Peggy Guggenheim nació en Nueva York en 1898 en una familia multimillonaria por partida doble, como ella misma confiesa al inicio de su interesante autobiografía. La familia de su madre, los Seligman, eran banqueros; la de su padre (que falleció en el naufragio del Titanic), los Guggenheim, labraron su fortuna en las minas de cobre y las fundiciones. Los primeros aportaron dinero y pedigrí social y los segundos mucho más dinero. Ella en cambio, asoció el apellido al mundo del arte, al igual que su tío Solomon.
En el libro revela cómo su interés en el arte se despertó con los maestros italianos del Renacimiento y cómo fue derivando hacia el arte contemporáneo, hasta convertirse en una de las mayores coleccionistas de pintura y escultura del siglo XX. Si hay que culpar a alguien de ello, es al aburrimiento que la invadía en Inglaterra, y que le llevó a abrir una galería de arte moderno, cuando era incapaz de distinguir entre surrealismo, cubismo y arte abstracto. Su guía en esta educación artística moderna fue Marcel Duchamp.
En 1938, abrió en Londres su galería Guggenheim Jeune, que daría un gran impulso a figuras como Brancusi, Cocteau o Kandinsky. Más tarde, huyendo de los nazis, y tras peregrinar por diferentes lugares de Francia, regresa a Estados Unidos, donde abre una nueva galería en Nueva York en 1942, bajo el esclarecedor nombre de Art of This Century, desde la que daría a conocer los nombres de Pollock, Motherwell o Rothko. Finalmente, al terminar la guerra, regresa a Europa en 1947 con su colección de obras de arte, y creó la Colección Peggy Gugenheim en Venecia, en el Palazzo Venier dei Leoni, abierto al público desde 1949.
Dos son los dos grandes aciertos que encuentro en esta autobiografía, escrita de una forma amena, directa y con bastantes dosis de ironía y sarcasmo. Por un lado, nos brinda de primera mano las impresiones que le producen los grandes artistas del siglo XX, a quienes trató. Algunas de ellas son muy breves, demasiado quizá (Henry Moore, Piet Mondrian, Yves Tanguy, Jean Arp, Jean Cocteau, Kandinsky, etc.) y uno desearía que se extendiera algo más en los detalles; otras, en cambio, mucho más profundas y detalladas, con sabrosas anécdotas, como las de Max Ernst (con quien estuvo casada) y Jason Pollock, de quien no duda en afirmar que su descubrimiento es el logro más importante de toda su carrera como mecenas y galerista. Precisamente, que se reconozca su papel como descubridora de Pollock, es uno de los asuntos a los que dedica más empeño en el libro, un papel cuestionado por algunos y minusvalorado por el propio Pollock, motivo por el que no duda en calificar al pintor de ingrato.
El segundo aspecto que merece destacarse en la narración de Peggy Guggenheim, es lo difícil que resultó el reconocimiento como obras de arte de muchas de las grandes piezas que hoy constituyen las señas de identidad de algunos de los grandes museos del mundo. Son impagables los testimonios con que va salpicando la narración de las dificultades para la aceptación de obras y artistas, y el rechazo de ambos, especialmente por parte de grandes instituciones artísticas como la Tate Gallery, el Museo del Louvre, el Museo de Turín, o autoridades académicas como el prestigioso crítico de arte Berenson. Leyéndolas advierte uno, que a pesar del tiempo transcurrido, muchos de los prejuicios persisten todavía hoy, y a los que la propia autora no es capaz de escapar como reconoce en las páginas finales.
Por todo ello, la autobiografía de Peggy Guggenheim constituye casi una lectura obligada para cualquiera que quiera acercarse al arte del siglo XX. Breve y entretenida, se queda uno con ganas de seguir leyendo.
En el libro revela cómo su interés en el arte se despertó con los maestros italianos del Renacimiento y cómo fue derivando hacia el arte contemporáneo, hasta convertirse en una de las mayores coleccionistas de pintura y escultura del siglo XX. Si hay que culpar a alguien de ello, es al aburrimiento que la invadía en Inglaterra, y que le llevó a abrir una galería de arte moderno, cuando era incapaz de distinguir entre surrealismo, cubismo y arte abstracto. Su guía en esta educación artística moderna fue Marcel Duchamp.
En 1938, abrió en Londres su galería Guggenheim Jeune, que daría un gran impulso a figuras como Brancusi, Cocteau o Kandinsky. Más tarde, huyendo de los nazis, y tras peregrinar por diferentes lugares de Francia, regresa a Estados Unidos, donde abre una nueva galería en Nueva York en 1942, bajo el esclarecedor nombre de Art of This Century, desde la que daría a conocer los nombres de Pollock, Motherwell o Rothko. Finalmente, al terminar la guerra, regresa a Europa en 1947 con su colección de obras de arte, y creó la Colección Peggy Gugenheim en Venecia, en el Palazzo Venier dei Leoni, abierto al público desde 1949.
Dos son los dos grandes aciertos que encuentro en esta autobiografía, escrita de una forma amena, directa y con bastantes dosis de ironía y sarcasmo. Por un lado, nos brinda de primera mano las impresiones que le producen los grandes artistas del siglo XX, a quienes trató. Algunas de ellas son muy breves, demasiado quizá (Henry Moore, Piet Mondrian, Yves Tanguy, Jean Arp, Jean Cocteau, Kandinsky, etc.) y uno desearía que se extendiera algo más en los detalles; otras, en cambio, mucho más profundas y detalladas, con sabrosas anécdotas, como las de Max Ernst (con quien estuvo casada) y Jason Pollock, de quien no duda en afirmar que su descubrimiento es el logro más importante de toda su carrera como mecenas y galerista. Precisamente, que se reconozca su papel como descubridora de Pollock, es uno de los asuntos a los que dedica más empeño en el libro, un papel cuestionado por algunos y minusvalorado por el propio Pollock, motivo por el que no duda en calificar al pintor de ingrato.
Peggy Guggenheim en 1942 (segunda por la izquierda en la fila superior) rodeada de un grupo de artistas exiliados en Nueva York entre los que se encuentran Max Ernst, Piet Mondrian, Leonora Carrington, André Breton, Fernand Lèger, Marcel Duchamp [Fuente: danshamptons. com]
El segundo aspecto que merece destacarse en la narración de Peggy Guggenheim, es lo difícil que resultó el reconocimiento como obras de arte de muchas de las grandes piezas que hoy constituyen las señas de identidad de algunos de los grandes museos del mundo. Son impagables los testimonios con que va salpicando la narración de las dificultades para la aceptación de obras y artistas, y el rechazo de ambos, especialmente por parte de grandes instituciones artísticas como la Tate Gallery, el Museo del Louvre, el Museo de Turín, o autoridades académicas como el prestigioso crítico de arte Berenson. Leyéndolas advierte uno, que a pesar del tiempo transcurrido, muchos de los prejuicios persisten todavía hoy, y a los que la propia autora no es capaz de escapar como reconoce en las páginas finales.
Por todo ello, la autobiografía de Peggy Guggenheim constituye casi una lectura obligada para cualquiera que quiera acercarse al arte del siglo XX. Breve y entretenida, se queda uno con ganas de seguir leyendo.
Hace 3 años fui a venecia y me hablaron muy bien de este libro, pero en el museo peggy Guggenheim no les quedaba en castellano. Creí que sería fácil encontrarlo en España, al regresar, así que (craso error) no lo compré en inglés. Desde aquelñla he intentado conseguirlo pero de todas las librerías sólo recibo la misma respuesta: la editorial lo tiene descatalogado y no responde si volverá a editarlo... cómo podría conseguirlo?? aunque sea de 2ª mano
ResponderEliminarInteresante entrada. Paso de vez en cuando por aquí y me gusta mucho lo que cuentas.
ResponderEliminarEn un viaje que hice a Venecia, visité la casa museo de Peggy Guggenheim, lo primero que nos llamó la atención fue en el jardín un montón de reseñas de sus perritos muertos, con sus nombres y sus fechas de nacimiento y muerte.Original.
La visita fue interesante.
Un saludo
Teresa
Recuerdo con enorme cariño la visita a su palacete-museo en Venecia. Fantástico. Gracias por la recomendación.
ResponderEliminarBárbara, en España el libro está editado por Lumen, en la colección Palabra en el tiempo, en el año 2002. Si no lo encuentras en librerías de segunda mano ni en internet, siempre queda el recurso de buscarlo en alguna biblioteca, que por lo menos te permitirá leerlo y merece la pena.
ResponderEliminarAnónimo, bienvenido por este rincón. Peggy Guggenheim era una apasionada de los terrier Lhasa. Precisamente en las memorias cuenta que en uno de sus viajes a la India fue a ver a Tenzing Norkey, el sherpa que escaló el Everest con E. Hillary que tenía seis perros de esta misma especie, para que le proporcionase alguno, pero no tuvo éxito. También cuenta que en la casa en Venecia, habitualemente vivían seis, aunque habían nacido 57 cachorros en ella. Te espero por aquí.
Antonio, hola otra vez y gracias por tu comentario.