domingo, 17 de noviembre de 2013

Afrodita de Cnido, el dulce placer (1)

Afrodita Colonna. Copia romana del s. II dC de 
la Afrodita de Cnidode Praxíteles ( h. 360 aC) 
Museo Pío-Clementino, Ciudad del Vaticano
"Y estas atribuciones posee desde el principio y ha recibido como lote entre los hombres y dioses inmortales: las intimidades con doncellas, las sonrisas, los engaños, el dulce placer, el amor y la dulzura"
HESÍODO, Teogonía


Afrodita es la diosa griega del amor y la belleza, y encarna no sólo el amor romántico, sino también la pasión sexual. Sobre sus orígenes nos han llegado dos tradiciones. En una de ellas, la Afrodita Pandemos, se la hace hija de Zeus y una ninfa llamada Dione, hija del Océano y Tetis, la ninfa del mar. Como fruto de la pasión de Zeus, Afrodita encarnaba la atracción sexual y el amor físico.

En la otra versión, la Afrodita Urania, la más antigua y venerable de todas, es la encarnación del amor sagrado. Cuando Cronos castró a su padre Urano, arrojó sus genitales al océano, donde de la unión del semen y la espuma del mar (en griego, aphrós), sin contacto sexual alguno, nació la diosa. Los mares y los vientos la condujeron hasta la isla de Citera, y más tarde, hasta Chipre, donde creció con las Gracias, y donde estaba la sede principal de su culto. Cuando los dioses olímpicos derrotaron a Cronos, Afrodita fue conducida al Olimpo, y los dioses, seducidos por su belleza, la acogieron entre ellos.

Su fascinante belleza despertó los celos y envidias de las otras diosas, y especialmente de Hera, molesta por los continuos intentos de Zeus de seducirla, aunque la propia Afrodita lo impedía, ya que como diosa de la pasión sexual ejercía un control absoluto sobre la lujuria, al que ni el mismísimo Zeus escapaba. Para vengarse, se cuenta que Zeus la obligó a casarse con Hefesto, feo y deforme, el menos agraciado de los dioses olímpicos. Afrodita no se resignó a ese destino y buscó consuelo en distintos amantes, tanto dioses como humanos, e incluso llegó a tener con ellos varios hijos. Con Hermes tuvo a Hermafrodito, una divinidad con doble sexo. Con Dioniso, a Príapo, un niño feo y de enormes órganos genitales, dios de la fertilidad. Con Ares a cinco hijos: Eros, el dios alado de la pasión que lanzaba sus flechas sobre el corazón de aquellos a quienes su madre deseaba herir; Anteros, el dios del amor ilícito y del amor recíproco; Fobos, el Terror; Deimos, el Espanto; y Harmonía, el amor que es capaz de calmar la ira en cualquier conflicto. Con Poseidón pasó una noche, y engendraron a Herófilo y Rodo. Por último, con el pastor troyano Anquises tuvo un hijo, Eneas, cuyo exilio Virgilio inmortalizó en la Eneida.

En esta segunda versión, se descubre la herencia que pesa sobre ella de antiguas diosas orientales, como la Ishtar sumeria y la Astarté fenicia, que representaban el culto a la naturaleza, a la fertilidad, pero también la exaltación del amor y los placeres de la carne. A Astarté solía representársela desnuda, o apenas cubierta por velos, de pie sobre un león. A su origen asiático atribuyen algunos autores la predilección que Afrodita sentía por gentes a quienes los griegos odiaban, de modo que en la guerra de Troya toma partido por los troyanos y concede sus favores a Anquises. También en Oriente eligió a Adonis, que probablemente fue el amante al que con mayor ternura amó y al que lloró amargamente cuando fue mortalmente herido por un jabalí.

Nacimiento de Afrodita. Relieve principal del Trono Ludovisi (h. 460 aC)
Museo Nacional Romano, Palacio Altemps, Roma
Aparte de los episodios relativos a sus encuentros amorosos, una de las historias más populares en las que la diosa se vio envuelta fue en la famosa disputa por la manzana de oro, conocida como el juicio de Paris. Según la narración mitológica, el origen de la disputa se produce cuando en la boda de Peleo y la ninfa Tetis, la diosa Éride, que no había sido invitada, para provocar la discordia entre los dioses hizo rodar una manzana de oro hasta los pies de Afrodita, Atenea y Hera, que conversaban amigablemente. Cuando Peleo la recogió vio que sobre ella estaba escrita la inscripción "para la más bella". Las tres reivindicaron para sí mismas la manzana, y Zeus, que no quería intervenir en el asunto, designó a Paris, un príncipe de Troya para que eligiese él. Paris pidió a cada una de ellas que se desnudara, y las diosas intentaron seducirle con algún tipo de recompensa. Al final, el príncipe se decantó por Afrodita cuando ésta le prometió entregarle como esposa a la más bella de las mortales, Helena, hija del propio Zeus y Leda, que estaba casada con Menelao. El rapto de Helena por el príncipe troyano fue el origen de la guerra de Troya.

PRAXÍTELES. Apolo Sauróctonos. 
Copia romana  de un original griego 
del s. IV aC. Museo del Louvre, París
La hermosa diosa representaba tanto el amor sagrado como el amor profano, "de modo que era la diosa de la prostitución, así como del matrimonio. Conducía a las mujeres al adulterio, pero también las animaba a ser fieles y castas", escribe Littleton.

Praxíteles, con Scopas y Lisipo, desarrollaron su trabajo a lo largo del siglo IV aC y conforman el trío de los grandes escultores de la segunda generación del clasicismo griego. Sus obras imprimen a la escultura griega una estilización de las formas, un dinamismo y una expresividad, que la alejan de la solidez y el aire sereno que mostraban las figuras de sus maestros Mirón, Fidias y Policleto. El que más destacó en ese cambio fue Praxíteles, extraordinario artista del que los historiadores, sin embargo, no han sido capaces de reunir muchos datos. Sabemos que era ateniense y debió nacer hacia el 395 aC, hijo de otro gran escultor, Cefisódoto el Viejo, aunque no existe una certeza absoluta en este punto. Si no era rico, disfrutó al menos de una posición económica lo suficientemente desahogada como para permitirse comprar el patronato de uno de los coros de Atenas, lo que no estaba al alcance de cualquiera.

Praxíteles no esculpe atletas como Policleto, y sus dioses carecen de la imponente majestuosidad y serenidad que emanan las figuras de Fidias. Al contrario, son dioses jóvenes y hermosos, delicadamente modelados, imágenes plenas de gracia de hermosos efebos de largos cabellos y anchas caderas, como el Apolo Sauróctonos, que dan a sus figuras masculinas una deliberada  y característica ambigüedad. Se trata de una de las obras, sin duda, donde Praxíteles expresa más claramente su concepto del cuerpo y la gran distancia que le separa en esto de sus predecesores.

PRAXÍTELES. Hermes y Dioniso
s. IV aC. Museo Arqueológico de Olimpia
Sus obras respiran una belleza, una dulzura y un sentido de la elegancia muy distinta también de la austeridad de sus predecesores, y así lo supieron comprender sus contemporáneos que le premiaron con una admiración casi ilimitada. Toda su obra puede decirse que desprende amor, ya que como decía Klein, cada vez que Praxíteles ponía su cincel en la piedra, el pequeño dios del amor miraba por encima de su hombro. La elegancia que desprenden sus esculturas se debe en gran parte al acusado y particular contraposto que les imprime, una característica tan personal que puede entenderse casi como la firma del autor, por lo que ha sido bautizada como curva praxiteliana. El efecto sinuoso transmite una sensación de movimiento pausado y suave que el escultor completa con el perfecto acabado de la superficie del mármol, delicadamente pulimentado, en un dominio soberbio de la técnica del esfumato, que hace parecer a la estatua como si estuviera cubierta por un velo invisible. El mejor ejemplo de esta forma de trabajar lo encontramos en el hermosísimo grupo de Hermes y Dioniso, posiblemente el único original de Praxíteles que ha llegado hasta nosotros. Los párpados y las comisuras de los labios son deliberadamente borrosos, igual que la transición de músculo a músculo, de manera que la luz resbala sobre el cuerpo del dios, creando la atmósfera adecuada para el tratamiento amable y simpático del tema. Hermes recibe el encargo de Zeus de trasladar al niño Dioniso a las nifas del misterioso país de Nisa. La escena que elige Praxíteles para ilustrarlo es un alto en el camino en el que Hermes juguetea con un racimo de uvas para fastidiar a su hermano, que inútilmente intenta alcanzarlo. Con razón suele decirse que el tratamiento de esta obra es más pictórico que escultórico.

Pero la obra más famosa de Praxíteles y por la que siempre será recordado fue, sin duda, la Afrodita de Cnido, realizada en la cima de su carrera y considerada por Plinio el Viejo como la mejor obra artística del mundo, cuando escribe: "Pero antes de todas las estatuas no sólo de Praxíteles, sino también de todo el universo, está su Venus, que ha hecho emprender el viaje a Cnido a un buen número de curiosos". Al igual que en las anteriores, también en ella se aprecian los rasgos propios del escultor, pero además da rienda suelta a la sensualidad y a la voluptuosidad, de un modo que nunca antes se había visto en la Hélade.

(continuará)

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