así la tesis defendida por pensadores como Juan de París y Marsilio de Padua, convencidos que el Concilio representa a la Iglesia y está por encima de todos los miembros de su jerarquía, incluído el propio pontífice.

El primer intento de solucionar el cisma por esta vía se saldó con un rotundo fracaso en el Concilio de Pisa (1409). En él se nombró Papa a Alejandro V, sucedido muy pronto por Juan XXIII, pero ni Gregorio XII ni Benedicto XIII (el famoso Papa Luna) aceptaron la decisión, con lo que el cisma bicéfalo se convirtió ahora en tricéfalo. El Concilio de Constanza (1414) conseguiría poner fin a aquella disputa que duraba más de treinta años, con la deposición de los dos papas y la elección de uno nuevo, Martin V, pero también se promulgaron dos decretos por los que se decidía que debía reunirse a los concilios con determinada periodicidad para acometer la reforma de la Iglesia. Como se demostraría pronto, la raíz del conflicto estaba lejos de haberse resuelto.

JAN VAN EYCK. Retrato del Cardenal Albergati (1431)
Kunsthistorisches Museum, Viena.
Partidario de Eugenio IV fue el encargado de presidir las
sesiones del concilio en Ferrara.
En 1431, con motivo de la celebración de un nuevo Concilio en la ciudad suiza de Basilea, la antigua disputa volvió a estallar. El Papa Eugenio IV estaba totalmente convencido que era él a quien correspondía el gobierno de la Iglesia. Sin embargo, esa opinión no era compartida por la mayoría de los cardenales reunidos en Basilea, entre los que habían ido ganando terreno las tesis conciliaristas, y los cardenales se arrogaron no sólo el poder legislativo sino también el ejecutivo. La oportunidad de recuperar el terreno perdido por el Papa se la iban a proporcionar los griegos ortodoxos, con motivo de las negociaciones para unificar la separación de las iglesias occidental y oriental. Preferían optar por negociar directamente con Eugenio IV y no con el concilio, y exigieron además que las conversaciones se hicieran en Italia, donde se sentían más seguros, y no al norte de los Alpes. Para dar cumplimiento a estas exigencias, el Papa ordenó trasladar las sesiones del concilio a la ciudad italiana de Ferrara donde comenzaron en 1438 bajo la presidencia del cardenal Albergati, el mismo de quien Jan Van Eyck nos dejó un retrato memorable. Un año después, en 1439, el concilio, seducido por las riquezas de los Medici, se trasladó a Florencia, donde el pontífice se apuntó un éxito muy importante, con la firma del Acta de Unión de las Iglesias que ponían fin al Cisma de Oriente, aunque el acuerdo no se pudo llevar a cabo finalmente al no ser ratificado por los obispos orientales.

Sin embargo, la mayoría de los cardenales rechazaron el traslado del concilio a Italia, desobedecieron al papa y permanecieron en Basilea, acusaron a Eugenio IV de cismático y herético e incluso eligieron a un nuevo papa, el duque Amadeo de Saboya, un laico viudo con hijos que vivía en un eremitorio en Ginebra de la Orden de los Caballeros de San Mauricio, que él mismo había fundado, y que adoptó como pontífice el nombre de Félix V. La historia de los papas y antipapas volvía a repetirse, ironías del destino, el mismo año que se conseguía poner fin a la separación de la Iglesia oriental. El conflicto se prolongaría aún durante diez años más, hasta que en 1449, gobernando ya la cristiandad un nuevo Papa, Nicolás V, el antipapa Félix V abandona la tiara papal y es designado cardenal de Santa Sabina. Aún así, el conciliarismo no fue derrotado del todo, y se mantuvo como una corriente latente en la iglesia durante los siglos XVI al XVIII, especialmente en Francia y Alemania.

KONRAD WITZ. San Pedro presentando al cardenal Mies a la Virgen y al Niño (1443-44)
Museo de Arte de Basilea
El cardenal François de Mies, declarado partidario de Félix V, encargó el retablo de la catedral de Ginebra

Llegados a este punto, cabe preguntarse cuál es la relación de la pintura de Konrad Witz con el nuevo cisma católico. Algunos investigadores, como es el caso de Bialostocki, Smith y otros, sostienen que hay motivos suficientes para pensar que la tabla puede entenderse como un intento de apoyar la causa del antipapa Félix V contra Eugenio IV. El primer apoyo a esta tesis lo encuentran en el propio comitente de la obra, el obispo de Ginebra François de Mies, uno de los más firmes defensores que tuvo Félix V, quien lo nombró cardenal de San Marcelo en 1440, y que sería el responsable de dirigir el programa iconográfico del retablo que Witz debía ejecutar.

Este programa incluye numerosos símbolos, el primero de todos la identificación de la Iglesia con la barca, que no se hunde jamás, que fue repetidamente empleada por los conciliaristas para exponer simbólicamente sus ideas. Pero quizá uno de los detalles más significativos lo encontremos en los jinetes que cabalgan en la otra orilla del lago, al fondo, y que portan el estandarte de la casa de Saboya, es decir, la casa a la que pertenecía Félix V, quien poco después de ser elegido Papa escribe una carta a los cardenales reunidos en Basilea de quienes se despide diciendo: "Datum Laussane sub annulo Piscatorum, XVII, Maji, 1440" (Dada en Laussane bajo el anillo de los pescadores, 17 de mayo de 1440).

Pero la pintura de Witz contiene otros elementos más sutiles que abonan la tesis de una intención política en ella. El episodio elegido muestra a Pedro en una situación comprometida, ha intentado emular a Cristo, caminar sobre las aguas, pero empieza a hundirse al perder la fe, quedando expuesto de forma indecorosa. Es una imagen patética del apóstol "que necesita la ayuda de Cristo, igual que el papa necesitaba el apoyo y el consejo de los cardenales", como señala Harrison. Una idea que se ve reforzada con la representación del paisaje que, como señalábamos, Witz modifica sobre la realidad, aproximando las montañas entre sí quizá no tanto por razones compositivas sino por otros diferentes, ya que el ángulo que elige situa la gran montaña de La Môle justo sobre la cabeza de Cristo, identificándolo a él, y no a Pedro, como la verdadera roca sobre la que se erige su iglesia, y que para Harrison no es casual ni coincidencia, sino que ha sido deliberadamente estructurada para reforzar el mensaje político que encierra la obra de Witz.


BIBLIOGRAFÍA:
  • BARRUCAND, M. (1972): Le Retable du miroir du Salut dan's l'ouvre de Konrad Witz. Ginebra, Librairie Droz
  • BAUER, H. (2004): Construcción de la Iglesia: ¿una, santa, católica y apostólica?. Buenos Aires, Ed. Biblos
  • BIALOSTOCKI, J. (1998): El arte del siglo XV. De Parler a Durero. Madrid, Ed. Istmo
  • DE RYNCK, P. (2005): Cómo leer la pintura. Entender y disfrutar los grandes maestros, de Duccio a Goya. Barcelona,  Ed. Electa
  • DEUCHLER, F. (1986): "Konrad Witz, la Savoie et l'Italie. Nouvelles hyppothèses à propos du retable de Genève". Revue de l'art, 71, pp. 7-16
  • HARRISON, C. (2007): El espejo del artista. El arte del Renacimiento septentrional en su contexto histórico. Madrid, Ed. Akal.
  • LÓPEZ MATO, O. (2010): 'A su imagen y semejanza'. La historia de Cristo a través del arte. Buenos Aires, Ed. Olmo
  • MITRE, E. (1976): Introducción a la Historia de la Edad Media europea. Madrid, Ed. Istmo
  • SCHATZ, K. (1996): El primado del Papa. Su historia desde los orígenes hasta nuestros días. Burgos, Ed. Sal Terrae
  • SMITH, M.T. (1970): "Conrad Witz's Miraculous Draught of Fishes and the Council of Basel". Art Bulletin, pp. 150-156