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ANÓNIMO. Retrato de Isabel la Católica (h. 1490) Museo del Prado, Madrid |
Esta
Reyna era de mediana estatura, bien compuesta en su persona y en la proporción
de sus miembros, muy blanca é rubia: los ojos entre verdes é azules, el mirar
gracioso é honesto, las faciones del rostro bien puestas, la cara muy fermosa é
alegre.
(Hernando
del Pulgar)
Uno
de los pilares sobre los que los Reyes Católicos pretendieron sostener su
política exterior fue la política matrimonial. En ello no se diferencian mucho
de otros soberanos de su tiempo, ya que este tipo de matrimonios endogámicos
fueron muy habituales al considerarse que constituían un modo eficaz de
establecer alianzas entre los reinos.
Los
matrimonios de sus cinco hijos persiguieron dos objetivos fundamentales: el
primero, la alianza con Portugal que asegurase la paz en la Península; el
segundo, el aislamiento de Francia, con la que mantenían una dura disputa por
el dominio del reino de Nápoles, en el sur de Italia, además de viejas
rencillas por la posesión del Rosellón y la Cerdaña. Para alcanzar el primero
concertaron hasta tres matrimonios. El primero de ellos fue el de la infanta
Isabel, la primogénita, con el infante don Alfonso de Portugal, que tan sólo
duró un año. Tras la muerte de su esposo, Isabel volvería a casarse con el
heredero portugués, don Manuel el Afortunado. Tras la prematura muerte de
Isabel en 1498 al dar a luz a su hijo Miguel, los lazos matrimoniales se
restablecieron con un tercer matrimonio, casando a la infanta María con el rey
portugués, viudo de su hermana.
Los
matrimonios de los otros tres hijos obedecerán al segundo de sus objetivos.
Juan, el único hijo varón y heredero del trono, desposó a Margarita de Austria,
al tiempo que su hermana Juana hacía lo propio con Felipe el Hermoso, hermano a
su vez de Margarita, e hijos ambos del emperador Maximiliano I de Austria y
María de Borgoña. Por último, Catalina, la más pequeña, ignorante aún de su
trágico destino, partió rumbo a Inglaterra para contraer matrimonio en 1501 con
Arturo, Príncipe de Gales, y tras enviudar, volvió a casarse en 1509 con su
cuñado Enrique VIII. Francia quedaba de este modo rodeada por Flandes,
Inglaterra y el Imperio, aliados ahora
de Fernando e Isabel.
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MICHEL SITTOW. Retrato de Fernando el Católico. (fin. XV- ppio. XVI )Kunsthistorisches Museum, Viena |
En
este tipo de enlaces el arte jugaba un papel muy destacado, ya que las imágenes
se convertían en un elemento esencial porque eran en la práctica el único medio
para mostrar el aspecto físico de los pretendientes y, «en un mundo
todavía muy escaso en imágenes artificiales, la movilidad y las posibilidades
de difusión de estos retratos, mediante copias, estampas y medallas los
convertían en pieza clave de muchos procesos diplomáticos» (URQUÍZAR,
2010: 280). Sin embargo, este tipo de retratos no eran frecuentes en España en
aquella época, como se pone de manifiesto en 1486, cuando Juana de Aragón,
reina de Nápoles, envía a su hermano Fernando el Católico un retrato de su hija
con intención de sondear la posibilidad de un matrimonio con el príncipe Juan.
En su respuesta el Rey se excusa por no hacer lo mismo «por no haver
fallado aquí tal pintor, pero que muy presto las mandaremos pintar y le serán
embiadas»
(ZALAMA, 2010:16). Es a partir de entonces cuando se empiezan a tener noticias
de la llegada de pintores con este cometido a la corte. Con el tiempo, como
muestran los inventarios y la documentación, este género llegó a jugar un papel
muy destacado entre la importante colección de pintura de la reina Isabel.
El
primero de estos pintores de los que tenemos noticia fue Antonio Inglés, que
llegó en 1489, formando parte de la embajada inglesa que acudió a Castilla a
solicitar la mano de la infanta Catalina con el príncipe de Gales. El pintor
permaneció al servicio de la reina hasta 1490 y se tiene constancia por la
documentación que realizó algunos retratos para ella. Poco después, en 1492,
llegó Michel Sittow, a quien se debe un hermoso retrato de la infanta Catalina y otro de su padre, Fernando el Católico, que se conservan en el Kunsthistorisches Museum de Viena. Por último, hacia 1496,
Juan de Flandes, el más importante de todos, pero antes de ocuparnos de él
quizá convenga recordar cuál fue el entorno artístico en el que desarrolló su
obra.
(continuará)