El príncipe Rahotep y su esposa Nofret. Museo de Arte Egipcio, El Cairo Imperio Antiguo, IV Dinastía, h. 2613-2589 aC Piedra caliza policromada. Altura: 120 cm y 118 cm |
Ofrece bálsamo y fragancia a tu nariz,
guirnaldas de loto y manzanas de amor a tu pecho
mientras tu mujer, la que llevas en el corazón,
está sentada junto a tí.
Canción egipcia para arpa
Suele ocurrir a menudo que nos empeñamos en reducir los movimientos artísticos a una serie de términos bajo los que intentamos caracterizarlos o uniformarlos, olvidando entonces la riqueza, variedad o diversidad que pueden llegar a tener las manifestaciones de esos mismos movimientos. Así, por ejemplo, hieratismo, severidad o impersonalidad son algunos de los adjetivos a los que acudimos con frecuencia para definir los rasgos esenciales del arte del Egipto faraónico. Sin embargo, a poco que profundicemos, vemos que ayudan para comprender las representaciones de dioses y faraones, pero que no siempre son válidas ni suficientes para recoger otras muchas de las representaciones del antiguo Egipto. En este sentido, aquellas en las que intervienen como protagonistas las mujeres, en mayor o menor medida, nos ofrecen una buena oportunidad para emocionarnos con algunas de las creaciones más atractivas del arte egipcio. Son muchas las oportunidades que nos brinda el arte egipcio para aproximarnos a la representación de la mujer, pero de todas ella hoy nos vamos a ocupar únicamente de los grupos escultóricos en los que aparecen juntos maridos y mujeres. Su análisis permite apreciar cómo el elemento femenino rompe no pocas veces con el canon arquetípico de hieratismo, y en su pose, su actitud o su gesto, son siempre ellas las que introducen, discreta y veladamente, un ambiente algo más íntimo y sugerente.
Quizá convenga comenzar recordando que en ninguna otra cultura de la antigüedad tuvo la mujer tanta presencia en el arte como en Egipto, hasta el punto que hay autores que han llegado a interpretarlo, equivocadamente, como una tendencia al matriarcado que nunca se dio. En este sentido, nos recuerda Robins, que la gran visibilidad de las mujeres en el arte egipcio no puede confundirnos sobre el hecho de que existía una clara distinción de sexos como parte de la estructura formal de la sociedad egipcia y que, aunque en el Egipto de los faraones, mujeres y hombres eran iguales ante la ley, al menos en teoría, una mujer que no contase con la protección de un hombre, probablemente corría muchas veces el riesgo de verse explotada. En general, las mujeres ocuparon una posición secundaria en relación a los hombres a lo largo de toda la historia del Egipto antiguo, una jerarquía que como tendremos ocasión luego de ver, se aprecia en las propias manifestaciones artísticas.
El enano Seneb y su familia. Museo de Arte Egipcio, El Cairo Imperio Antiguo, IV Dinastía. Piedra caliza policromada. Altura: 34 cm |
En Egipto no existía ninguna ley que obligase a la mujer a vivir con ningún hombre, ni existía tampoco ninguna edad legal para casarse, aunque solía hacerse a una edad temprana, las chicas a partir de los doce o catorce años, y algo más tarde, a los dieciséis o diecisiete, los muchachos. En cualquier caso, parece que, como hoy, iba en función de los medios financieros de la futura pareja. Lo más habitual era casarse dentro del mismo grupo social al que se pertenecía, aunque no había restricciones para el matrimonio entre miembros de distintas clases sociales, ni con extranjeros, esclavos o descendientes de prisioneros de guerra. En cuanto a la virginidad, los historiadores no terminan de ponerse de acuerdo, y mientras Desroches-Noblecourt afirma que parece que constituía una exigencia para la mujer, Castañeda asegura lo contrario, y dice que se le concedía ninguna o muy poca importancia.
Shepsi y su esposa Nikauhathor Museo de Arte Egipcio, El Cairo Imperio Antiguo, V Dinastía, h. 2400 aC Piedra caliza policromada. Altura: 66 cm |
La misma sencillez se daba en caso de ruptura. El divorcio, que podía ser solicitado por cualquiera de los cónyuges, se concedía prácticamente sin especificar los motivos. Una de las partes repudiaba a la otra, con o sin su consentimiento, y uno de ellos, normalmente la esposa, abandonaba el hogar conyugal. Sin embargo, el marido debía soportar casi siempre las cargas económicas que ocasionaba esta separación.
Los artistas adoptan ciertos convencionalismos en la representación de las figuras masculinas y femeninas. En la mayoría de las ocasiones vemos que la piel de las mujeres suele colorearse en tonos ocres muy claros; los hombres, en cambio, en tonos ocres o rojizos mucho más oscuros. Esa diferencia de color se ha interpretado tradicionalmente como un recurso artístico para simbolizar que la mujer estaba menos expuesta a los rigores del sol, al ocuparse fundamentalmente de las tareas domésticas, y los hombres en cambio hacían sus trabajos en el exterior. Los documentos históricos, en cambio, nos muestran que esto no fue siempre así, y hay muchos ejemplos de mujeres que desempeñaban diferentes trabajos, no únicamente domésticos. Esa diferencia en la tonalidad es mucho más evidente en los grupos escultóricos de las élites que en las representaciones de mujeres de baja extracción social, por lo que hay quien prefiere entenderlo como una muestra de la elevada posición social de los personajes representados. De este modo, el hombre mostraba que era lo suficientemente rico como para mantener a su esposa alejada del trabajo fuera de casa.
Memi y Sabu Metropolitan Museum of Art, Nueva York Imp. Antiguo, IV Dinastía, h. 2575-2465 aC Piedra caliza policromada. Altura: 62 cm |
Los gestos también nos hablan acerca de la relación entre los esposos. Hasta el Imperio Medio, es casi siempre la mujer la que hace un gesto de aproximación, abrazando a su esposo con un brazo alrededor de la cintura o de los hombros, o tomando entre las suyas las manos del marido o uno de sus brazos. Grupos como el de Memi y Sabu, en que el marido pasa su brazo por encima del hombro de su esposa son excepcionales, ya que, por lo general, el marido no devuelve el mismo gesto afectuoso, reserva sus manos para sí, ya que la seriedad conviene a su dignidad, como apunta Castañeda. Así podemos verlo, por ejemplo, en el grupo familiar de Shepsi y Nikauhathor. La esposa, Nikauhathor, ocupa un discreto segundo plano respecto a su marido, y sólo alcanza de pie la misma altura que el esposo cuando éste está sentado. Con su brazo derecho, rodeando los hombros de Shepsi, le domina discretamentamente y le infunde al conjunto algo de dinamismo.
En ocasiones, las composiciones son más audaces, como en el célebre grupo de El enano Seneb y su familia, cuya mayor singularidad suele decirse que radica en el modo de expresar de un modo naturalista el físico de Seneb, sin ocultar sus deformidades. Pero además de esto, la imagen familiar irradia una afectividad poco frecuente en esta época, que se obtiene a base de algunos detalles significativos, como el gesto cariñoso de Senetefes abrazando a su esposo con sus dos brazos; la sonrisa que asoma en los labios de los dos cónyuges, más abierta en ella y más contenida en Seneb; y la tierna imagen de los niños, desnudos y con el infantil gesto de chuparse un dedo, ocupando el espacio que normalmente debían ocupar las piernas del padre.
Senefer y Senetnai. Autores: Amenmose y Djedjonsu Museo de Arte Egipcio, El Cairo Imp. Nuevo, XVIII Dinastía, h. 1410 aC Granito. Altura: 134 cm |
Sin duda, uno de las obras más sugerentes y encantadoras es el grupo de Ini y Chenetimentet, dos jóvenes esposos de clase media de aspecto casi infantil, unidos por el amor. Ini se muestra en una actitud algo hierática impropia de sus rasgos juveniles, en una mano sostiene un pañuelo y en la otra una planta que mantiene a la altura del pecho. Ella, en cambio, está dotada de una gracia delicada y exquisita. Sentada junto a su esposo, adelanta con naturalidad el pie izquierdo y adopta el gesto habitual de estos grupos, rodeándo la cintura de Ini con su brazo derecho y tocándole en el codo ligeramente con la mano izquierda, como señalándolo. La mitad de su peluca cae sobre el pecho, mientras la otra mitad, la más próxima al esposo, se oculta tras su hombro, permitiéndonos mostrar el ancho collor multicolor y el rostro, dispuesto a recibir la mirada del esposo. Como dicen acertadamente Wildung y Schoske, son detalles insignificantes a primera vista, pero que reflejan con discreción el afecto que siente la mujer hacia su esposo, algo que no suele mostrarse con tanta claridad en el arte egipcio.
Observando estas figuras no cabe ninguna duda que los mayores cuidados por parte del artista los reciben las figuras femeninas, que se caracterizan por una belleza joven y eterna. En los hombres, en cambio, alguna vez llegamos a percibir el paso de los años, o el desgaste del cuerpo por la edad, como en los pliegues de obesidad incipiente que muestra el estómago de Sennefer, que también puede tomarse como un signo de bienestar y de posición social elevada. La edad de las mujeres, por el contrario, es convencional, y se las muestra siempre en plena juventud, a pesar de que estén representando en la mayoría de las ocasiones a mujeres de edad avanzada, sobre las que el paso de los años, los partos o la crianza de los hijos, no dejan ninguna huella. Tras las finas telas de lino o algodón de sus vestidos, se las ve delgadas, con senos pequeños, breve cintura y rasgos armoniosos en su rostro. Cada curva de su cuerpo, muslos, nalgas, triángulo púbico y senos, resaltan la belleza de la mujer egipcia. El complemento ideal lo aportan los vestidos, el maquillaje, las joyas y, por encima de todos ellos, las pelucas, que son de gran importancia.
Ini y su esposa Chenetimentet Museo de Arte Egipcio, El Cairo Imperio Nuevo, Dinastía XIX, h. 1250 aC Piedra caliza policromada. Altura: 30 cm |
La indumentaria es, ante todo, una muestra de la posición social del portador. Durante el Imperio Antiguo, las mujeres se representaban con vestidos lisos muy ajustados, generalmente de color blanco, que les caía desde el pecho hasta los tobillos. Miriam Stead sugiere que este estilo de traje, tan ceñido a la figura, probablemente fue una licencia artística para resaltar las formas femeninas bajo las telas, ya que parecen muy incómodos, resultarían difíciles de poner y hacen casi imposible caminar. De hecho, los ejemplos de vestidos de esta época que han llegado son mucho más holgados que los que portan las esculturas. En el Imperio Medio se fue generalizando el uso de vestidos plisados, algo más complicados que los anteriores, que terminó por hacerse universal en el Imperio Nuevo. Tanto unos como otros tienen como base la sencillez y un refinamiento que huye de lo recargado y lo excesivo.
Las joyas de fantasía más sobresalientes eran los collares, normalmente anchos, y los pectorales, pero también usaban diademas, pendientes, anillos, brazaletes pulseras y tobilleras. Muchos de las joyas que lucen las figuras no son simples adornos personales, sino que tienen un marcado valor simbólico, ya que frecuentemente se trata de amuletos que protegían al portador de todo tipo de peligros. Esa función simbólica venía dada a veces por los propios materiales de los que se hacían, como la cornalina, la turquesa y el lapislázuli, a los que se atribuían propiedades mágicas. Por ejemplo, el color del lapislázuli, el azul oscuro, era el color del cielo nocturno protector; el rojo de la cornalina era como la sangre, la esencia de la vida; el verde de la turquesa simbolizaba las aguas del Nilo, portadoras de vida; y así otros muchos. Otras veces es la forma de la joya, por ejemplo el collar de perlas, tan característico de la mujer egipcia es un intento de plasmar la riqueza cromática del sol naciente, del mismo modo que las diademas de flores evocan la órbita del sol. Ambos ornamentos, dicen Wildung y Schoske, sitúan a su portadora en el centro del sistema solar, integrándola de este modo en el cosmos.
Doble ushebti de Meni y su esposa Henutiunu Museo de Arte Egipcio, El Cairo Imperio Nuevo, XIX Dinastía, h. 1250 aC Esteatita. Altura: 19 cm |
Pongo punto final a esta entrada con los versos de una canción de amor del Imperio Nuevo:
Su cuello esbelto, su pecho radiante,
y su cabello de auténtico lapislázuli.
Sus brazos superan el brillo del oro,
sus dedos parecen cálices de loto.
BIBLIOGRAFÍA:
- BAINES, J., MÁLEK, J. (1988): Egipto. Dioses, templos y faraones. Barcelona, Círculo de Lectores.
- CASTAÑEDA REYES, J.C. (2008): Señoras y esclavas. El papel de la mujer en la historia social del Egipto antiguo. México D.F., Colegio de México.
- CIMMINO, F. (2002): Vida cotidiana de los egipcios. Madrid, EDAF.
- DESROCHES-NOBLECOURT, C. (2004): La mujer en tiempos de los faraones. Madrid, Ed. Complutense
- LEFEBVRE, G.(2003). Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica. Madrid, Ed. Akal.
- REDFORD, D.B. (ed.) (2003): Hablan los dioses. Diccionario de la religión egipcia. Barcelona, Crítica.
- ROBINS, G. (1996): Las mujeres en el antiguo Egipto. Madrid, Ed. Akal.
- SEVILLA CUEVA, M.C. (2000): "La imagen de lo femenino en el arte egipcio". En Arte y sociedad del Egipto antiguo. Madrid, Ed. Encuentro. pp. 156-170
- STEAD, M. (1998): La vida en el antiguo Egipto. Madrid, Ed. Akal.
- WILDUNG, D., SCHOSKE, S. (1986): Nofret - La Bella. La mujer en el antiguo Egipto. Barcelona, Fundación Caja de Pensiones.
Felicidades, Gonzalo. Un gran artículo. La figuración egipcia también puede resultar entrañable.
ResponderEliminarUna estupenda entrada. Felicidades.
ResponderEliminarGracias a vosotros.
ResponderEliminarExcelente y didáctica explicación propia de un experto de la civilización del Antiguo Egipto, de la cual soy un acérrimo entusiasta. Muchas Gracias.
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