domingo, 18 de julio de 2010

CARAVAGGIO, "La vocación de San Mateo"

CARAVAGGIO. La vocación de San Mateo (1600) Iglesia de San Luis de los Franceses, Roma.


Una de las obras propuestas a los estudiantes de Historia del Arte en las últimas pruebas de acceso a la Universidad en Andalucía ha sido esta conocida obra de Caravaggio. Sobre ella vamos a hablar en esta entrada. Al tratarse de una obra tan conocida más que en el análisis del cuadro en sí mismo, del que hay muy buenos trabajos en la red, y sobre los que poco o nada podríamos añadir, me parece más interesante abordar algunas cuestiones sobre la historia de este cuadro y las novedades que incorporó.

La vocación de San Mateo es una obra clave en la producción de Caravaggio, la que le descubrió para el gran público romano y que marcó un punto de inflexión en su pintura y en el arte de su tiempo. Pero la historia de este cuadro comienza casi cuarenta años antes de que se pintara.

En el año 1560 un cardenal francés, Mathieu Cointrel, adquirió en la iglesia de San Luis de los Franceses una capilla, que hoy lleva su nombre italianizado, la capilla Contarelli. En 1580, veinte años más tarde, el cardenal falleció. En su testamento había dejado encargado a Virgilio Crescenzi, su albacea, dinero e instrucciones para la decoración de esa capilla. Estas últimas eran muy precisas, y dejaban claro que debían recoger imágenes y escenas de la vida de su santo patrón, San Mateo.

Los deseos del cardenal tardarían todavía en verse convertidos en realidad. En 1591, once años después de su muerte, se contrató para el encargo nada más y nada menos que a Giuseppe Cesari, el Cavalier d'Arpino, uno de los pintores manieristas de moda en la Roma de finales del XVI, y favorito de la alta sociedad romana y del propio Papa Clemente VIII, que le hizo numerosos encargos. A pesar de la fama que gozó, hoy se le recuerda porque en su taller estuvo durante un tiempo Caravaggio, que lo aprovechó para tratar con cardenales, embajadores y artistas como Brueghel de Velours y quizás incluso al propio Rubens.


CARAVAGGIO. La vocación de San Mateo (1600) [detalle]. Iglesia de San Luis de los Franceses, Roma.



El Cavalier d'Arpino se comprometió a ejecutar las pinturas en año y medio y cobró por adelantado 650 escudos. Siete años más tarde, en 1598, el encargo seguía sin ejecutarse y Cesari sólo había pintado un episodio de la vida de San Mateo en la bóveda de la iglesia. Es probable que los numerosos trabajos que recibía y la importancia de sus otros clientes le impidiesen llevarlo a cabo como había contratado. Hartos de esperar, el 25 de junio de 1599, y para sorpresa de no pocos, se firma un nuevo contrato con Caravaggio, un pintor casi desconocido todavía. El precio contratado es de 400 escudos por dos pinturas y el tiempo marcado tan sólo de cinco meses para ambas.

En la contratación de Caravaggio intervinieron algunos de los poderosos protectores que empezaba a tener en la capital como el marchante de arte Valentin, el banquero Giustiniani y, sobre todo, el poderoso cardenal Francesco Maria del Monte, embajador del duque de Toscana en la corte pontificia. Se trataba de un hombre culto, aficionado a la alquimia, que leía griego, hebreo y otras lenguas de Oriente; abierto a las nuevas ideas trató y acogió a artistas y científicos como Galileo y el propio Caravaggio durante un tiempo en el Palazzo Madama, su residencia en Roma, precisamente vecino de la iglesia de San Luis de los Franceses.

Conseguir aquellas pinturas era el deseo de los mejores artistas romanos de la época. Se trataba de una obra de entidad, bien pagada y en un espacio, que aunque sagrado, de acceso pùblico e importante. No puede explicarse de otra manera, mas que por la influencia de sus protectores, que el encargo recayera en Caravaggio, un joven de 28 años, conocido únicamente entonces por un pequeño círculo de intelectuales o aficionados al arte.

En La vocación de San Mateo, Caravaggio describió, a su manera, el pasaje bíblico en que se narra cómo Mateo se convirtió en apóstol de Cristo: "Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él dejándolo todo, se levantó y le siguió" (Lucas 5, 27-28). Peter Robb, que ha escrito una bonita biografía sobre Caravaggio, M. El enigma de Caravaggio, desmenuza cuidadosamente cómo interpreta Caravaggio ese escueto pasaje del evangelio :

CARAVAGGIO. La vocación de San Mateo (1600) [detalle]. Iglesia de San Luis de los Franceses, Roma.


"Un grupo de hombres sentados alrededor de una mesa. Son cinco, de edades que difieren hasta en cuarenta años. Tres son jóvenes bastante llamativos: dos de ellos se tocan con sombreros de plumas y uno lleva espada. Éste contempla fijamente un montón de monedas sobre la mesa. Un hombre mayor, con barba y sombrero flexible cuenta las monedas, y un anciano con aspecto de funcionario, de pie, ajustándose los lentes en la nariz, observa el dinero por encima de los hombros de los dos más cercanos. Sobre la mesa hay una bolsa de monedas, una pluma, un tintero y un libro de cuentas abierto. Actividad rutinaria y mundana que de alguna manera roza la mala vida: los jóvenes bravi parecen un poco aburridos. Ese dinero podría ser la ganancia de una tienda o de un juego de cartas, un pago a dividir o quizás el producto de un robo.

En eso entran dos desconocidos: uno de ellos es un hombre robusto de barba y cabellos grises, lleva un bastón y está envuelto en una capa gruesa, se parece a cualquiera de los campesinos peregrinos que ya ese año empezaban a llegar a Roma en gran número y es muy diferente del joven galán urbano sentado más cerca de la puerta, con sus anchas mangas de seda con listas de terciopelo, penacho, calzas de seda y zapatos ligeros. El hombre que entra se inclina hacia el joven más cercano, que lleva espada, está a horcajadas en el banco y parece algo nervioso. El recién llegado dice algo en voz baja y alza una mano en un gesto tranquilizador. Detrás de ese hombre de cabellos grises y en gran parte oculto por él, hay un hombre joven, más alto y extraordinariamente hermoso, con una fina barba. También parece estar descalzo, pero en realidad sólo se ve la cara y el cuello detrás del hombro de su compañero, y el brazo y la mano extendidos. Mira por encima de las cabezas de los más jóvenes, dirigiendo un gesto natural al hombre de barba que está en el centro del grupo, contando el dinero. El hombre de barba había visto a los recién llegados pero aparentemente no los conocía, no está seguro si lo buscan a él y para qué lo quieren. Se señala a sí mismo como diciendo: "¿Es a mí?". El murmullo de interrupción todavía no ha llegado a la otra punta de la mesa. Los otros siguen contando el dinero.

No está claro dónde se encuentran. El espacio está asombrosamente desnudo, casi vacío salvo por la mesa, la silla y el banco, por encima de ellos, una ventana con postigos abiertos. Sus paneles de papel o tela encerada identifican a una pared. Lo parco del lugar, la débil luz amarillenta y difusa que entra por los paneles de la ventana y el ángulo de la pared que se abre hacia un espacio más grande y oscuro hacen difícil saber si este emplazamiento es interior o exterior. Tiene algo de ambos, como si la mesa estuviera instalada en el patio de un palacio urbano. La luz que alcanza a todos no es el resplandor atenuado de la ventana sino un rayo único de intensa luz solar, y no viene de una puerta sino de lo alto por una abertura arriba a la derecha, por encima de las cabezas de los recién llegados, que están de pie, pero da de lleno en las caras de los hombres sentados a la mesa. En la singular luz de ese extraño lugar, todos, hombres totalmente corrientes, parecen estar fuera del tiempo y del espacio por un instante.

O para siempre. Todos están inmóviles. La luz preserva cada figura en su ámbar. El recuento del dinero se ha suspendido, o casi, y los visitantes apenas empiezan a hacerse entender. Es un momento entre dos acontecimientos, desprovisto de afanes y dramas exteriores, de enigmática presteza. La inmovilidad dura todo el tiempo que puedas mantener la mirada fija en ella. Y parece eterna.

CARAVAGGIO. La vocación de San Mateo (1600) [detalle]. Iglesia de San Luis de los Franceses, Roma.


Y sin embargo, esa misma inmovilidad está llena de cambio
y movimiento. Un murmullo de respuesta a los recién llegados avanza desde la derecha atravesando el espacio de la mesa, moviéndose con el rayo de luz. Los jóvenes con sombrero de plumas, atrapados en la luz, ya han reaccionado. El más joven se ha inclinado hacia el hombro de su barbado compañero, apartándose de los visitantes; el otro vuelve el cuerpo hacia los recién llegados y su mano ya se mueve hacia la empuñadura de la espada. El hombre de barba en el centro acaba de entender que lo buscan a él. Los dos que están más alejados de la luz todavía no se han dado cuenta de nada. El visitante más alto, el que llama al hombre sentado a la mesa, ya se giraba para salir en el momento de hacer el gesto de llamarlo. Sus pies ya están dirigidos hacia la salida. El tiempo que tardamos en seguir con los ojos el gesto el gesto de la mano de la figura alta y dar la vuelta a la mesa es lo que tardó él en girar sobre sus talones"

En La vocación de San Mateo, Caravaggio inaugura una nueva forma de pintar, un punto de inflexión, decíamos antes, en su trayectoria artística. Las novedades que incorpora en ella podemos resumirlas en cuatro aspectos:
  1. el tamaño. La obra es de unas dimensiones grandiosas, ya que mide 3,5 m. de ancho por 3,25 m. de alto, mucho mayor que cualquier obra anterior del pintor.
  2. el número de figuras. Hasta entonces las obras de Caravaggio se reducían a escenas donde aparecían una o dos figuras, aquí, sin embargo, pinta siete y todas ellas, además, de tamaño natural.
  3. la técnica. Lo normal hasta aquella fecha, en una pintura de esas dimensiones y en el espacio en que se ubicaba, era emplear el fresco. Caravaggio, en cambio, elige la tela.
  4. el tratamiento de la historia. Esta es la mayor novedad incorporada por Caravaggio, el tratamiento que da a una historia sagrada, como si fuera una escena de la vida cotidiana, incluso con cierta sordidez, hasta el punto que bien pudiera confundirse con una escena de jugadores de cartas en una taberna romana, como hicieron muchos por cierto. Cristo, la figura más importante de la historia, permanece casi oculto a nuestra vista, y sólo un pequeño resplandor del halo sobre su cabeza, casi imperceptible, nos permite reconocerlo.

De izquierda a derecha: HOLBEIN, El tahúr, de la serie La danza de la muerte (1545); SCHARFENBERG, versión del grabado anterior de Holbein del año 1578; CARAVAGGIO, detalle de La vocación de San Mateo.


Es probable que Caravaggio pudiera inspirarse para esta composición en un grabado de Holbein de 1545 de su serie La danza de la muerte, muy popular, o en algunas de las versiones que otros artistas hicieron del mismo. Lo que es seguro es que utilizó a algunos de los modelos habituales en sus cuadros de tramposos y gitanas, como La buenaventura y Los tramposos.

Esa forma sórdida o ambigua elegida por Caravaggio, chocaba con las directrices del Concilio de Trento sobre el arte, contrario a introducir episodios de mal gusto que no reflejasen con dignidad las imágenes e historias sagradas. No podemos decir que las fuentes que inspiraron a Caravaggio y los modelos se ajustaran precisamente al gusto de ciertos sectores de la iglesia y le valieron no pocos reproches, aunque no serían los últimos.

Las radiografías del cuadro nos han permitido conocer algún arrepentimiento de Caravaggio, que como es sabido, pintaba muy rápidamente y de manera directa. El más significativo es la introducción de la figura de San Pedro, tapando casi por completo la de Cristo, y que no aparecía en la idea original de Caravaggio, pero que luego, con gran acierto, añadió. Con su incorporación Caravaggio nos obliga sutilmente "a seguir la mirada de los hombres en torno a la mesa, a buscar e identificar a Cristo en la sombra y en movimiento, a tomar parte en el drama que representaba el pintor" (Peter Robb, op. cit.).


A la izquierda: CARAVAGGIO. La buenaventura (1596-97) Museo del Louvre, París; a la derecha: CARAVAGGIO, detalle de La vocación de San Mateo (1600), Iglesia de San Luis de los Franceses (Roma)


Caravaggio no se olvida de los maestros del Renacimiento, y rinde en este cuadro un pequeño homenaje, pero significativo, tanto a Miguel Ángel como a Leonardo. La mano extendida de Cristo, casi flotando en el aire, es el mismo gesto que el genio florentino había inmortalizado unos años antes en la Capilla Sixtina al evocar la creación del hombre. De Leonardo parece acordarse también al decidir la postura de los personajes alrededor de la mesa, que evocan La última cena, del Convento de Santa María della Grazie, en Milán.


A la izquierda: MIGUEL ÁNGEL. Creación de Adán (1510), Capilla Sixtina (Roma); a la derecha: CARAVAGGIO. Detalle de La vocación de San Mateo (1600), Iglesia de San Luis de los Franceses (Roma)


La vocación de San Mateo
, envuelta en luces y sombras, es una de las obras maestras del tenebrismo. Los contemporáneos de Caravaggio, y después otros muchos visitantes, se quejaban de las penosas condiciones de luminosidad de esta pequeña y oscura iglesia romana, que apenas si dejaban ver las pinturas. Hoy, como cualquier visitante sabe, basta con introducir una moneda de un euro para poner en funcionamiento la iluminación artificial del templo y admirar con tranquilidad los detalles: el colorido rico y empastado, con una gama muy veneciana; y el tratamiento de la luz, una luz simbólica en cuanto que destaca a los dos protagonistas, Cristo y Mateo, pero también artificial, en cuanto que aparece y desaparece.

No obstante, recomiendo también contemplar las pinturas en la oscuridad, intentar captar la atmósfera de tinieblas en la que Caravaggio concibió esta obra maestra, y sin la que no es posible entender de todo el modo de trabajar de este artista genial.

Caravaggio, que vivió durante un tiempo acogido por el cardenal Del Monte en el Palacio Madama, próximo a San Luis de los Franceses, conocía perfectamente la débil iluminación de la iglesia y realizó la iluminación del cuadro con plena conciencia, ya que como nos recuerda Peter Robb, Caravaggio

"pintaba para esas condiciones de luminosidad. La mayor parte de lo que revelaban esas luces posteriores y las fotografías en colores de los libros, era invisible para un observador real que veía con la luz del día o de las velas. Los esplendores ocultos del colorido de M [Caravaggio] quedaban compensados por las intensidades reveladas de su modelado mediante la luz. En la penumbra el observador cree ver figuras reales que surgen de las sombras, y el inconstante temblor de la luz de las velas intensifica la viva incertidumbre de lo que ve. El arte de M, por muy ricamente que haya sido descubierto por las luces de los siglos después y por toda la abundancia de detalles antes ocultos que reveló la tecnología, fue hecho para la oscuridad. Su dibujar con la pintura, su modelar con la luz, su fanática fidelidad a las contingencias de la vista formaban su teatro de lo vislumbrado"

Para terminar con esta entrada, algo más larga de lo que suele ser habitual y también de lo que en principio pretendía, tres recomendaciones.
  • Un comentario: ya he dicho al principio que en la red se pueden encontrar muchos trabajos sobre esta pintura, de todos ellos el que hizo Alfredo García en su blog Algargos. Arte e Historia, me parece muy apropiado para estudiantes de bachillerato.
  • Un artículo: de Antonio Muñoz Molina podeis leer este artículo, lleno de sensibilidad y admiración, publicado en El País en el 2009, titulado Buscando a Caravaggio.
  • Un vídeo: el publicado en la página de artehistoria y que reproduzco aquí también.





Todas las fotografías de este artículo se han obtenido de Web Gallery of Art, una de mis páginas favoritas, excepto las de los grabados de Holbein y Scharfenberg que se han tomado de esta otra, dedicada al estudio de La danza de la muerte, de Holbein.

lunes, 5 de julio de 2010

SÁENZ DE OIZA, "Palacio de Festivales de Cantabria"

FRANCISCO JAVIER SAÉNZ DE OIZA. Palacio de Festivales de Cantabria (Santander, 1990)


Sobre los terrenos que ocupaba un antiguo astillero, colgado sobre el mar de la bahía de Santander, levantó entre 1986 y 1990 el arquitecto Sáenz de Oiza el Palacio de Festivales de Cantabria, sede de un importante festival de música clásica internacional.

El navarro Francisco Javier Sáenz de Oiza es uno de los arquitectos más importantes de la segunda mitad del siglo XX en España. Entre sus obras, a camino entre el organicismo y el racionalismo, encontramos edificios emblemáticos como el Edificio Torres Blancas (Madrid, 1969), el Edificio del BBVA (Madrid, 1972) o el Edificio Torre Triana (Sevilla, 1993), por poner un ejemplo de su trabajo en Andalucía.

En el diario El Mundo el 19 de julio de 2000, con motivo del fallecimiento del arquitecto, se publicaba una semblanza en la que se recogían estas palabras en las que enjuiciaba su propio trabajo, no sin cierta dureza:

"A estas alturas de mi vida lo tengo más claro que nunca: he fracasado como arquitecto, soy un mal profesional. La arquitectura tiene que ver más con el arte y la poesía que con la técnica, y desde luego a mí no se me puede considerar un artista. La técnica es algo que se domina con esfuerzo y tesón, y eso no tiene demasiado mérito".


FRANCISCO JAVIER SAÉNZ DE OIZA. Entrada principal, Palacio de Festivales de Cantabria (Santander, 1990)


No sé si se trataba de un ejercicio de sinceridad o de falsa modestia, aunque bien pudieran ser las dos cosas. Que hay poesía y arte en muchas de sus construcciones no seré yo quien lo cuestione, pero que otras son un ejercicio frío de pura técnica también me lo parece, y una de estas bien podría ser el Palacio de Festivales, que desde su misma inauguración despierta el recelo y las críticas feroces de muchos ciudadanos de Santander. Yo mismo, el verano pasado, mientras tomaba las fotografías que acompañan este artículo, recibí el reproche de una paseante que me preguntó "por qué fotografiaba una cosa tan fea, con las cosas tan bonitas que hay en Santander". En realidad creí entender que aquel reproche no se dirigía al edificio en sí, sino a la arquitectura contemporánea en general. Mi respuesta fue instintiva, sin tiempo para pensarlo: "¡Pues a mí me gusta!", la arquitectura contemporánea claro, porque el Palacio, sinceramente, no mucho.

FRANCISCO JAVIER SAÉNZ DE OIZA. Entrada principal, Palacio de Festivales de Cantabria (Santander, 1990)


Las críticas hacia el edificio, como decía, son antiguas, y no afectan únicamente a su estética, sino también a algunos errores atribuidos al arquitecto, como el cambio de coloración de algunos materiales por su proximidad al mar, el diseño de las sillas, demasiado estrechas para una persona y que hubieron de cambiarse poco después de su inauguración, algún derrumbamiento incluso. Otras se dirigen, creo que con poco fundamento, al uso elitista del edificio.

Los materiales que predominan son el mármol y el cobre. La cubierta está plagada de tragaluces que permiten iluminar el interior de forma natural. Su entrada principal, inspirada en los teatros griegos como el de Epidauro, podemos entenderlo como un claro ejemplo del intento de síntesis entre la tradición más clásica y la vanguardia.

El palacio se inauguró con un Oratorio de Haendel, Josué, a cargo del King's Consort. Enrique Franco escribió la crónica del estreno para el diario El País, y en ella alaba la belleza del palacio santanderino, tanto en el interior de la sala como en el exterior, que en su opinión se integra perfectamente en la ciudad. Pero, sobre todo, destaca la acústica, que considera clara, transparente y efusiva, ya que el sonido se refleja y corre con naturalidad.