martes, 16 de abril de 2013

Velázquez, el hombre (1). Sevilla

VELÁZQUEZ. Autorretrato (1640)
Museo de Bellas Artes de Valencia. 
Fot. wikipedia
En tu mano un cincel
pincel se hubiera vuelto,
pincel, sólo pincel,
pájaro suelto

Rafael Alberti


Llegar a una ciudad tan hermosa como Sevilla y disfrutarla sin prisas es, sin duda, uno de los placeres a los que puede abandonarse el visitante asiduo. Una buena manera de hacerlo es pasear sin rumbo fijo, que sean tus propios pasos los que se dejen llevar por los sentidos, y se detengan ante los pequeños detalles que te saludan a cada paso. Y así, caminando por el entramado de calles estrechas que componen el casco antiguo sevillano, siguiendo el hilo de su aparente desorden, me planté hace unas semanas frente a la iglesia de San Pedro. Tras sus dos portadas barrocas se esconde la estructura de una iglesia gótica-mudéjar que se levanta sobre el solar que ocupó antes una antigua mezquita. El templo es una de las veinticuatro parroquias en que el rey Santo, Fernando III, dividió la ciudad tras incorporarla al reino de Castilla en el siglo XIII. En aquel tiempo se instaló entre sus calles la primera judería de la ciudad, hasta que más tarde, en época de Pedro I el Cruel, dejaron su sitio a los descendientes de los musulmanes que permanecían en la ciudad tras la reconquista. Visitando el templo descubrí, en la nave del Evangelio, una placa que recuerda que en aquella iglesia recibió las aguas del bautismo, un 6 de junio de 1599, uno de los más ilustres vecinos de aquel barrio modesto, el pintor Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Aquella placa, alusiva a un hecho cotidiano, me hizo reflexionar sobre un hecho común, conocemos la obra de los grandes artistas, pero muchas veces ignoramos las circunstancias personales en las que se movían o se gestaron esas obras, quién formaba su familia, qué lugares conocieron, a quién trataron, qué leían, cuáles eran sus intereses, qué esposos, hermanos o padres fueron, ... Así que, este es el propósito de esta entrada, acercarnos un poco más a Velázquez, al hombre.

Casa natal de Velázquez, en la antigua calle de la Gorgoja, Sevilla
Fot. Sevilla Daily Photo
La biografía más antigua de Velázquez la escribió Antonio Palomino a principios del XVIII, en el tercer volumen de  El Museo Pictórico y Escala Óptica, donde recoge las vidas de algunos de los pintores más importantes del Siglo de Oro español, por lo que algunos lo consideran como una especie de Vasari a la española. A pesar del tiempo transcurrido este clásico sigue siendo una fuente imprescindible para acercarse a la figura del sevillano, ya que la mayoría de los documentos que han ido encontrando desde entonces los historiadores no han hecho más que confirmar y precisar lo que allí contaba, salvo en alguna que otra cuestión en que, como tendremos ocasión de comprobar,  lo desdicen.

Velázquez nació en 1599, un año después de la muerte del rey Felipe II, y murió en 1660, un año después de la Paz de los Pirineos firmada con Francia, y que venía a confirmar la pérdida de la hegemonía española en Europa y el ascenso de la Francia de Luis XIV. Su vida, pues, transcurrió durante los años de la decadencia de la monarquía de los Austrias. Conoció los desastres de las guerras que asolaron los campos de Europa, rebeliones sangrientas en el interior del país, como la de Cataluña, epidemias espantosas y hasta un hecho insólito que "llenó de consternación y asombro a una sociedad educada en el respeto casi religioso a la institución monárquica: la muerte de un rey en el cadalso" (DOMÍNGUEZ ORTIZ, 1990, p. 3), Carlos I de Inglaterra, a quien Velázquez tuvo ocasión de tratar personalmente y pintar, en 1623, cuando aún era príncipe, con motivo de su visita a Madrid para conocer a la infanta María Ana de Austria,  con quien se estaba preparando su matrimonio, aunque al final no se realizó.

Placa conmemorativa del bautismo de Diego Velázquez.
Iglesia de San Pedro, Sevilla. 
Fot. Gonzalo Durán
Cuando nace Velázquez, Sevilla era la ciudad más importante de España, con cerca de 150.000 habitantes, muchos de ellos de otros lugares del reino, también muchos extranjeros, flamencos e italianos (genoveses sobre todo), que acudían atraídos por su fama y las riquezas de los tesoros americanos que desembarcaban en los muelles los galeones de las flotas de Indias que remontaban, aguas arriba, el Guadalquivir. Una ciudad bulliciosa, vitalista y pujante, donde se junta la nobleza de abolengo, con la nueva burguesía de negocios crecida en torno al oro de América, "pero también todo un variado submundo de aventureros, pícaros y gentes de malvivir, al margen de la sociedad organizada, que frecuentaba los burdeles, llenaban los hospitales y acudían cada día a recibir la sopa boba que los conventos repartían a los pobres" (PÉREZ SÁNCHEZ, 1990, p. 24); y como dice Cervantes en el Quijote, un lugar "tan acomodado a las aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro lugar alguno", una poderosa razón que le haría elegirla como escenario de Rinconete y Cortadillo, una de sus novelas ejemplares. Seguramente, entre aquellas gentes y por ese tipo de calles transcurrieron los primeros años de la vida de Velázquez, porque, aunque Palomino nos dice que los orígenes del pintor estaban en la baja nobleza, y muchos historiadores lo han venido repitiendo, hoy sabemos que no es así.

En realidad, sus orígenes familiares fueron mucho más modestos de los que él quiso reconocer, como ha demostrado Méndez Rodríguez. Los abuelos paternos de Velázquez, Diego Rodríguez y María Rodríguez de Silva, eran portugueses, concretamente de Oporto, probablemente judíos conversos que, ante las dificultades surgidas en Portugal por la dureza de la Inquisición, y aprovechando la unión de Castilla y Portugal en 1580, se trasladaron a Sevilla, donde entrarían en contacto con los numerosos portugueses que, como ellos mismos, habían llegado atraídos por las posibilidades que ofrecía la ciudad. En ella nació ya el padre del pintor, Juan Rodríguez de Silva, cuyo oficio fue el de notario eclesiástico. Los abuelos maternos, Juan Velázquez Moreno y Juana Mexía, en cambio, eran sevillanos. El abuelo desempeñó diferentes oficios relacionados con el comercio a pequeña escala, como el de calcetero y mercader de sedas, y llegó a ingresar en prisión acuciado por las deudas, de la que salió poco antes del nacimiento de su nieto Diego. Así que "nada de hidalguía corría por las venas de Velázquez, sino que sus orígenes no dejaban de ser humildes. [...] A esto habría que añadir la probable ascendencia judía, que deriva tanto de los oficios desempeñados tradicionalmente adscritos a converso [...], por los mismos apellidos que enlazan con el linaje de los Rodríguez de Silva y los Velázquez, caso de los Santa María, apellido típico de los conversos" (MÉNDEZ RODRÍGUEZ, 1999, p. 128). Por último, el contenido de los testamentos de sus padres deja muy pocos indicios para pensar en una familia hidalga y rica, legando los bienes sencillos y modestos de una familia de clase media.

VELÁZQUEZ, Retrato de un caballero (1619). M. Prado, Madrid. 
Suele identificarse como Francisco Pacheco, el suegro del pintor.
Fot. wikipedia
Juan Rodríguez de Silva se casó con Gerónima Velázquez en 1597, en la casa que Juan Velázquez tenía en la calle de la Gorgoja, la misma en la que vino al mundo el primogénito del matrimonio, dos años más tarde. A este primer hijo le impusieron el nombre del abuelo paterno, Diego, que con el tiempo, se acostumbró a utilizar seguido del apellido de su madre, Velázquez, salvo en los últimos años de su vida, en que firma sus cuadros con el apellido paterno De Silva, quizá por considerarlo más distinguido. En 1601, cuando Diego tenía tres años, sus padres se mudaron al barrio de San Vicente. El matrimonio tuvo, además, otros siete hijos: Juan, Fernando, Silvestre, Juana, Roque, Francisco y Francisca. A lo largo de su vida, parece que Velázquez estuvo bastante pendiente de su familia, e intentó ayudarla siempre, aún desde la distancia, ya que desde 1622 residía en Madrid. A su padre le consiguió, aprovechando su cercanía al rey Felipe IV, tres oficios de secretario en Sevilla, con una renta anual cada uno de ellos de mil ducados; a su hermano Juan, dos años menor y también pintor, probablemente lo tuvo con él en su taller en Madrid hasta su primer viaje a Italia en 1629, luego regresó a Sevilla y murió en 1631; otro de sus hermanos, Silvestre, también parece que estuvo algún tiempo en Madrid en casa del pintor, quizá aprendiendo el oficio en su taller, pero murió muy pronto, en 1624, cuando era un joven de tan sólo diecisiete años. Muchos años después, volvería a dar nuevas muestras de su afecto familiar con motivo de la boda de su nieta Inés con un caballero napolitano, entregándole, primero, una generosa dota y, más tarde, acogiéndola en su hogar madrileño, con un hijo pequeño, al quedar viuda (BENNASAR, 2011, p. 27 ). Esa atención a la familia la hizo extensiva también a la de su esposa, así que, cuando su suegra María del Páramo enviuda en 1644, deja Sevilla y se traslada a Madrid, a la casa de Velázquez.

En la Adoración de los Magos (1619), M. Prado, Madrid
 el pintor usa de modelos a su propia familia.
Fot. wikipedia
En el año 1610, cuando tenía once años, Velázquez comenzó su aprendizaje como pintor. Si hacemos caso a los testimonios de los que le trataron en aquel tiempo, el joven Diego Velázquez mostró desde niño un talento natural para la pintura que, además, combinó con la dedicación al estudio y al trabajo. Es posible que su primer maestro fuera Francisco de Herrera el Viejo, a quien las fuentes retratan como una persona de carácter agrio e intransigente, y quizás por eso, si es que Velázquez estuvo con él, tan sólo fue unos pocos meses, porque enseguida pasó al de Francisco Pacheco, pintor nacido en Sanlúcar de Barrameda pero afincado en Sevilla. Cuando Velázquez llega al taller de Pacheco, éste debía rondar los cuarenta y cinco años, se encontraba en la cima de su carrera y era el artista más importante de Sevilla en aquel momento. Su llegada al taller pudo producirse en diciembre de 1610, aunque el contrato de aprendizaje no se firmó hasta nueve meses más tarde. Para F. Marías ello pudo deberse al viaje que hizo Pacheco a la corte en 1611, al que le acompañaría Velázquez. En aquel viaje, si realmente Velázquez lo hizo, tuvo ocasión de conocer Madrid, El Escorial y Toledo, al pintor Vicente Carducho y, sobre todo, a un anciano Doménico Theocópuli, El Greco, al que sabemos que Pacheco visitó en su taller en aquel viaje (MARÍAS, 1999, p. 25). La pintura de El Greco, y la de su discípulo Luis Tristán, se convirtieron en dos de sus primeros referentes. A éste último pudo haberlo conocido también aquel año, ya que estuvo en Sevilla a su regreso de un viaje a Italia, y es bastante probable que contactara con los círculos artísticos de la ciudad.

Palomino se refirió al taller sevillano de Pacheco como "una cárcel dorada", una academia literaria a la vez que escuela de pintura, lugar de encuentro de humanistas, poetas, eruditos, teólogos y pintores. Un ambiente cultivado y exquisito que marcó su juventud, determinó su carrera, y en el que, además de aprender la representación realista y analítica de la naturaleza sensible y cotidiana, adquirió una cultura humanística y científica. Allí permaneció seis años, hasta 1617, en que tras el pertinente examen, se incorporó al gremio de pintores de la ciudad y abrió su propio taller.

VELÁZQUEZ, La costurera (1635-1643). National Gallery of Art, Washington.
Los historiadores apuntan la posibilidad de que la modelo fuese Juana Pacheco, la esposa de Velázquez,
o quizá alguna de sus hijas, o incluso su amante italiana.

De la casa de Pacheco no fue el título de pintor lo único que se llevó. En ella conoció también a Juana Pacheco, la hija de su maestro, con quien contrajo matrimonio en 1618 en la iglesia de San Miguel. Los dos novios eran muy jóvenes, él no había cumplido los veinte años y Juana tenía tan sólo dieciséis. El matrimonio se fue a vivir en una casa cercana a la Alameda de Hércules, propiedad de su suegro. Un año después, en 1619, nació su primera hija, Francisca, y al poco tiempo, en 1621, la segunda, Ignacia, que fue apadrinada por su tío Juan Velázquez. Así que, antes de cumplir los veintidos, Velázquez estaba casado y era padre de dos niñas, algo totalmente inusual entre los artistas de su época.

VELÁZQUEZ, Santa Rufina (1632-34).
Fundación Focus-Abengoa, Sevilla.
La modelo, probablemente, fue una de las hijas del pintor
Por entonces, Velázquez ya tenía abierto su taller en Sevilla, disponía de sus propios aprendices, como Diego Melgar, y se había labrado una reputación como pintor con obras como Vieja friendo huevos, El aguador de Sevilla o la Adoración de los Magos. En este último es probable que utilizase como modelos a su propia familia. Su esposa Juana presta su figura a la Virgen, el Niño se cree que pudo ser su hija Francisca, o quizá la pequeña, Ignacia, también su suegro Francisco Pacheco se reconoce en el rostro del rey Melchor, y hasta el propio Velázquez pudo autorretratarse en el papel de rey Gaspar. No fue esta la única vez que recurrió a emplear como modelos a su esposa e hijas a lo largo de su carrera. Los historiadores que han estudiado la obra de Velázquez especulan con que Juana Pacheco pudo ser la modelo de Retrato de una joven (1618) de la Biblioteca Nacional de Madrid,  de la Inmaculada Concepción (1619) de la National Gallery de Londres, de la Sibila (1630-31) del Museo del Prado y La costurera (1635-43) de la National Gallery de Washington. Alguna de sus hijas pudo poner rostro a Santa Rufina (1632-34), recientemente adquirido por la Fundación Focus-Abengoa de Sevilla, en cuya sede del Hospital de los Venerables se expone actualmente; también se ha querido identificar en el Retrato de una joven (1640) de la Royal Hispanic Society de Nueva York, a su hija Francisca. Hay también un cuadro religioso de su época sevillana en la National Gallery de Londres, San Juan en Patmos (1619), que se considera un autorretrato, aunque también hay quien se inclina porque el modelo no fuese Diego Velázquez, sino su hermano Juan.

En 1622, Velázquez ya contaba con una notable reputación, a pesar de su juventud. En ese año se iba a producir un acontecimiento con importantes consecuencias en la historia de España y que cambiaría la vida de Velázquez, el ascenso al poder como valido del rey Felipe IV, de D. Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares. Los orígenes andaluces del noble, y su estrecha vinculación con la ciudad de Sevilla fueron aprovechados por Pacheco para intentar favorecer a su yerno, y gracias a su mediación y su proximidad a los círculos de poder del político, logró que Velázquez fuese llamado a la corte.

BIBLIOGRAFÍA:

  • BENNASAR, Bartolomé. "Velázquez íntimo. La cara oculta del genio". La aventura de la Historia, 150, 2011, pp. 20-27.
  • DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio; PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso E.; GÁLLEGO, Julián. Velázquez: exposición Museo del Prado. Museo del Prado, Madrid, 1990
  • GARCÍA PEÑA, Carlos. "La Venus italiana de Velázquez". Cuadernos de Filología Italiana, vol. 10, 2003, pp. 81-95.
  • HARRIS, Enriqueta. Velázquez. Akal, Madrid, 2003.
  • MARÍAS, Fernando. Velázquez. Pintor y criado del rey. Nerea, Hondarribia (Guipúzcoa), 1999.
  • MÉNDEZ RODRÍGUEZ, Luis. Velázquez y la cultura sevillana. Universidad de Sevilla, Sevilla, 2005. 
  • MÉNDEZ RODRÍGUEZ, Luis. "Un pintor ennoblecido: "la nobleza y lustroso linaje" de los padres de Velázquez". Laboratorio de Arte, 12 (1999), pp. 125-134
  • MORÁN TURINA, Miguel y SÁNCHEZ QUEVEDO, Isabel. Velázquez. Catálogo completo. Akal, Madrid, 1999.
  • PALOMINO DE CASTRO Y VELASCO, Antonio. Vida de Don Diego Velázquez de Silva. Morán Turina, Miguel (ed.). Akal, Madrid, 2008.
  • PELEGRÍ Y GIRÓN. Mercedes. "Velázquez y su mundo". Ab Initio, 2, 2011, pp. 111-134 [en línea] <www.ab-initio.es>


1 comentario:

Antonio Martínez dijo...

Grande Velázquez... Personalmente esta etapa velazqueña me entusiasma.

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