sábado, 11 de junio de 2011

El impresionismo

EDOUARD MANET. Le déjeuner sur l'herbe (El almuerzo sobre la hierba) (1863) Museo d'Orsay, París.


Durante el siglo XIX, el medio por el cual los artistas conseguían el prestigio y la difusión pública de su obra, era a través de los Salones o Exposiciones Nacionales. Conseguir colgar alguna de sus obras en uno de estos eventos y obtener un premio podía suponer, además de la clientela privada, que se le abriesen las puertas de los organismos oficiales. No ser aceptado en ellos, en cambio, podía suponer la marginación y el fracaso profesional. La decisión, por tanto, de incluir a unos u otros artistas era realmente delicada, porque había mucho en juego. Esta decisión correspondía a los jurados, formados por autoridades académicas cuyos rigurosos criterios se basaban en la tradición más conservadora, de modo que, por lo general, cualquier obra que se apartara del arte oficial academicista era automáticamente rechazada.

ÉDOUARD MANET. Argenteuil (1874). Museo de Bellas Artes de Tournai


Para el Salón de París de 1863, el jurado rechazó más de 3.000 cuadros, lo que generó nada menos que la intervención del propio emperador Napoleón III, que decidió que los artistas tuvieran la oportunidad de exponer estos trabajos en una sala que dio en llamarse el Salón des Refusés (Salón de los Rechazados). Entre ellos figuraba Édouard Manet, quien presentó un cuadro que causó un gran escándalo, inspirado en el Concierto campestre de Giorgione y Tiziano, lo tituló Le déjeuner sur l'herbe. Manet pasó a convertirse en el guía de un grupo de jóvenes pintores a los que más tarde se les llamaría impresionistas. No deja de ser una paradoja, ya que Manet  no fue un pintor impresionista, nunca se comprometió con el grupo ni accedió a exponer con ellos, aunque sí mantuvo contactos por su amistad con Degas, Monet y Renoir, y algunas de sus obras adoptan soluciones plásticas que lo aproximan mucho a los impresionistas, e incluso alguna de ellas como Argenteuil (1874) puede considerarse como plenamente impresionista, y en prácticamente todos los manuales se le incluye dentro del impresionismo.


CLAUDE MONET. Impresión, sol naciente (1872). Museo Marmottan Monet, París.


El conflicto entre la pintura académica oficial y los jóvenes pintores con nuevas inquietudes y nuevos planteamientos estéticos fue en aumento en los años siguientes. En 1873, un grupo de estos jóvenes artistas fundó lo que llamaron Sociedad Anónima de Pintores, Escultores y Grabadores, entre cuyos propósitos estaba la celebración de una exposición colectiva, pero sin premios ni jurados. Unos meses después, en 1874, treinta de estos artistas colgaban sus cuadros en el estudio parisino del fotógrafo Nadar, entre ellos Claude Monet, Edgard Degas, Auguste Renoir, Camille Pisarro, Alfred Sisley, Berthe Morisot y Paul Cézanne. Entre las obras que más llamaron la atención estaba Impresión, sol naciente, de Claude Monet, cuyo título estaba destinado a bautizar al grupo con el nombre de impresionistas, término que acuñó despectivamente (como tantas veces en el arte) un crítico francés, para referirse a su intento de captar impresiones. El impresionismo nace como una derivación del realismo, lo que cambia es la técnica y la estética.


PIERRE-AUGUSTE RENOIR. El baile del Moulin de La Galette (1876). Museo d'Orsay, París.


A partir de esa primera exposición propiamente impresionista, el grupo organizaría otras  sucesivamente, en la que algunos de estos artistas se fueron desmarcando poco a poco del grupo para abrir sus nuevos caminos, como Cézanne, mientras que otros jóvenes se fueron uniendo ocasionalmente a ellas, como Paul Gauguin, y otros como Monet, permanecen siempre fieles al estilo. A partir de 1866, cada uno de los pintores impresionistas busca renovar el arte por sus propios medios, y comienzan a triunfar en el mercado artístico. Lo realmente importante es que abrieron el camino para las nuevas tendencias del arte de los siglos XIX y XX.

Algunos de los rasgos distintivos del movimiento impresionista aparecen por separado ya en los maestros del pasado. Por ejemplo, la reflexión sobre los problemas de la luz y los efectos de la pincelada pastosa y suelta, forman parte de una tradición pictórica que va desde los maestros venecianos, pasando por Rembrandt, Hals y Velázquez, hasta Goya; o los esfuerzos por captar el ambiente atmosférico en el que tanto empeño pusieron los británicos Turner y Constable.  Y por supuesto, los precedentes más inmediatos, como la visión romántica de la naturalez de Delacroix, el realismo y la preocupación por la luz en los paisajes de Corot e incluso Courbet, sin ignorar la atracción que sobre los impresionistas ejercieron los pintores de la escuela de Barbizon. No obstante, los impresionistas articulan todos estos caracteres aislados en una formulación coherente, preocupada fundamentalmente por su manera de abordar el problema de la visión. Esa es la gran diferencia.



CLAUDE MONET. Izquierda: Catedral de Rouen en día nublado (1892) Museo d'Orsay, París
Derecha: Catedral de Rouen a plena luz del día (1894). Museo d'Orsay, París

EDGAR DEGAS. Retrato de Diego Martelli (1879). Galería Nacional de Escocia, Edimburgo.


Tampoco se puede hablar del impresionismo sin mencionar la influencia que ejercieron sobre él la fotografía y las estampas japonesas. La fotografía empezó a extenderse a partir de 1839, y puso de manifiesto que era posible representar la realidad de una manera distinta a cómo habían hecho hasta entonces los pintores, ya que era posible captar el instante, es decir, detener el movimiento, fijar el tiempo y el espacio de un objeto, una escena, un momento. Basta con mirar algunos cuadros impresionistas, para apreciar el esfuerzo por captar el instante, que no pueden explicarse sino por la influencia de la fotografía. Pero la influencia de la fotografía se extiende también al encuadre, apreciable en el punto de vista alto y asimétrico que puede verse, por ejemplo, en el retrato que hace Degas del grabador Diego Martelli.


UTAGAWA HIROSHIGE. El puente Ohashi en Atake bajo una lluvia repentina (1857). Museo de Arte de Brooklyn, Nueva York.


Otra de las grandes influencias, como hemos dicho, fueron las estampas japonesas, sobre todo los artistas del ukiyo-e. Ukiyo o "mundo flotante" es la definición de un cierto estilo de vida  que podemos considerar como hedonista, ya que buscaba vivir y gozar el momento, disfrutar la vida. Este arte japonés se había desarrollado con gran popularidad a partir del siglo XVII en la ciudad de Edo (hoy Tokyo). Con sus estampas se convirtieron en una especie de cronistas de la época, con sus escenas de paseos en barcas, del ajetreo de sus calles, o interiores domésticos, adelantándose doscientos años a lo que iban a hacer los pintores impresionistas con el París del siglo XIX. Estas estampas alcanzaron mucha fama en París con motivo de la exhibición que se hizo de ellas en la Exposición Universal de París de 1867. La admiración que despertaron no sólo fue por los temas, sino también por "la cualidad sintética y expresiva de la línea, contorneando delicadamente las figuras y objetos; la claridad de la luz; los colores lisos, planos, sin sombras ni modelado (los japoneses desconocían los principios del claroscuro); el estudio del gesto detenido a medio camino (rasgo que entroncaba con una de las características de la fotografía); la descentralización y la economía de medios para expresar un tema; la maestría para captar los cambios y los fugitivos efectos de la atmósfera, el viento, la lluvia ... y los insólitos puntos de vista" (Historia del Arte, vol. 8. Ed. Planeta).


Los pintores impresionistas fueron los primeros en plantar sus caballetes al aire libre, en plena naturaleza, y ello fue un paso importante en la resolución de sus búsquedas de nuevas impresiones. El elemento central de esta búsqueda de sensaciones y efectos es la luz, que los impresionistas se empeñan en buscar primero en el paisaje, ya que permitía su estudio a distintas horas del día,  pero que pronto aplicarán a cualquier tema (figura humana, cielos, paisajes urbanos, etc.). La forma, el espacio, la composición, y no solamente los colores, se ven modificados según los nuevos principios.


ALFRED SISLEY. Inundación en Port Marly (1876). Museo de Bellas Artes, Rouen.



Un paso importante en el desarrollo del estilo y en la observación de los efectos de la luz fueron las composiciones que tenían como tema principal el agua. En la representación de estas superficies reflectantes era donde se veía con más claridad que el color, tal como se había entendido hasta entonces, era en realidad una pura convención, y que cada objeto presentaba una coloración producto de la suya propia, de su entorno y de las grandes condiciones atmosféricas. Por otra parte, la representación del agua permitía animar grandes superficies con la pincelada corta y dinámica.

La experiencia de la pintura al aire libre también les permitió descubrir que las zonas de sombra no están totalamente desprovistas de luz ni son más pesadas que el resto, sino que tienen colores menos vivos.

PIERRE-AUGUSTE RENOIR. Mujer con sombrilla en un jardín (detalle de las pinceladas) (1875). Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.


Hacia 1873 la descomposición de los colores fue adoptada por todos los miembros del grupo. Para ello aprovecharon las experiencias de la nueva óptica, fundamentalmente de Chevreul (creador de la teoría del contraste simultáneo) y de Maxwell. El primer principio empleado es el de la división del tono. Los impresionistas dejan de mezclar los colores en la paleta para obtener otros colores o medias tintas, que proporcionan colores menos limpios. Los colores se aplican directamente sobre la tela, con el pincel, la espátula, el dedo o incluso el mismo tubo, en un auténtico derroche de pintura. Las pinceladas de este modo quedan separadas, como si se tratara de un mosaico. De cerca, los cuadros parecen bocetos, pero a una distancia prudente se obtiene una visión correcta de la pintura, al fundirse las distintas pinceladas en la retina. Surge así la denominada mezcla óptica.


CAMILLE PISARRO. Boulevard de Montmartre en una mañana de invierno (1897), Metropolitan Museum of Art, Nueva York


El impresionismo utiliza una reducida gama de colores, los colores puros del prisma. Empleará  especialmente los que se consideraban colores primarios (rojo, amarillo y azul). Los colores binarios o secundarios, los que se obtienen de la mezcla de otros, puede pintarlos directamente, o servirse de la mezcla óptica. Por ejemplo, puede utilizar el anaranjando que le proporciona un tubo de pintura o, directamente sobre la tela, unir dos pinceladas de rojo y amarillo que, al alejarse el espectador, darán en la retina el color anaranjado. También sacarán gran partido de la utilización de los colores complementarios. Un color aparece más vigoroso si se le aproxima en cantidad moderada su complementario.

CLAUDE MONET. Nympheas (1920-1926). Museo de l'Orangerie, París

La nueva concepción de la luz y el color que introducen los impresionistas tenía que traer, necesariamente, consecuencias en el plano de la forma. Era imposible negarse al claroscuro y respetar la forma académica y el predominio del dibujo que todavía pervivían en Courbet.  El análisis de la forma llevó a los impresionistas por dos caminos distintos: el de Monet y el de Cézanne. El primero, y sobre todo en las series posteriores a 1889, las Meules y Catedrales,  reduce al mínimo la parte de las líneas y los contornos, y en la serie de Londres diluye también el espacio perspectivo creando una nueva sensación espacial. Pero será en la serie de las Nympheas donde esta descomposición de la forma llegue al máximo, desvaneciéndose por completo en un mundo de color. Cézanne también va a abandonar el dibujo preciso de los contornos, pero al contrario de los impresionistas, su pintura le lleva a la consolidación de la forma, y construirá un universo pictórico renunciando a la línea, pero no a la forma y los volúmenes.

EDGAR DEGAS. En las carreras, ante las tribunas (1879). Museo d'Orsay, París.


Otra de las grandes novedades que incorpora el impresionismo a la pintura radica en los nuevos temas que introduce en el arte. No sólo se fijaron en los paisajes naturales, sino también en los urbanos y, especialmente en París, la ciudad que abrigó a este grupo de pintores y que les ofrecía hermosas panorámicas, animación, movimiento y, sobre todo, color. Si hoy nos parece natural que los temas contemporáneos sean objeto artístico, es gracias a los impresionistas. En aquellos tiempos de predominio académico, griegos y romanos poblaban los lienzos. Los jóves pintores, en cambio, se vuelcan hacia los grandes bulevares, los cafés y salas de fiestas, la vida nocturna de París, los temas populares, las carreras de caballos, el ferrocarril, las estaciones de tren y demás novedades del momento. Los clientes, burgueses y aristócratas por lo general, rechazaron inicialmente esta temática, acostumbrados a otra que consideraban más noble y esplendorosa.

En resumen, podemos decir que el impresionismo se caracteriza por:
  • el interés por la pintura al aire libre (plein air)
  • la nueva valoración de la luz y el color
  • el uso de una técnica suelta y ligera, con pinceladas vigorosas y cortas, a veces muy espesas, pero que también pueden llegar a ser tan ligeras como una acuarela
  • la introducción de nuevos temas en el arte
  • la nueva posición ante la ciencia, por su interés por la óptica
  • la nueva relación con el público, ya que es el pintor el que expone y el cliente el que acude a ver qué compra, lo contrario de lo que ocurría antes.
  • el nuevo modo de concebir las relaciones entre los propios artistas, que funcionan como grupo
Para terminar, algunas recomendaciones, como El impresionismo y los pintores impresionistas (en francés e inglés), página muy completa sobre el movimiento, como esta otra, también en francés. Un librito que me gusta mucho sobre el estilo es El impresionismo, pintura, literatura, música, de Estela Ocampo, breve y divulgativo, se lee muy bien y resulta muy clarificador. Os dejo aquí también este video de artecreha, que resume acertadamente el impresionismo. Todas las fotografías de esta entrada han sido tomadas de wikipedia.